domingo, 19 de junio de 2011

Los Museos privados.

Para qué sirve el dinero, ingeniero Slim?

La arquitectura es un edificio pretencioso que promete algo que por dentro no cumple.

El coleccionismo privado ha aportado mucho a los museos, desde los grandes como el Prado de Madrid, cuyos muros están habitados por la colección de Carlos V y Felipe IV. El Louvre existe gracias a que la Revolución Francesa decidió que los tesoros del rey eran del pueblo y más tarde esa colección se alimentó de los triunfos de Napoleón.

En Nueva York tenemos ejemplos notables, la Frik Collection, su creador Henry Clay Frik se puso como misión tener la colección de arte más importante de América y dedicó su fortuna y su vida a lograrlo, sacrificó a sus obreros para heredarle a la ciudad bellinis, tizianos, el gabinete de la Du Barry pintado por Fragonard, y una finísima colección de muebles y tapices, entre muchas obras. Rendido antes de emprender la competencia, Guggenheim decidió coleccionar arte moderno porque asumió que nunca igualaría a la Frik.

La colección de la Neue Galerie es una de las más cultas, refinadas y bellas que existen en el mundo, su dueño Ronald Lauder —de la firma de cosméticos Estée Lauder—, se ha centrado en el arte alemán y austriaco de las primeras décadas del siglo XX, entre sus piezas tiene varias obras de Otto Dix y el retrato de Adele Bloch Bauer de Gustave Klimt, que adquirió por 135 millones de dólares. Y por supuesto la dignísima e interesante colección Andrés Blaistein de arte mexicano. Por eso la expectativa era muy alta, al hablar del Museo Soumaya estamos hablando de la colección del hombre más rico del mundo, lo que pudieron invertir estos coleccionistas es nada comparado con la muy superior capacidad de compra del ingeniero Slim. Y digo ARTE, no objetos para decorar la casa.

Roman Abracamovich, el ruso multimillonario número 53 en la lista Forbes, excéntrico que los tabloides critican por sus compras impulsivas, se hizo en una subasta de Christie’s de dos obras extraordinarias: un desnudo femenino de Lucien Freud por 33.6 millones de dólares y un tríptico de Bacon por 86.3 millones de dólares. Eso es lo que esperamos ver en un museo, no lo que hay en el Soumaya. La arquitectura es un edificio pretencioso que promete algo que por dentro no cumple, nos meten en un cilindro de concreto con rampas mal diseñadas, sin acabados, una entrada mínima y salas sin organización y sin flujo.

No existe una museografía, es una reunión de cosas como si estuviéramos en la casa de alguien —con sus particulares aficiones decorativas— que se deja aconsejar mal por esos anticuarios que rellenaron la Galería de Palacio Nacional. Un cartón del Sodoma, un José de Ribera, el mural de Siqueiros, un dibujo de O’Gorman y los bronces de Rodin, es todo lo que el museo ofrece, lo demás es decoración y obras de muy, muy dudosa originalidad y objetos disímbolos sin valor histórico.

Lo que más duele al ver esto es que no hay colección, ni amor al arte. Cuando una colección está configurada con pasión, se denota un cuerpo coherente de obras, preferencias claras que hacen de la reunión un acontecimiento, es el caso de la Neue Galerie y ya no digamos de la Frik, pero aquí hay compulsión por comprar, poca cultura y ninguna pasión estética.

No es una colección de arte sacro, no es de barroco, no es de impresionismo, porque todas las obras de estos estilos son menores. Y esto no tendría ningún problema si este museo no fuera un gesto del hombre más rico del planeta “que le da a los mexicanos la oportunidad de que conozcan arte internacional”, entonces esperamos algo de igual importancia. Si las pinturas del Museo del Prado se pagaron con el oro de las Indias esta colección también, ahí está el dinero de una nación, todos de alguna forma hemos pagado por eso.

Cuando Tita Cervera se casó con el Barón Thissen Bornemisza y comenzó a comprar arte, en el mundo de los grandes dealers se reían de su voracidad, pero al fin creó una colección infinitamente superior a ésta. Como se ve que al ingeniero Slim le gusta adquirir por lotes, sin elegir con cuidado cada pieza que le dará forma a la leyenda que dimensiona una gran colección, sólo le pido que no le compre al matrimonio Noyola su lote de mil 200 obras y objetos falsos atribuibles a Frida Kahlo o a quién sea. Y gracias por no cobrar la entrada al museo, no merece que la paguemos.

Avelina Lésper • avelinalesper@gmail.com

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