domingo, 17 de julio de 2011

Buenos Aires y los sarracenos.

Buenos Aires y los sarracenos
Guillermo Almeyra


Como siempre, vinieron en masa los sarracenos y, mucho más que de costumbre, nos molieron a palos, pues Dios está con los malos, sobre todo cuando los supuestos buenos tienen mucho en común con los malos.

El triunfo de Mauricio Macri en las elecciones porteñas –donde obtuvo 47 por ciento de los votos, contra casi 28 de Daniel Filmus– difícilmente podrá ser revertido el 31 en la segunda vuelta, pues a Macri le bastará para superar el 50 por ciento de los sufragios con obtener un puñado de votos derechistas de Ricardo Alfonsín y de Lilita Carrió, que ya le dieron su apoyo.

El kirchnerismo podría lograr un milagro sólo si el vencedor perdiese un 10 por ciento de sus votos porque una iluminación repentina los llevase a abstenerse o si en la segunda vuelta un sector macrista, convencido de que Macri ya ganó, no votase y votara en cambio contra la ola semifascista un 10 por ciento del 25 por ciento que se abstuvo.

¿Por qué en Buenos Aires hay siempre una capa reaccionaria tan fuerte? Una razón es que la riqueza que se produce en las pampas y en los suburbios industriales se recibe y se gasta en Buenos Aires, donde el producto interno bruto es de nivel europeo y donde se concentra el poder y el lujo de los propietarios extranjeros y nacionales de las grandes empresas, de los especuladores y financieros, de los soyeros y del turismo con sus modelos de consumo despampanantes. Las diversas clases medias urbanas imitan a esos ricos y potentes y asumen sus valores.

Por otra parte, dado que hace decenios que las grandes fábricas que tenía la ciudad están cerradas, y que los obreros y clasemedieros pobres que en ésta residían han sido expulsados hacia los suburbios, la influencia de los cientos de miles de obreros que llegaban todas las mañanas a trabajar en la capital y en ella pesaban, desapareció junto con la vida democrática, plebeya, de los barrios y la solidaridad vecinal.

El paisaje y la cultura urbanos sufrieron así un enorme deterioro y no hubo contrapeso social a la influencia de la televisión y de los grandes diarios que están en manos de la derecha, los cuales impusieron ideas, normas, gustos, modos de vivir a los porteños y difundieron la incultura entre vastos sectores populares, que dejaron de pensar en un avance social colectivo y se refugiaron en la pobre esperanza del ascenso social individual, imitando a los “Señores”.

Macri no ganó sólo porque la propaganda oficialista fue estúpida y torpe. El macrismo se explica sin Macri. Por eso el kirchnerismo no convenció diciendo que Macri era estúpido, no trabajaba, ni que dejaba que las escuelas públicas y los hospitales se derrumbasen.

Porque los más pobres odian tener que esperar largas semanas para ser atendidos en los hospitales públicos y desearían ir a clínicas privadas, no respetan ni la enseñanza pública ni a los maestros y creen que los colegios de paga son mejores.

Y porque, sin darse cuenta de que el Estado nacional subsidia luz, agua, gas, transportes, alimentos, o sea, su nivel de vida, comparten en cambio las ideas de la oligarquía sobre el carácter parasitario del Estado y la apoyaron en el llamado “conflicto del campo” (o sea, en la negativa de los grandes monopolios soyeros y de los grandes terratenientes a pagar impuestos como cualquier hijo de vecino).


El peronismo de Perón hablaba de soluciones colectivas, arrancadas por los sindicatos. Macri habla hoy, en cambio, como toda la prensa, de soluciones individuales y su lema “vos sos bienvenido” dirigido al vecino pobre quiere decir en realidad no será bienvenido el inmigrante que llega a tu barrio y obtiene casas, lugares en escuelas y en hospitales y llena el transporte.

El sur de la ciudad, donde las fábricas desaparecieron junto con los obreros, y donde se amontonan los trabajadores de los servicios, mal pagados y precarios así como los desclasados, votó también igual que los barrios ricos por Macri porque éste cabalgó un racismo inmundo.

O sea, los pobres del sur votaron por Macri para tener una identidad “superior” a la de quienes, “oscuritos”, conviven con ellos en el mismo barrio. Y ven a los sindicatos como entidades ajenas, dirigidas por millonarios y ladrones. Para recoger esa subcultura Macri nombró vicejefa de gobierno a una joven de Villa Lugano, como ejemplo de éxito, y le puso como condición que no se maquillara (en contraste con la siempre maquillada Cristina Fernández).

El macrismo “popular” es la expresión del atraso, la xenofobia, la despolitización y es el ala derecha y más primitiva del mismo sector donde también se apoya el kirchnerismo. Por eso buena parte de los votos de Macri en octubre podrá votar sin problemas por Cristina Fernández.

El macrismo, además, reclutó buena parte de sus activistas en el peronismo de derecha, que está acostumbrado a comprar votos en los barrios y a recorrerlos organizando ese clientelismo. Macri es además el aliado de ese peronismo ultraderechista, como el del empresario Francisco de Narváez, colombiano ligado a los narcos, que le ganó a Kirchner en la provincia de Buenos Aires.

Al mismo tiempo, como derechista, absorbió los votos de la Unión Cívica Radical (que obtuvo poco más de 2 por ciento tras haber gobernado la capital y el país) y de la Carrió, que sacó 3 por ciento. Se produjo así una concentración de la derecha contra el kirchnerismo. No hay margen para el proyecto de Pino Solanas, que perdió la mitad de sus votos.

Por su parte la izquierda que lucha por el socialismo pasó de 2.04 en 2007 a 1.2 en 2011, pues al no comprender ni la ciudad ni el carácter del kirchnerismo quedó encerrada en la propaganda y la agitación. Es urgente pues hacer un balance sobre qué es Buenos Aires y qué son hoy tanto el kirchnerismo como los movimientos reaccionarios de masas, como el macrismo, que tiene con aquél puntos de contacto, sobre todo en los métodos y la organización. Sin ese balance no hay izquierda posible.

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