Palma a un Haneke angustioso y tierno
El drama ‘Amor’, del director austriaco, se lleva el máximo galardón del certamen
El rumano Cristian Mungiu obtiene dos premios por ‘Beyond the hills’
Al recibir su segunda Palma de Oro en el Festival de Cannes, Michael Haneke, ese hombre espigado y aparentemente glacial cuyo potente y tortuoso cerebro da terror, se la ha dedicado a su rubia esposa asegurando que lleva soportándole 30 años y recordando la mutua promesa que ambos se hicieron si las circunstancias vitales lo imponen. Y he sentido un escalofrío al asociar esa declaración con lo que ocurre en su película Amor, que ha logrado un reconocimiento bastante incontestable, ante el que nadie con criterio y sensatez se puede escandalizar.
Siempre esperas territorios cenagosos y el protagonismo de psicopatías y del mal en el cine de este director. Por ello, sorprende inicialmente que haya titulado Amor a su última película. Y no lo hace con desdén o con sarcasmo. Pero también sabes que no te hablará de la plenitud y la alegría del amor, sino que forzosamente aparecerá el dolor y las zonas sombrías. Son un matrimonio anciano que además de seguir queriéndose se llevan bastante bien con la vida, disfrutan de la música, de la cotidianidad, de las pequeñas cosas. Hasta que aparece la maldita enfermedad minando hasta extremos degradantes el cerebro y el cuerpo de ella. Y ocurre esa putada tan habitual de que la muerte no sea mutua y rápida en la gente que se ama, que uno tenga que asistir con impotencia y horror a la devastación del otro.
Todo ello ocurre en el espacio claustrofóbico de una casa, describiendo la tragedia de estos dos seres irremediablemente desvalidos, aunque también aparezcan algunos personajes episódicos, como el de una hija cuya relación con el marido, a diferencia de la de sus padres, está naufragando.
Haneke jamás ha escatimado en su cine el realismo aplicado al sufrimiento extremo y ha ofrecido una dureza y una frialdad expositiva que pueden hacer daño al espectador observando la violencia y lo enfermizo. Pero aquí, por primera vez, aunque esté hablando de la destrucción imparable y letal, se permite cierta ternura retratando la llegada de la oscuridad. Y dispone de los excelentes Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, dos iconos del cine francés, para transmitir las sensaciones físicas y mentales que recorren a estos personajes en situación trágica. Te hacen compartir su angustia y su pavor. Es una película que te deja hecho polvo. Y hay que poseer talento para ello. Y respiro aliviado cuando dejo atrás esa atmósfera lúgubre, esa historia que solo puede ir a peor. Pero han pasado varios días y sus imágenes permanecen en la retina, señal inequívoca de su fuerza, de que te ha golpeado y removido.
El Gran Premio del Jurado, concedido a Reality, tampoco es injusto, aunque la acogida que le dieron los medios de comunicación fuera muy tibia. Hay bastantes elementos de la gran comedia italiana de antes en el patético retrato que hace Garrone de un pescadero napolitano que acaba enloqueciendo y perdiéndolo todo por su obsesión de que le seleccionen para concursar en Gran Hermano. Aunque lo que cuenta es muy triste y desgarrado, es una de las escasísimas películas que en algunos momentos te hacen sonreír o reír en una sección oficial con sobredosis de dramas espesos y seriedad vocacional o forzada.
Algo que también consigue Ken Loach en la vivaz, humanista y emotiva The angels’ share, un relato sobre perdedores que buscan una salida y la encuentran, en la que Loach vuelca comprensión y cariño hacia sus personajes y lo contagia al espectador que no sienta aversión profesional hacia los finales felices. Y se agradece mucho la frescura y el humor en medio de tanta pretensión de arte atormentado.
La película danesa The hunt es, junto a la estadounidense Mud, que no ha conseguido ningún premio, las dos que más me han gustado en la sección oficial. The hunt ha logrado al menos el muy justo premio de interpretación para su protagonista Mads Mikkelsen, que otorga estupor, acorralamiento, desesperación y dignidad a un hombre que ve cómo se derrumba todo su mundo por la mentira de una niña, hija de su amigo íntimo, acusándole de pederastia.
El director rumano Cristian Mungiu nos desasosegó perdurablemente a casi todo el público de Cannes cuando exhibió hace cinco años Cuatro meses, tres semanas, dos días, aquella asfixiante historia sobre una estudiante que intenta abortar clandestinamente ayudada por una amiga. Le concedieron la Palma de Oro. El jurado ha vuelto a reconocer su fuerza expresiva premiando el guion y a las dos actrices que protagonizan Beyond the hills, un relato que a mí me ha resultado alargado y plomizo sobre una mujer desequilibrada que recurre a su amiga de la infancia buscando refugio. Esta pertenece a una comunidad religiosa ferozmente ortodoxa que vive en el campo y empeñada en sacarle el diablo del cuerpo a la visitante con exorcismos tan bestias como vanos.
Acabo harto de la morosidad, los espasmos y las reiteraciones con las que está descrito el inacabable horror. Si el palmarés me parece lógico en varios casos y discutible en otros, encuentro un disparate lamentable el galardón como mejor director al mexicano Carlos Reygadas. Nada de lo que describe en Post tenebras lux tiene sentido pero el lenguaje para hacerlo está a la misma altura.
También había rumores, debido al entusiasmo marciano de la crítica francesa hacia ella, de que iban a premiar a la infame tontería Holy Motors, dirigida por Leos Carax, alguien que pretende ser fiel a sus longevos años a la sofisticada etiqueta de enfant terrible. Al menos, el jurado ha mantenido la lucidez ante la presión que recibían para reconocer a Carax. Pero si su idea de un director modélico se concreta en Carlos Reygadas y a este le salen demasiados imitadores, sería un notable motivo de preocupación. Por el bien del cine. Ha sido un Cannes decepcionante, la edición más floja que recuerdo desde hace bastantes años. Y te planteas con inevitable mosqueo que si los que seleccionan lo mejor de la cosecha anual te han ofrecido este material tan leve, lo que queda para el resto de los festivales puede provocar exclusivamente miedo.
Siempre esperas territorios cenagosos y el protagonismo de psicopatías y del mal en el cine de este director. Por ello, sorprende inicialmente que haya titulado Amor a su última película. Y no lo hace con desdén o con sarcasmo. Pero también sabes que no te hablará de la plenitud y la alegría del amor, sino que forzosamente aparecerá el dolor y las zonas sombrías. Son un matrimonio anciano que además de seguir queriéndose se llevan bastante bien con la vida, disfrutan de la música, de la cotidianidad, de las pequeñas cosas. Hasta que aparece la maldita enfermedad minando hasta extremos degradantes el cerebro y el cuerpo de ella. Y ocurre esa putada tan habitual de que la muerte no sea mutua y rápida en la gente que se ama, que uno tenga que asistir con impotencia y horror a la devastación del otro.
Todo ello ocurre en el espacio claustrofóbico de una casa, describiendo la tragedia de estos dos seres irremediablemente desvalidos, aunque también aparezcan algunos personajes episódicos, como el de una hija cuya relación con el marido, a diferencia de la de sus padres, está naufragando.
Haneke jamás ha escatimado en su cine el realismo aplicado al sufrimiento extremo y ha ofrecido una dureza y una frialdad expositiva que pueden hacer daño al espectador observando la violencia y lo enfermizo. Pero aquí, por primera vez, aunque esté hablando de la destrucción imparable y letal, se permite cierta ternura retratando la llegada de la oscuridad. Y dispone de los excelentes Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, dos iconos del cine francés, para transmitir las sensaciones físicas y mentales que recorren a estos personajes en situación trágica. Te hacen compartir su angustia y su pavor. Es una película que te deja hecho polvo. Y hay que poseer talento para ello. Y respiro aliviado cuando dejo atrás esa atmósfera lúgubre, esa historia que solo puede ir a peor. Pero han pasado varios días y sus imágenes permanecen en la retina, señal inequívoca de su fuerza, de que te ha golpeado y removido.
El Gran Premio del Jurado, concedido a Reality, tampoco es injusto, aunque la acogida que le dieron los medios de comunicación fuera muy tibia. Hay bastantes elementos de la gran comedia italiana de antes en el patético retrato que hace Garrone de un pescadero napolitano que acaba enloqueciendo y perdiéndolo todo por su obsesión de que le seleccionen para concursar en Gran Hermano. Aunque lo que cuenta es muy triste y desgarrado, es una de las escasísimas películas que en algunos momentos te hacen sonreír o reír en una sección oficial con sobredosis de dramas espesos y seriedad vocacional o forzada.
Algo que también consigue Ken Loach en la vivaz, humanista y emotiva The angels’ share, un relato sobre perdedores que buscan una salida y la encuentran, en la que Loach vuelca comprensión y cariño hacia sus personajes y lo contagia al espectador que no sienta aversión profesional hacia los finales felices. Y se agradece mucho la frescura y el humor en medio de tanta pretensión de arte atormentado.
La película danesa The hunt es, junto a la estadounidense Mud, que no ha conseguido ningún premio, las dos que más me han gustado en la sección oficial. The hunt ha logrado al menos el muy justo premio de interpretación para su protagonista Mads Mikkelsen, que otorga estupor, acorralamiento, desesperación y dignidad a un hombre que ve cómo se derrumba todo su mundo por la mentira de una niña, hija de su amigo íntimo, acusándole de pederastia.
El director rumano Cristian Mungiu nos desasosegó perdurablemente a casi todo el público de Cannes cuando exhibió hace cinco años Cuatro meses, tres semanas, dos días, aquella asfixiante historia sobre una estudiante que intenta abortar clandestinamente ayudada por una amiga. Le concedieron la Palma de Oro. El jurado ha vuelto a reconocer su fuerza expresiva premiando el guion y a las dos actrices que protagonizan Beyond the hills, un relato que a mí me ha resultado alargado y plomizo sobre una mujer desequilibrada que recurre a su amiga de la infancia buscando refugio. Esta pertenece a una comunidad religiosa ferozmente ortodoxa que vive en el campo y empeñada en sacarle el diablo del cuerpo a la visitante con exorcismos tan bestias como vanos.
Acabo harto de la morosidad, los espasmos y las reiteraciones con las que está descrito el inacabable horror. Si el palmarés me parece lógico en varios casos y discutible en otros, encuentro un disparate lamentable el galardón como mejor director al mexicano Carlos Reygadas. Nada de lo que describe en Post tenebras lux tiene sentido pero el lenguaje para hacerlo está a la misma altura.
También había rumores, debido al entusiasmo marciano de la crítica francesa hacia ella, de que iban a premiar a la infame tontería Holy Motors, dirigida por Leos Carax, alguien que pretende ser fiel a sus longevos años a la sofisticada etiqueta de enfant terrible. Al menos, el jurado ha mantenido la lucidez ante la presión que recibían para reconocer a Carax. Pero si su idea de un director modélico se concreta en Carlos Reygadas y a este le salen demasiados imitadores, sería un notable motivo de preocupación. Por el bien del cine. Ha sido un Cannes decepcionante, la edición más floja que recuerdo desde hace bastantes años. Y te planteas con inevitable mosqueo que si los que seleccionan lo mejor de la cosecha anual te han ofrecido este material tan leve, lo que queda para el resto de los festivales puede provocar exclusivamente miedo.
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