Las mil caras de la muerte.
Por Juan José Lara.
Estaba pensando detenidamente, cuando de pronto ocurrió su muerte.
Todos los días temprano lo obligaban a levantarse, bañarse y vestirse. Lo ponían contra la pared de la prisión para fusilarlo. Escuchaba las voces de mando, cobrando especial relevancia las últimas:
-¡Preparen, apunten, fuego!-
Luego escuchaba el estruendo de los disparos. Finalmente nada ocurría, las balas eran de salva.
Fue detenido por los esbirros víctima de la represión indiscriminada; no había infringido ninguna ley que lo hiciera merecedor del castigo, ni mucho menos. Un juez militar dictó la condena sumaria: “Fusílenlo”.
A partir de que fue condenado a la misma hora se repetía el ritual. Al principio previó el final pero cuando escuchó el trino de los pájaros, el viento matinal doblando las ramas, risas y sílabas saltando como pelotas de caucho, pensó que todavía, no era su fin.
Entonces se acostumbró a pronosticar su deceso, porque el destino no se puede predecir, la realidad siempre es diferente a cualquier presagio. Lo hacia todos los días frente al pelotón de fusilamiento. Era una manera de conjuro contra su suerte que lo impulsaba a sentirse tiburón en el acuario, porque la parca no llegaba; estaba jugando con él la muy puta como con el ratón juega el gato.
Finalmente se adaptó a “morir” diariamente; descubriendo que cada muerte tiene una cara diferente. No hay dos iguales, pensó.
Se olvidó entonces de augurar el final. Estaba pensando detenidamente cuando ocurrió su muerte.
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