Los bloques de cemento van encajando unos con otros como piezas de dominó. En un par de semanas estará listo este tramo de muro de hormigón con el que Israel quiere reforzar su frontera norte y protegerse de posibles ataques procedentes de Líbano. Con esta nueva barrera, Israel queda ya casi amurallado por completo; aislado físicamente de sus vecinos por el norte, el sur y el oeste. Acero, cemento y alambre de espino es la tarjeta de visita que Israel ofrece a sus países vecinos —Siria, Jordania, Líbano y Egipto—, ocupados en revoluciones internas de potenciales consecuencias externas. Israel les muestra la cara más asustadiza de un país fuerte por fuera y temeroso por dentro. La llamada primavera árabe no ha hecho sino exacerbar ese nerviosismo y ha acelerado la construcción de un muro en la frontera con Egipto.
Del otro lado de la frontera norte, en el lado libanés, algunos curiosos se suben a un edificio a mirar cómo avanzan las obras. La base del Ejército israelí está prácticamente pegada a Kfar Kila, un pueblo libanés en el que junto a la bandera nacional, ondea otra, la del archienemigo Hezbolá, el partido-milicia chií. Esta semana, el máximo líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, ha vuelto a amenazar con un ataque a Israel en caso de una nueva incursión por parte de su vecino del sur. En el verano de 2006, Israel llevó a cabo una intensa campaña de bombardeos en Líbano que dejó 1.200 muertos en poco más de un mes.
Una de las casas de Kfar Kila está prácticamente pegada a la valla cubierta de plástico anaranjado que hasta ahora marcaba la frontera. Una patrulla de la UNIFIL, compuesta en parte por españoles, controla también las obras ante cualquier chispa que pueda saltar debido a la nueva maniobra israelí. “Estamos muy pegados y se trata de reducir la tensión. A veces nos tiran piedras. Cuando el muro esté construido no habrá contacto alguno; ni nos veremos”, explica el comandante Eran, responsable del Ejército israelí de la obra de Metula. Detalla, además, que el muro medirá entre cinco y siete metros de alto y cerca de un kilómetro de largo.
El verano pasado, un incidente fronterizo estuvo a punto de incendiar esta zona. Cinco personas murieron después de que la poda de un árbol junto a la frontera desatara un tiroteo entre el Ejército israelí y el libanés. La idea, dicen ahora los militares israelíes, es evitar que se repitan incidentes de este tipo. El nuevo muro no cubre, sin embargo, toda la linde, sino que se ocupa de separar los núcleos urbanos de un lado y otro de la frontera, por lo que no resuelve situaciones como la del pasado verano.
El de Metula es solo una pieza de un rompecabezas bastante más amplio; de un extenso entramado de barreras. El Muro con mayúsculas es evidentemente el que rodea a los territorios palestinos y que de paso confisca el 12% del territorio cisjordano. Esta serpiente de hormigón, cuya construcción comenzó en 2002 y cuyo trazado fue declarado ilegal por el Tribunal de Justicia de La Haya dos años más tarde, es una obra faraónica, de la que aún queda cerca de un tercio por construir. Israel levantó ese muró en un momento en que los suicidas palestinos volaban autobuses y mercados, en lo que se conoció como la segunda Intifada. Sucesivos Gobiernos israelíes aseguran que el muro —ellos prefieren llamarlo verja, ya que en algunos tramos es de hormigón y en otros de alambre— ha sido clave en la disminución de ataques palestinos, prácticamente inexistentes en la actualidad.
Los políticos palestinos aseguran, sin embargo, que el fin de los atentados obedece a una decisión política de las autoridades de Cisjordania de mantener a las facciones armadas bajo control y de darle una oportunidad a la resistencia no violenta y a la diplomacia. Los palestinos de a pie añaden que el muro y su red de check-points correspondiente dificulta el libre movimiento de las personas, pero también aseguran que quien quiere cruzar, encuentra una manera de hacerlo. Prueba de ello son las hordas de trabajadores sin papeles que todas las semanas saltan despavoridos el muro para volverlo a saltar una semana más tarde ya con los jornales ganados.
El de Cisjordania es el muro más conocido, pero no es ni mucho menos el único. Está también la barrera de decenas de kilómetros que bordea la franja de Gaza y que cualquiera que se atreva a acercarse a ella desde el lado palestino corre el serio peligro de recibir un disparo. Con esta barrera Israel quiere impedir la entrada y salida de supuestos terroristas de la franja, gobernada con puño de hierro por el movimiento islamista Hamás. Pero para el tipo de ataques que llevan a cabo los grupos armados de Gaza —lanzamiento de cohetes artesanales— los muros y barreras no suponen un obstáculo.
El que separa Israel de Egipto es una obra nueva bautizada “reloj de arena”, que medirá unos 240 kilómetros de largo y cuya finalización está prevista para finales de año. Separará el desierto del Sinaí y el del Negev. Habrá tramos que serán una pared de acero y otros que serán una verja electrificada. La idea es impedir la entrada de africanos sin papeles que han encontrado en la frontera sur de Israel la entrada a una economía del primer mundo. La barrera pretende además impedir la entrada de supuestos terroristas procedentes del Sinaí egipcio, una zona en la que reina el caos y en la que la autoridad de un Gobierno egipcio en transición no se deja sentir. La construcción avanza a marchas forzadas.
La semana pasada, el Ejército se percató, sin embargo, de que la nueva barrera es más permeable de lo que pensaban y de que vallar el desierto es poco menos que poner diques al mar. Un grupo de supuestos criminales armados con sierras eléctricas cortó la verja y el alambre de espino y se coló en Israel a través de Egipto. A pesar de que los infiltrados eran presuntos criminales de escasa peligrosidad, el Ejército insistió en que el peligro radicaba en que el coladero podía ser utilizado en el futuro por verdaderos terroristas.
Para completar el cercado nacional, Israel planea construir un muro en la frontera con Jordania, el otro país árabe, junto con Egipto, con el que Israel tiene firmado un acuerdo de paz. De nuevo la idea es impedir la entrada de trabajadores indocumentados, según anunció el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, hace unos meses.
“De forma muy irracional, Israel está haciendo todo lo posible en la última década para no ser aceptado en Oriente Próximo y para después quejarse de todos los peligros y los riesgos, y luego rodearse con muros. Yo no tengo nada en contra de los muros, pero Israel debería abrirse a la región”, sostuvo hace poco Gideon Levy, columnista del diario israelí Haaretz en la cadena Al Yazira.
Yigal Palmor, portavoz del Ministerio de Exteriores, sostiene que la proliferación de barreras “no es un proyecto político sino que obedece a circunstancias concretas”, y pone como ejemplo la transición política en Egipto y el caos reinante en el Sinaí. Yosi Alpher, analista israelí y coeditor de la página de información regional Bitterlemons, también piensa que las infraestructuras responden a amenazas concretas, pero matiza que en el caso del muro de Cisjordania sí hay una motivación política. “La agenda oculta israelí es apropiarse de terrenos palestinos y marcar las fronteras del nuevo Estado”. En el caso egipcio, considera que la inestabilidad del país fruto de la llamada primavera árabe ha sido el catalizador.
Alpher recuerda que “otros países, incluido España, tienen vallas para por ejemplo protegerse de la entrada de inmigrantes”. Cierto es que los muros no han caído en muchas partes del mundo. El caso israelí, sin embargo, es distinto, porque se encuentra amurallado casi en su totalidad y crecientemente aislado en la región. “Sí, la verdad es que si miras el mapa, estamos cercados”, dice Alpher.
Del otro lado de la frontera norte, en el lado libanés, algunos curiosos se suben a un edificio a mirar cómo avanzan las obras. La base del Ejército israelí está prácticamente pegada a Kfar Kila, un pueblo libanés en el que junto a la bandera nacional, ondea otra, la del archienemigo Hezbolá, el partido-milicia chií. Esta semana, el máximo líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, ha vuelto a amenazar con un ataque a Israel en caso de una nueva incursión por parte de su vecino del sur. En el verano de 2006, Israel llevó a cabo una intensa campaña de bombardeos en Líbano que dejó 1.200 muertos en poco más de un mes.
Una de las casas de Kfar Kila está prácticamente pegada a la valla cubierta de plástico anaranjado que hasta ahora marcaba la frontera. Una patrulla de la UNIFIL, compuesta en parte por españoles, controla también las obras ante cualquier chispa que pueda saltar debido a la nueva maniobra israelí. “Estamos muy pegados y se trata de reducir la tensión. A veces nos tiran piedras. Cuando el muro esté construido no habrá contacto alguno; ni nos veremos”, explica el comandante Eran, responsable del Ejército israelí de la obra de Metula. Detalla, además, que el muro medirá entre cinco y siete metros de alto y cerca de un kilómetro de largo.
El verano pasado, un incidente fronterizo estuvo a punto de incendiar esta zona. Cinco personas murieron después de que la poda de un árbol junto a la frontera desatara un tiroteo entre el Ejército israelí y el libanés. La idea, dicen ahora los militares israelíes, es evitar que se repitan incidentes de este tipo. El nuevo muro no cubre, sin embargo, toda la linde, sino que se ocupa de separar los núcleos urbanos de un lado y otro de la frontera, por lo que no resuelve situaciones como la del pasado verano.
El de Metula es solo una pieza de un rompecabezas bastante más amplio; de un extenso entramado de barreras. El Muro con mayúsculas es evidentemente el que rodea a los territorios palestinos y que de paso confisca el 12% del territorio cisjordano. Esta serpiente de hormigón, cuya construcción comenzó en 2002 y cuyo trazado fue declarado ilegal por el Tribunal de Justicia de La Haya dos años más tarde, es una obra faraónica, de la que aún queda cerca de un tercio por construir. Israel levantó ese muró en un momento en que los suicidas palestinos volaban autobuses y mercados, en lo que se conoció como la segunda Intifada. Sucesivos Gobiernos israelíes aseguran que el muro —ellos prefieren llamarlo verja, ya que en algunos tramos es de hormigón y en otros de alambre— ha sido clave en la disminución de ataques palestinos, prácticamente inexistentes en la actualidad.
Los políticos palestinos aseguran, sin embargo, que el fin de los atentados obedece a una decisión política de las autoridades de Cisjordania de mantener a las facciones armadas bajo control y de darle una oportunidad a la resistencia no violenta y a la diplomacia. Los palestinos de a pie añaden que el muro y su red de check-points correspondiente dificulta el libre movimiento de las personas, pero también aseguran que quien quiere cruzar, encuentra una manera de hacerlo. Prueba de ello son las hordas de trabajadores sin papeles que todas las semanas saltan despavoridos el muro para volverlo a saltar una semana más tarde ya con los jornales ganados.
El de Cisjordania es el muro más conocido, pero no es ni mucho menos el único. Está también la barrera de decenas de kilómetros que bordea la franja de Gaza y que cualquiera que se atreva a acercarse a ella desde el lado palestino corre el serio peligro de recibir un disparo. Con esta barrera Israel quiere impedir la entrada y salida de supuestos terroristas de la franja, gobernada con puño de hierro por el movimiento islamista Hamás. Pero para el tipo de ataques que llevan a cabo los grupos armados de Gaza —lanzamiento de cohetes artesanales— los muros y barreras no suponen un obstáculo.
La agenda oculta israelí es apropiarse de terrenos palestinos y marcar las fronteras del nuevo Estado”
Yosi Alpher, analista israelí
La semana pasada, el Ejército se percató, sin embargo, de que la nueva barrera es más permeable de lo que pensaban y de que vallar el desierto es poco menos que poner diques al mar. Un grupo de supuestos criminales armados con sierras eléctricas cortó la verja y el alambre de espino y se coló en Israel a través de Egipto. A pesar de que los infiltrados eran presuntos criminales de escasa peligrosidad, el Ejército insistió en que el peligro radicaba en que el coladero podía ser utilizado en el futuro por verdaderos terroristas.
Para completar el cercado nacional, Israel planea construir un muro en la frontera con Jordania, el otro país árabe, junto con Egipto, con el que Israel tiene firmado un acuerdo de paz. De nuevo la idea es impedir la entrada de trabajadores indocumentados, según anunció el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, hace unos meses.
“De forma muy irracional, Israel está haciendo todo lo posible en la última década para no ser aceptado en Oriente Próximo y para después quejarse de todos los peligros y los riesgos, y luego rodearse con muros. Yo no tengo nada en contra de los muros, pero Israel debería abrirse a la región”, sostuvo hace poco Gideon Levy, columnista del diario israelí Haaretz en la cadena Al Yazira.
El muro que separará Israel de Egipto medirá 240 kilómetros de largo y estará terminado a finales de año
Alpher recuerda que “otros países, incluido España, tienen vallas para por ejemplo protegerse de la entrada de inmigrantes”. Cierto es que los muros no han caído en muchas partes del mundo. El caso israelí, sin embargo, es distinto, porque se encuentra amurallado casi en su totalidad y crecientemente aislado en la región. “Sí, la verdad es que si miras el mapa, estamos cercados”, dice Alpher.
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