Ricos y pobres: un mismo destino
Jorge Camil
Con el canto tradicional de rechazo a los políticos: que no, que no, que no nos representan”, 40 mil “indignados” españoles volvieron al centro de Madrid. Otros iniciaron una “marcha indignada” de Valencia a Madrid. Los temas continúan siendo la crisis económica que recorre Europa, provocada por la impericia de los gobiernos y los acuerdos restrictivos de la zona del euro; un desempleo que no cede y la desilusión total con la clase política, a la que acusan de ineficiencia y corrupción. En esto último están de acuerdo los jóvenes de todas partes.
La crisis de los jóvenes europeos coincide con un desempleo de 20 por ciento entre los jóvenes estadunidenses, y de casi el doble en algunas regiones. Lo cual, en opinión de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001, amenaza la estabilidad de Estados Unidos. Eso es lo que anuncia en su brillante ensayo de Vanity Fair (mayo de 2011): “Del 1%, por el 1%, para el 1%” (parafraseando el discurso de Lincoln, que definió la democracia como “el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”). Sólo que el uno por ciento de Stiglitz no se refiere al pueblo. Se refiere a la clase privilegiada, que recibe 20 por ciento del ingreso y controla más de 40 por ciento de la riqueza nacional. ¡Cifras alarmantes!
Con la misma acuciosidad que mostró para desmenuzar el costo de la “guerra” de George W. Bush (¡3 mil millones de dólares!), Stiglitz hace ahora una fría disección de la sociedad estadunidense para llegar al fondo de esta grave desigualdad económica. Descubrió que la suerte de los ricos mejora año con año, mientras que en las últimas décadas el ingreso de la clase media ha descendido vertiginosamente. Hoy día, en términos de igualdad en la distribución del ingreso, Estados Unidos marcha a la zaga de sus aliados europeos y de Brasil, que han reducido la brecha entre ricos y pobres.
Al analizar cuánto aportan los ricos a la economía, el famoso Nobel encontró que los ingresos con los que Estados Unidos retribuyó a los pioneros de la genética y la tecnología de la información fueron una miseria, comparados con los sueldos y bonos distribuidos a manos llenas entre los “genios” de Wall Street, que al explotar la burbuja financiera llevaron a Estados Unidos y a la economía mundial a la ruina. Concluye con una sentencia que se aplica a México, no obstante las felices cifras “electorales” de Ernesto Cordero: “una economía en la cual la mayoría de los ciudadanos se empobrece año con año está destinada al fracaso”.
Para Stiglitz, la otra cara de la inequidad económica es la pérdida de oportunidades. Y da el ejemplo de los graduados universitarios, que atraídos por los sueldos y bonos de Wall Street menospreciaron carreras más importantes para la comunidad, como la ingeniería, la medicina y las ciencias. En esa parte del ensayo afirma que nada contribuye más a fomentar la desigualdad económica que los monopolios y los beneficios fiscales a “grupos de interés”. Eso lo entendemos muy bien en México, hoy que finalmente Carlos Slim, el hombre más rico del mundo en un país de pobres, comienza a ser investigado y multado como uno más de los mortales. Aunque sea, como lo es, por motivos electorales.
Stiglitz, un economista con gran sentido social, no se limita al análisis frío de cifras económicas. Al discutir temas como la seguridad, la educación, la salud y la disponibilidad de parques de recreo, concluye que a los ricos esos temas los tienen sin cuidado, porque pueden comprar esos satisfactores con su propio dinero. El problema es que con esa actitud contribuyen a ensanchar aún más la brecha entre ricos y pobres, haciéndoles perder cualquier lazo de solidaridad que tuviesen con los de menores ingresos.
Con ironía, Stiglitz considera la enorme desigualdad económica como un “logro orgullosamente americano”, fomentado por el convencimiento generalizado de que “la riqueza genera poder, y el poder genera riqueza”. Cita la desafortunada sentencia de la Suprema Corte, que no hace mucho consideró “inconstitucional” la imposición de límites a las contribuciones para campañas electorales. “Eso fue la entronización del derecho de las grandes corporaciones para comprar gobiernos”.
Esa parte del ensayo también se aplica a México: ¿recuerdan los millones de fondos ilegales contribuidos por los poderes fácticos en 2006 para financiar la campaña contra Andrés Manuel López Obrador, aquella que lo caracterizaba como “un peligro para México”? En el pecado llevaron la penitencia, porque jamás imaginaron que el verdadero peligro sería una guerra civil con 40 mil muertos, 40 mil asilados políticos (El Universal: http://bit.ly/loLbt9), 3 mil desapariciones forzadas (http://bit.ly/mNlAS9) y fuga de capitales por 93 mil millones de dólares, que cancelan el beneficio de las remesas (La Jornada: http://bit.ly/lE36xV).
Stiglitz reconoce que los ricos del uno por ciento, con mejores casas, educación, servicios de salud y estilos de vida, no han comprado con su dinero la conciencia de que su destino está íntimamente ligado a la suerte del otro 99 por ciento. Quizá lo hagan demasiado tarde. ¿Será el caso de México?
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