La ciudad deja huella en el cerebro
La expresión "la ciudad me mata" no es tan exagerada. Las urbes son el paradigma del desarrollo social y tecnológico que nos ha permitido vivir más y mejor, pero adaptarse a ellas no es fácil. Numerosos estudios epidemiológicos han demostrado que las personas que residen en un gran núcleo poblacional tienen más riesgo de sufrir enfermedades mentales que quienes se desenvuelven en el medio rural.
Hasta ahora se desconocía por completo el mecanismo biológico que está detrás de esa mayor propensión. Un equipo de científicos alemanes y canadienses ha observado por primera vez un patrón de activación cerebral ante el estrés que sólo está presente en los individuos urbanos. No es la explicación definitiva, pero sí un buen punto de partida.
Es sabido que el estrés es uno de los principales factores que precipitan la aparición de trastornos mentales como la ansiedad, la depresión o la esquizofrenia. Los autores del estudio que acaba de publicar la revista 'Nature' partieron de esta premisa para realizar un curioso experimento con el que observaron que en los 'urbanícolas' sometidos a una presión psicológica intensa se activaba en mayor medida la región cerebral denominada amígdala y había otra zona, conocida como corteza cingulada anterior perigenual, que mostraba una actividad superior en quienes se habían criado en la ciudad. Nada de esto ocurrió en los que se habían educado o vivían en el campo.
Los ciudadanos que se prestaron a participar en este análisis tuvieron que realizar una serie de ejercicios matemáticos mientras su cerebro era escaneado con la técnica conocida como resonancia magnética funcional. A la tensión de enfrentarse a la aritmética se sumaba la actitud poco 'compasiva' de los investigadores, quienes agobiaban aún más a los sufridos voluntarios echándoles en cara lo mal que lo estaban haciendo o diciéndoles que sus resultados no llegaban a la media del resto de sus compañeros. De esta forma, todos ellos experimentaron un potente estrés y salieron a la luz las diferentes formas de reaccionar de sus cerebros.
El hecho de que cobrase protagonismo precisamente la amígdala concuerda con el papel que se ha atribuido a esta zona del cerebro en el procesamiento de las reacciones emocionales y, como explican los autores del estudio, liderado por Andreas Meyer-Lindenberg, de la Universidad de Heidelberg (Alemania), en el desarrollo de "trastornos de ansiedad, depresión y otros comportamientos que se observan con mayor frecuencia en las ciudades, como la violencia".
Lo que se ha constatado es, en definitiva, que nuestras hormonas sufren una transformación como consecuencia de la vida en la ciudad. Ahora bien, los propios autores reconocen que han hallado una correlación, no una asociación causal. Han abierto una prometedora vía de investigación que aún se encuentra en estado larvario.
"Es necesario verificar estos resultados", señala Jesús de la Gándara, jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos. En todo caso, confirma el gran interés de investigar los mecanismos biológicos que están detrás de algo que ve diariamente en su consulta: que vivir en la ciudad nos altera psíquicamente.
Pero, ¿qué es lo que más nos afecta del estilo de vida urbano? Según Gándara, la prisa, la falta de tiempo y, sobre todo, "la sensación de que no tenemos el control". Esto se traduce en varios planos: "para el estilo de vida masculina, en la desaparición del estatus y, para el estilo de vida femenino, en la pérdida de los contactos".
Visto que la ciudad es el problema, el siguiente paso es encontrar una solución. La vuelta a la vida rural no es una propuesta realista, habida cuenta de que el proceso de urbanización es imparable y se calcula que para el año 2050 el 69% de las personas vivirá en grandes núcleos poblacionales. Lo que sí es factible es hacer la vida en la ciudad más llevadera.
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