Facebook: ¿coro de pajaritos?
José Steinsleger
“Yo sólo quiero mirar los campos / yo sólo quiero cantar mi canto / pero no quiero cantar solito / yo quiero un coro de pajaritos… / yo quiero tener un millón de amigos / y así más fuerte poder cantar.”
Ignoro si el brasileño Roberto Carlos logró con sus canciones “un millón de amigos”, pero es sabido que vendió más de 120 millones de discos, y a causa de su agitada vida afectiva tuvo éxito con letras como ¿Adónde se van los amigos que se van?, o Amiga, si quieres dialogar cuenta conmigo. Mi preferida dice: “Yo soy de esos amantes a la antigua / que suelen todavía mandar flores”. Y la que me pone serio se llama Enamorada de un amigo mío francés: “Lo siento mucho, amiga mía, / pero debes entender que nuestro amor sufre una crisis….”
Miles de años después, me pregunto si la negativa a “chatear” o figurar en Facebook me priva de la alegría de tener cientos de “amigos”. ¡Cientos!… Cuando junto unos pesos, apenas puedo agasajar a diez. Uno de mis abuelos, que con cualquier pretexto festivo llenaba la casa de gente, me dijo un día: “Los amigos son como las mujeres: van y vienen. Si a lo largo de la vida conservas cuatro o cinco, date por feliz”.
Con los altibajos de rigor, creo haber sido un tipo feliz. Además, cuento con e-mail, y una antigualla llamada “teléfono fijo”. A propósito, ¿cómo es que a dos años de pagar a Telmex el derecho a no figurar en el directorio, siguen llamando los optimistas candidatos del PAN, las agencias de Bancomer para cobrar una deuda que no es mía, o personas del otro lado del muro que aseguran ser parientes? ¿No se supone que firmé un “convenio de privacidad”?
No uso celular porque no lo necesito, y valoro a Internet como “herramienta de trabajo”. Sin embargo, Facebook me pone en guardia. Coincido con el inglés Tom Hodkinson, autor de un magnífico trabajo sobre Facebook, donde sugiere que la red anima “un espíritu competitivo de la amistad: con los amigos de hoy, la calidad no cuenta y la cantidad es el rey…” (The Guardian, 14/1/8).
Además, conviene no cometer errores. El año pasado, leí que una niña de Londres invitó desde su cuenta a un grupo de amigos para celebrar su fiesta de cumpleaños, y recibió la confirmación de 21 mil personas. No todas asistieron. Sólo aparecieron cinco mil, y a solicitud del padre la policía tuvo que acordonar el barrio.
En cambio, otra mujer anunció a “mil amigos” que se había tomado todas sus pastillas, y nadie hizo nada. Al día siguiente apareció en su página un mensaje que decía: “Mi muy querida Simone… te extrañaremos pero tu legado (sic) continuará”. Y otro más: “Si alguno de ustedes de veras se llama amigo, debe ir a ver si está bien. Me alegra no conocer en persona a ninguno de ustedes. No tienen corazón” (La Jornada, 7/1/11).
Drama que, al parecer, no pasaría por ahí. En abril de 2009, un informe del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California observó que el abuso de Facebook puede afectar al desarrollo de la comprensión, la admiración y otras emociones humanas. “Tras leer por enésima vez que otro de nuestros 300 contactos en Facebook ha tenido un día de perros, somos incapaces de sentir nada ni de compadecernos por esta persona”, dice el estudio.
En cuanto a rendimiento académico, una investigación realizada en más de 200 estudiantes de la Universidad de Ohio concluyó que aquellos universitarios que reconocieron ser usuarios de la red social tenían unas notas medias entre 3 y 3.5 sobre un máximo de 5 puntos. Por su parte, los que no utilizaban la página alcanzaron un promedio de entre 3.5 y 4 puntos. Los adictos reconocieron que estudiaban sólo entre una y cinco horas a la semana, en tanto los que no entran en la página dedican 11 horas a los libros.
Sigamos. En Internet y la vida de los estudiantes estadunidenses (estudio del Proyecto Pew) se dice que 45 por ciento de las personas de todas las edades gustan de socializar a través de las computadoras y aparatos portátiles. Pero 48 por ciento aseguraron ser indiferentes a estas redes sociales y sentirse abrumados por los aparatos o, de plano, descartan Internet. Cerca de 7 por ciento fueron calificados de “ambivalentes”, que serían los que sienten ansiedad cuando están desconectadas (pues creen que se perderán de algo), al tiempo de reconocer que necesitan un respiro.
Con Facebook, Linkedin, Plaxo y Twitter, los jóvenes tratan de no quedar a un lado o sentirse irrelevantes. Y como Facebook lo sabe, hace correr en la red una aplicación con la cual leemos los nombres de la gente que tenemos registrados en la inbox del correo electrónico: “fulanito está en Facebook y te invita a unirte a él”. Práctica que tambien realiza Linkedin.
¿Y las cláusulas de “seguridad” y “privacidad”? En la práctica (y así como en Telmex, Bancomer o el PAN) no existen. Cosa que a Facebook le vale, porque también sabe que la mayoría de las personas no piensan en esto. Y menos en que su seguridad personal pueda ser violentada. Asunto que obliga al siguiente artículo: Facebook y la verdadera vida de los otros.
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