lunes, 23 de noviembre de 2009

La biblioteca de mi padre

Mi padre fue un intelectual destacado en Guatemala, que sirvió a la Universidad de San Carlos toda su vida. Era un hombre culto y erudito, y al final un hombre sabio. Su pasión por la lectura era sorprendente, prefería quedarse leyendo en casa muchas horas que buscar cualquier otra actividad.

Mi padre nació en un pueblo pequeño, pero cabecera departamental (Estatal), denominado CUILAPA, Santa Rosa, situado en el suroriente del país, muy próximo a la frontera con El Salvador, habitado por población mestiza en su mayoría. A grandes rasgos el país está dividido en dos grandes segmentos culturales: el occidente indígena y el oriente mestizo o ladino. Mi padre procedía del oriente y sin embargo su vida política estuvo al lado de los indígenas y su defensa jurídica.

No sabemos de donde se origina el gusto de la lectura en mi padre, porque en su pueblo y en su época dominaba el analfabetismo, además fue criado por un montón de mujeres de un clan matriarcal, que tenían como actividad principal, el tener muchos hijos.

Mi abuelo paterno se horroriza de esa situación y temiendo que la orientación sexual de mi padre se inclinara hacia otra parte, decidió sacarlo del pueblo a muy temprana edad y lo llevó a La Antigua Guatemala, para que en un internado se hiciera "hombrecito" y estudiara como la gente. Suponemos los hijos que en La Antigua nuestro padre encontró la senda de la lectura, ya que fue un estudiante destacado en su toda formación académica desde los estudios elementales.

Su única carrera trunca fue la de medicina, porque se hizo padre a muy temprana edad, al nacer yo tuvo que trabajar y estudiar y así no se pudo mantener más en la universidad; despues estudió varias carreras y todas las concluyó exitosamente.

El asunto es que invirtió una fortuna en la adquisición de los libros de su biblioteca personal, cosa que a mi madre le desesperaba porque había otras necesidades materiales que cubrir y a ella se le hacía brusco tener que ver recortado su presupuesto de gastos domésticos, para que mi padre trajera más libros a casa. Después mi padre en secreto visitaba las librerías y escondía entre sus ropas los ejemplares que engrosaban aquellos anaqueles de madera.

A la muerte de mi padre, los hermanos nos planteamos qué hacer con la biblioteca de mi padre, de eso ya han pasado muchos años y la biblioteca continúa en su sitio.

Yo le calculo, a ojo de buen cubero, que la biblioteca contiene unos tres mil ejemplares, de materias diversas, y varias enciclopedias; ya que mi padre considero que fue un enciclopedista muy el estilo francés.

Me informa mi hermana Marilú, que sigue vinculada a la Universidad de San Carlos, que la idea es donar esa biblioteca a su alma mater. Pienso que ahí dará mejor servicio que en nuestra casa paterna, claro que hay que clasificar los libros por autor y tema. A nosotros nos toca desprendernos afectivamente de un legado muy importante que construyó nuestro padre a lo largo de muchos años, ya es hora que otros guatemaltecos se asomen a los libros que con tanta pasión coleccionó don Julio Hernández Sifontes.

La tarea es ardua por lo de la empacada de los libros, pero hay que hacerlo ya. Vamos a aprovechar ese enorme espacio que liberará la biblioteca para hacer otro reacomodo en el hogar. La familia crece con nuevos nietos, yernos y nueras, es posible que se necesite un sitio donde pernoctar permanentemente.

En la biblioteca de mi padre indagué desde la niñez en temas prohibidos, por eso le tengo tanto gusto a la lectura, que empezó siendo una actividad clandestina y deliciosa, para transformarse en un acto simplemente delicioso. Yo también me hice de muy buenas bibliotecas, que terminé cediéndolas a mis esposas, que si eran intelectuales, ni modo. Eso nos pasa por juntarnos con mujeres que si saben leer y saben latín.

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