Una historia de amor
La literatura es para Vicenç su forma de coser los sentimientos y, tal vez, de recoserse
Pilar Rahola
Puede surgir tanto amor en la muerte, que solo puedo recordarlo, con la perplejidad propia de quien concilia placer y dolor. El dolor es el de una pérdida, y el placer es el de la lectura del magnífico libro que ha escrito Vicenç Villatoro en recuerdo de su mujer.
Por mucho que nos repitamos que el ritmo frenético de esta vida impostada no debería frenar nuestros deseos más sensibles, lo cierto es que siempre dejamos las cosas bellas para más tarde.Y a veces el más tarde nunca llega. Yo me he empeñado. Y es así como, a pesar de la agenda enloquecida y de mi incapacidad manifiesta por controlarla, he conquistado mi fragmento de tiempo para dedicarlo a una novela que es, toda ella, pura poesía. Y, por el camino de este ejercicio solitario que es la lectura, dedicarlo a los sentimientos que destila el amigo.
Moon River es eso, una pluma que tinta en las emociones más profundas, un largo recurrido por los miedos y sus bálsamos, un homenaje a la vida a las puertas de la muerte. Y en la muerte, un homenaje al amor. En el trasfondo, el intenso camino de complicidades que tejieron Vicenç y Montse desde el día en que le diagnosticaron el primer cáncer, las conversaciones, las esperanzas, la reinvención del tiempo, convertido en una conquista diaria, las preguntas y sus inexistentes respuestas...
En algún momento le dije a Vicenç que de toda aquella intensidad emocional haría un castillo literario, porque la literatura es su forma de coser los sentimientos y, quizás, de recoserse. No había duda de que sería así, y la novela surgida de estos años de vida sorbida gota a gota es una explosión de sensibilidad literaria. Una turbadora perla. Como hombre con la literatura grabada en el ADN, Vicenç no habla de él y… habla, no habla de Montse y… habla, porque hace aquello que ha hecho siempre la mejor literatura: explicar el mundo mientras intenta explicarse.
“Estas enfermedades son muy escurridizas : han aprendido a esconderse”, dice el personaje enfermo de la novela, y no puedo evitar recordar una frase que me dijo Vicenç cuando le pregunté, hacia el final, cuál era el pronóstico. “No lo sé a ciencia cierta, porque no quiero saber más de lo que sabe ella. Me lo notaría”. Y así fue andado a su lado día tras día, mes tras mes, año tras año, aprendiendo a conjugar los verbos de la vida con un ritmo lento y pausado que nunca había conocido. “Ganamos tiempo”, me decía a menudo, y era el tiempo el objeto de toda su valiente batalla.
Y si la muerte estaba presente, la conjuraban de la única manera en que se puede conjurar: engañándola con el amor. Al final del libro, el protagonista dice: “Había encontrado su manera de atravesar el río de la enfermedad”. Así fue con Vicenç y Montse, encontraron una manera de atravesar los miedos y las incertidumbres, y de las agujas de un reloj que iba hacia atrás hicieron un homenaje a la vida.
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