El cerebro emocional y la compulsión por las drogas adictivas
Gastón Castellanos*
Centros del placer. Los brillantes estudios neurofisiológicos de autoestimulación eléctrica en ratas llevados a cabo por J. Olds y P. Milner (1954) les permitieron descubrir en ciertas áreas del llamado sistema límbico la existencia de circuitos neuronales del placer o recompensa y los de aversión o castigo, respectivamente, que representan una vía común entre dos mecanismos antagónicos de la emoción. Estos hallazgos fueron confirmados en monos y también en humanos.
Mucho antes, se sabía que el hipotálamo, ubicado en el centro del cerebro, es el regulador de las motivaciones básicas: hambre, sed, conducta sexual y emocional.
Desde el punto de vista neuroquímico las drogas sicotrópicas, tanto terapéuticas como ilegales, actúan de manera selectiva sobre una gama de “receptores” que regulan los neurotransmisores a nivel sináptico y, por ende, las funciones cerebrales.
En relación con las drogas adictivas euforizantes se conoce que están involucradas la dopina (excitatoria) y el ácido gama-amino butírico (GABA, inhibitorio), además de los péptidos opiáceos endógenos denominados endorfinas, que modulan las respuestas a los estímulos dolorosos y participan también en las funciones de recompensa. Sólo en el caso de la nicotina, que tiene un potencial adictivo, intervienen los receptores de acetilcolina.
La identificación de los componentes celulares y moleculares de la adaptación del cerebro es básica para entender los efectos terapéuticos de los fármacos sicotrópicos y los fenómenos de drogadicción y abstinencia.
La drogadicción es un problema antiguo, como ocurrió hace más de un siglo con “la guerra del opio” en China, pero se recrudece con brotes de tipo epidémico en varios países desde que se incrementó este tipo de drogas.
El hombre, más bien por instinto, ha recurrido siempre a la búsqueda del placer, es decir el hedonismo, y a evitar el dolor físico y mental, y cae en una trampa a veces mortal cuando se vuelve consumidor crónico de estupefacientes.
Baste enumerar de manera somera la gran oferta de drogas adictivas, unas de origen natural, como son la nicotina (del tabaco), el alcohol (etanol), la mariguana (de la planta Cannabis sativa), la cocaína (de la coca), los opiáceos (morfina y heroína), la mescalina (alcaloide del peyote) y la silocibina (de los hongos alucinógenos).
Las sustancias sintéticas son las anfetaminas, barbiturícos, LSD, ketatina y fenciclidina (anestésicos bajo control) y un derivado metilado de la metanfetamina (MDMA, por sus siglas en ingles) aún más toxico, que se llama en las calles éxtasis o cristal. Es obvio que cada compuesto tiene un efecto específico diferente y no debemos generalizar el daño que ocasiona.
Por eso se hizo la distinción entre “drogas blandas” y “drogas duras”, concepto ambiguo e incierto que puede confundir a los que sugieren la legalización de la mariguana. Ahora bien, uno se pregunta por qué unas personas adultas, adolescentes y aún niños tienen tendencia o son más vulnerables a consumir drogas y otras en su gran mayoría no.
La respuesta es compleja pero tiene al menos dos causas: una es biológica y la otra sociocultural. En el primer caso los siquiatras y sicólogos saben que puede existir una comorbilidad previa latente o enmascarada que incide en situaciones de estrés y de labilidad (fragilidad) emocional a que estas personas busquen alivio probando ciertas drogas y a la inversa la drogadicción provoca diversos cuadros siquiátricos.
Se considera que una personalidad fronteriza, un ligero déficit de atención y aprendizaje, la depresión y ansiedad, insomnio, trastorno bipolar (TB) u obsesivo compulsivo (TOC), traumas emocionales, frustraciones, etcétera, los hace más propensos a refugiarse en los sicotrópicos adictivos sin conocer el riesgo que esto implica.
Sin embargo, los factores socio-económicos y culturales son las causas más frecuentes de drogadicción: marginación social, pobreza, maltrato infantil o abandono, carencia de educación desde la familia hasta la escuela, así como falta de empleos, de vivienda, de motivación y oportunidades para llevar una vida sana; por ejemplo, los llamados ahora ninis.
Resumiendo el aspecto neurobiológico, podemos señalar que el cerebro del adicto, en particular en los casos crónicos, y con compuestos tóxicos, es un cerebro enfermo, por lo cual los pacientes requieren tratamiento médico-sicológico integral.
La prevención debe predominar de manera amplia y efectiva, la reducción de la oferta de drogas y la reducción del daño son objetivos prioritarios y paralelos.
Es importante señalar que el tabaquismo y el alcoholismo, que poseen propiedades adictivas de diferente índole, representan un grave problema de salud pública, mucho mayor que el consumo de las drogas ilegales, por las enfermedades que provocan y el enorme costo de su atención médica.
Se debe enfatizar que las llamadas drogas duras: las anfetaminas, la cocaína, la heroína, etcétera, son verdaderos venenos para el cerebro. El 8 de julio próximo es el Día Mundial Contra las Adicciones; reflexionemos al respecto.
*Neurocirujano, ex director del Programa de Siquiatría Biológica y Neurociencias de la OMS
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