Reírse con Borges
Por Ignacio Echevarría
En Sabios de Sodoma, un díptico narrativo escrito con un intervalo de muchos años y recogido póstumamente en El secreto del mal, Roberto Bolaño se imagina a V. S. Naipaul paseando por las calles de Buenos Aires en el año 1972, tomando notas para la extensa crónica que luego había de titularse “El regreso de Eva Perón” (y en la que se encuentran, según Bolaño, las “páginas más demoledoramente críticas” que se hayan escrito nunca sobre Argentina). A Bolaño lo fascinaba pensar en Naipaul recorriendo Buenos Aires y visitando a personalidades de todo tipo, mientras iba atisbando, cada vez más horrorizado, “el infierno que se cernía sobre la ciudad”.
Una de las personalidades visitadas era Jorge Luis Borges, a quien Naipaul frecuentó aquellos días por mediación de Norman Thomas de Giovanni. De Giovanni, que oficiaba entonces como “amanuense y lazarillo” de Borges, le sirvió a Naipaul de “piloto” durante su estancia en Buenos Aires. Al poco de ser presentado a Borges, éste se interesó por la procedencia de Naipaul. Al enterarse de que era de origen indio, lo primero que Borges le preguntó fue: “¿Y cómo pronuncia la palabra sahib?”.
Es una verdadera lástima que Bolaño no cumpliera su propósito de fabular, entre otras cosas, el encuentro de Borges y Naipaul, dos escritores por los que -con la debida precedencia- sentía enorme admiración, aun siendo tan distintos entre sí, por no decir opuestos. Conviene recordar que Borges contaba entonces 73 años, mientras que Naipaul tenía sólo 40. Naipaul debió de sentirse muy impresionado por Borges para deponer frente a él sus proverbiales susceptibilidad e intransigencia.
De hecho, manifiesta un enorme respeto tanto hacia su personalidad (“Borges es el hombre más grande de Argentina”) como hacia su obra, por mucho que el artículo que escribió sobre él para la New York Review, algunos meses después, contenga no pocas reticencias. A Naipaul -escribe su biógrafo, Patrick French- “le interesaba Borges, y luego reconocería que, en su momento, no había sabido entender su grandeza”. Pese a lo cual, un admirador y un conocedor tan exhaustivo de Borges como el mencionado De Giovanni admitiría que en su artículo Naipaul acertó a retratarlo “a la perfección”, diciendo acerca de él cosas muy certeras.
Por ejemplo, que “Borges sustituye la contemplación de la historia de su país por el culto a los antepasados”. “Su pasado argentino forma parte de su distinción; lo ofrece como tal; y es, después de todo, un patriota”, escribe Naipaul.
Por ejemplo, que pese a “su buena disposición a conceder largas entrevistas en las que no cesa de repetirse”, Borges hurta siempre su intimidad, y que lo sigue haciendo incluso en su poco divulgado Ensayo autobiográfico, publicado en 1970 por The New Yorker, al fin y al cabo un texto que, aunque firmado por Borges, es el resultado de un montaje realizado por De Giovanni a partir de largas conversaciones con su maestro.
Por ejemplo, que buena parte de las narraciones de Borges “vienen a ser chistes y juegos intelectuales”, que “no siempre justifican las interpretaciones metafísicas que se hace de ellos”. Aunque “los rompecabezas y los chistes de Borges pueden crear adicción”, advierte Naipaul, conviene “tomarlos como lo que son”. La tendencia a olvidar esto habría procurado a Borges una reputación “tan hinchada como falsa, que oculta su grandeza”. Algo que entrañaría el riesgo, según Naipaul, de que, al desinflarse “esa falsa reputación” -cosa que según él ha de terminar sucediendo inevitablemente-, se resienta su obra, que está por encima de ella.
En lo que más insistía Naipaul, a la altura de 1972, era en destacar esta faceta de humorista de Borges, que parece contradecir la idea que tantos se hacen de él. También para Bolaño era Borges, por encima de todo -y sin que ello suponga ningún descrédito- un humorista. Y en la misma dirección apunta Alan Pauls cuando, al final de su libro El factor Borges (2000), concluye que lo específico de la erudición borgeana es el humor, el estallido de la risa en medio de la gravedad metafísica.
“Hilarizar' a Borges, restituirle toda la carga de risa que sus páginas hacen detonar en nosotros, reanudar la circulación de ese flujo cómico que permanece encapsulado”: tal debería ser, según Pauls, “nuestra manera de ir con él tan lejos como podemos”.
Es una buena recomendación para ser tomada en cuenta en estos días en que se cumple el 25 aniversario de la muerte del escritor: agitar sus libros para hacer resonar en ellos las carcajadas que contienen.
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