domingo, 24 de julio de 2011

Amy y su destino.

El destino cita a Amy Winehouse
La cantante de 27 años fue hallada muerta ayer en su apartamento de Londres - Sus excesos eclipsaron un inmenso talento para renovar la música 'soul'


A primeras horas de la tarde, saltaba la noticia: Amy Winehouse había fallecido en un piso de Camdem, en Londres. No era la primera vez que se rumoreaba su defunción y hubo que esperar a que un portavoz de la Policía Metropolitana confirmara que sí, que el Servicio de Ambulancias recibió una llamada a las 15.54 (hora británica) pero que ya no pudo hacer nada por la cantante. Dados los antecedentes, medios y fans especulaban que se trataba de una sobredosis. Conviene esperar al informe del forense, aunque -con toda seguridad- antes nos llegaran las revelaciones de supuestos amigos.

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No era la primera vez que se rumoreaba su defunción

Ofreció su último concierto el pasado junio en Belgrado y suspendió la gira
Una de las últimas apariciones públicas de Amy ocurrió el 18 de junio, en Belgrado. No fue un buen concierto: se cayó, parecía incapaz de interpretar su repertorio y tampoco recordaba el nombre de sus músicos. El público serbio decidió que la cantante estaba borracha y se dedicó a abuchearla: el respetable huele la sangre y no perdona. Al poco, se suspendía el resto de la gira europea, que incluía una parada en Bilbao. Su oficina anunciaba que no habría nuevas actuaciones hasta que Winehouse pudiera recuperarse: otra vez el ciclo de rehabilitaciones, caídas, intentos de volver a la normalidad.

Su muerte transforma una carrera extraordinaria en una simple moraleja. Inevitablemente, eso eclipsara su papel en el redescubrimiento del soul y en el boom de las vocalistas femeninas, dos fenómenos que han cambiado el perfil de la música pop internacional. Con veinte años, ella editaba Frank (2003), un disco de querencia jazzística que compitió por el premio Mercury. Pero fue en 2006, con Back to black, cuando encontró la fórmula ganadora.

Su segundo trabajo mostraba una fascinación por el soul de los sesenta, con la autenticidad que proporcionaban los Dap-Kings, la banda que tomó prestada a la veterana vocalista neoyorquina Sharon Jones. También había rastros de exuberantes músicas jamaicanas pero lo esencial fue la construcción del personaje, con canciones desafiantes como Rehab y You know I'm not good. Amy se transformaba en una versión contemporánea de las protagonistas del repertorio de las Shangri-Las y otros girl groups, chicas atrapadas por amores complicados y enfrentadas a la moral dominante.

Paulatinamente, nos enteramos de que su imagen coincidía con su vida privada. Había un novio, luego marido, con nombre de villano: Blake Fielder-Civil. El padre, un taxista con vocación de cantante, también se convirtió en figura mediática: quería salvar a su hija de la adicción al crack, la heroína, el alcohol. Hubo broncas, visitas a la comisaría, declaraciones explosivas. El marido, dado a resolver violentamente discusiones, terminó en la cárcel y ella en una isla del Caribe, para alejarla de las malas influencias, mientras se tramitaba el divorcio. Aquello se convirtió en un reality show: se rodó un documental, luego libro, titulado Saving Amy (Salvando a Amy).

En realidad, el título más adecuado era el del segundo disco de los New York Dolls: Too much, too soon (Demasiado y demasiado pronto). Amy era un producto de la sofisticada industria inglesa del pop: entre los muchos colegios que conoció, había pasado por la BRIT School, una eficaz academia para futuras estrellas. A los 19 años, estaba bajo contrato con una discográfica, una editorial y una empresa de management. Sin embargo, no pudo aprender lo esencial: como sobrevivir a una fama repentina, de dimensiones globales, en los tiempos de la comunicación instantánea.

Durante la peor crisis de la industria musical, ella fue uno de los pilares de la multinacional Universal. La compañía hizo lo posible por estirar su arrollador éxito, publicando ediciones ampliadas tanto de Frank como de Back to black. De alguna manera, el consenso general en su círculo era que resultaría buena terapia empujarla a hacer un disco. Sus dos productores, Salaam Remi y Mark Ronson, lo intentaron pero se había evaporado la inspiración -Amy sí pudo participar en homenajes colectivos, interpretando temas ajenos- y se había perdido la motivación.

Por la brecha que ella abrió, se colaron otras cantantes británicas con educación en el soul y en el reggae: Lilly Allen, Duffy, Adele. Ellas evitaron los deslices de Amy, una chica flaquita que se vendía como despampanante sex symbol, con grandes ganas de divertirse e impermeable a las críticas. Es su desdicha que haya muerto unas semanas antes de cumplir los 28 años, lo que la sitúa de pleno en la leyenda urbana del club de los 27, el grupo de rock stars que desaparecen al llegar a esa edad.

En realidad, Amy pertenecía a otro club: era más bien la continuadora de vocalistas como Billie Holiday, Dusty Springfield, Nina Simone o Etta James. Algunas de ellas tuvieron hábitos tan peligrosos como los de Winehouse pero vivieron muchos años. En ningún libro estaba escrito que ella tuviera que morir ahora, tras hacer únicamente dos discos: cada drama tiene sus razones.

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