jueves, 17 de mayo de 2012

Tótem/cuento corto

 Tótem


 Por Juan José Lara.


Javier  enviudó prematuramente a los treinta y ocho años. Elena su nueva compañera coincidía con él en edad; también tuvo un par de experiencias que no fructificaron.  Abnegada, pura y creativa como las mujeres que se sujetan a una última esperanza.  Ella decía que al caerse de una escalera, se sentía más seguridad en el suelo.

El por su parte cuando perdió su primera esposa, todos creyeron que no lo podría superar. Esperaban que languideciera y se consumiera hasta la extenuación, lo usual  cuando se ha tenido una relación tan pletórica de felicidad como la suya.

Sin embargo en lugar de sumergirse en el marasmo degradante de los viudos sobrevivió mejor que un Moisés. Encarnaba su entereza con una energía inesperada. En la oficina donde trabajaba se afanaron en darle mucho consuelo, porque consideraron que de alguna manera estaban colaborando a que venciera su duelo.

Por esos días luctuosos observó un súbito aumento de su impulso sexual, ignorando que era una reacción natural a la confrontación con la muerte, frecuente también en algunas personas que experimentan dolor.

Cuando viejas amigas se le acercaron para confortarlo por la pérdida, tuvo encuentros sexuales intensos con algunas de ellas, incluso con una parienta de su primera mujer. En ese medio descubrió a Elena, prolongando su vínculo más allá del contacto casual. Una noche le dijo:

-Yo no se porque ignoré tu proximidad, ya que siento como si te conociera desde siempre, con una perenne sensación de intimidad. Elena le contestó:

- Tu inconciente siempre supo que yo estaba allí. Hasta que tu mente te ordenó que no lucharas, no resistieras, aceptando la verdad de mi cuerpo. “Distancia es nunca haber estado cerca”.

Se pusieron a vivir juntos; no estaba previsto ni programado, fue un acto improvisado.
Javier de su primer matrimonio no le quedaba nada, únicamente conservaba un loro que era la mascota adorada de la difunta.

En una ocasión el animal anocheció de manera repentina con un aturdimiento enfermizo. A la mañana siguiente lo encontraron muerto. Era una piltrafa aterida de plumas,  pico y patas deformes. Su azorado dueño se desmayó; intentaron tranquilizarlo pero cayó al abismo de una fuerte depresión que lo derribó. Se recluyó en su habitación durante una semana en la que no comió ni durmió. Finalmente pidieron una ambulancia para internarlo en un psiquiátrico.

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