Javier Sicilia, líder del Movimiento por la Paz en México Se ha convertido en el símbolo del dolor de las víctimas en la batalla contra los narcos, que asesinaron a su hijo
Javier Sicilia, poco antes de entrevistarse con el presidente Calderón Javier Sicilia, con su sombrero y su chaleco de explorador, se ha convertido en chispa que ha prendido una llama de esperanza entre las tinieblas del terror.
Tras el asesinato de su hijo Juan Francisco, el poeta abandonó los versos para echarse a las calles, y esta semana encabezaba una delegación de familias desgarradas por la violencia. Delante, el presidente Felipe Calderón y su encorbatado equipo de seguridad. Ambos protagonizaron una cita sincera y emocionante.
—La reunión con Calderón ha sido unánimemente celebrada como un éxito. Pero, este acercamiento del presidente a las víctimas, ¿no llega tarde?
—En medio del dolor y de las disputas políticas fue una experiencia democrática espléndida. Se vio cómo se puede dialogar con verdad y firmeza para encontrar coincidencias, poniendo a la ciudadanía por delante. Pero, sí, creo que esto debía haber sucedido mucho antes: ha habido un gran divorcio entre la ciudadanía y los políticos, cuando las víctimas de una guerra han sido tratadas como una estadística y no como seres humanos.
—Pero, el problema no es sólo de los políticos: también lo es de la sociedad...
—Creo que empezamos a despertar a algo que es asunto de todos: la responsabilidad de la ciudadanía en las políticas públicas. Pero, como le dije al presidente, los interlocutores de la ciudadanía no son los criminales, sino el Estado. Rompimos la cadena del miedo, visibilizando a las víctimas, y dijimos: «No queremos más».
—Usted le reprocha a Calderón el enfoque militar con que ha afrontado el problema. Sin el despliegue del Ejército, ¿se hubieran evitado algunas de esas 40.000 muertes?
—Creo que muchísimas. Si se hubiera atacado la base fundamental, el lavado de dinero y las redes de complicidad en todas las instituciones, si se hubiera atacado con inteligencia más que con violencia, si se hubiera abordado la droga como un problema de salud pública, se hubiera evitado todo esto. EE.UU., el mayor consumidor de droga en el mundo, no tiene 40 mil muertos. También habría que hablar de la responsabilidad norteamericana, la de sus consumidores y sus armas de venta libre, que entran a nuestro territorio para armar delincuentes.
—Entre estas estrategias hay una que se aborda con regularidad: la legalización.
—Creo que hay que aceptar ciertas drogas, aceptarlas como un fracaso del Estado y de la sociedad. Creo que legalizar la marihuana aliviaría de presión esta situación. La marihuana, en un mundo de consumo y de mercado, es tan legítima como el alcohol u otros productos de esta naturaleza.
—¿Cómo afectaría al problema el posible retorno del PRI a la presidencia, en 2012?
—Sería una desgracia para el país. Los partidos no se han dado cuenta de que estamos en una emergencia nacional. Tenemos que emprender una reforma política. Obstinarse en viejos esquemas partitocráticos nos llevará a un infierno mayor. O vivimos en democracia o mafiosamente, como nos enseñaron los priistas.
—Esta actividad pública, ¿le sirve como terapia, como «exorcismo»?
—Quizá sí, no lo sé... Cuando esto termine y vuelva a recuperar mi soledad, tendré que vivirlo. Pero esto lo hago por la dignidad de la memoria de mi hijo, por la gente que compartió mi dolor. Quizá sea una forma de asumir el dolor. Pero las consecuencias más profundas las viviré cuando recupere mi soledad, ese espacio que también me pertenece.
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