Ay, qué mala es la droga
Cristina Fallarás.
Él vino en un barco de nombre extranjero y cuando se largó sin decir adiós en un vuelo de Ryanair te cogiste una curda que casi no lo cuentas. No la típica borrachera de noche de viernes, ni la de cuando gana tu equipo, ni la de tu cumpleaños, ni la de tu no-cumpleaños, sino ese otro ciego, el de los corazones rotos, que es mucho peor por lo concienzudo, porque te lo mereces, ¿no?
En el váter del mismo bar donde bebías con tus cuatro mejores amigas a ojos llenos, una panda de gatitas sin pena y en eterna fila movían la cola golosas a la espera de la siguiente raya y maullaban a la luna una noche sin día, un verano sin fin.
Ni a ellas les importó tu pena ni a tu madre le asustó tu vómito, del que no fue consciente gracias a las benditas benzodiacepinas que con la copita de Cointreau de la noche le ayudan a olvidar los nervios desatados que le produce esta crisis, desde luego dónde iremos a parar.
Esta crisis y esta época en la que a tu padre le tocan, mala época, Marisa, mala época, hoy tampoco me esperes despierta, congresos y negociaciones y viajes a gogó, con sus copas y sus putas hermosas y rubias como la cerveza, y quién sabe si también alguna raya, ja ja ja, qué cosas tienen las mininas de extrarradio, la típica raya de comercial a las cinco, farlopa de Alameda de Osuna y corbata floja, cerramos el contrato y ponme otro pelotazo.
Los camellos se salvarán de este bache con indignados y camareras que escupen el semen de los desaprensivos, España es el mayor consumidor de cocaína de Europa, cunden la ketamina y unas pastis de polígono, la OMS considera que alcohólicos y drogadictos son enfermos, y en la peluquería comentan que cómo no iba a morirse esa cantante del moño negro y la copa en la mano, tan drogadicta la pobre, si estaba siempre colgada, si sólo había que verla, su pecho tatuado con un corazón.
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