Calma tsunami francés
Vilma Fuentes
U
na de las singularides de la campaña presidencial, que acaba de terminar en Francia con la victoria del candidato socialista François Hollande con más de un millón de votos sobre el candidato de la derecha, Nicolas Sarkozy, es la repetida utilización, sistemática, desde el inicio hasta el final de la campaña, por el vencedor, François Hollande, de un concepto inédito en política: el concepto
normal.
Yo soy un hombre normal, si los franceses me dan el mandato, seré un presidente normal.
Esta afirmación asombró al principio. ¿Qué deseaba decir el candidato con esta proclamación obstinadamente repetida en el centro de sus discursos? Sus adversarios, sorprendidos ante esta estrategia novedosa e inesperada, comenzaron por responder con ironía. Creyeron burlarse. Francia tenía necesidad de un presidente, de un jefe, no de un hombre normal. Sobre todo en un periodo de crisis que necesita, a la cabeza del Estado, un guía, un salvador, en suma, un gran hombre, lo contrario de un hombre normal.
Los insultos se volcaron sobre el candidato socialista, tratado con todos los sobrenombres, apodos y otros títulos peyorativos: flamby (un dulce), gauche molle (izquierda blanda), insultos y sarcasmos que sus adversarios se contentaban, muchas veces, de recolectar en el florilegio de críticas que los mismos camaradas de Hollande habían utilizado contra él con la generosidad de los buenos amigos, siempre urgidos en hacer caer a quien fue durante 11 años el primer secretario del Partido Socialista y que seguía siendo, para los otros pretendientes al puesto supremo, un rival potencial. La crítica que se escuchaba más a menudo era la idea de que no poseía la
estaturade un presidente, que le faltaba esa dimensión, ese carisma que levanta a los pueblos y hace los héroes.
Hollande no respondió a las sarcasmos. Por desgracia para ellos, sus enemigos, los adversarios, concursantes o rivales, no observaron con atención la verdadera naturaleza del personaje: un cocodrilo. Duerme, finge dormir, hasta el momento de dar un salto, matar y no hacer más que un bocadillo de su presa. Hollande introdujo la idea de normal, seguro del efecto corrosivo que este concepto produciría. Había observado con agudeza, y visto incluso con una excepcional intuición política, que esta estrategia haría resaltar todos los defectos de su principal adversario: Nicolas Sarkozy. Desde la primera hora de su elección, en mayo de 2007, éste acumuló todos los errores de un exhibicionismo ostentoso: fiesta en el Fouquet’s, bar muy encopetado de Champs-Elysées, en compañía de multimillonarios selectos, seguida de una travesía en un yate de lujo, y proseguida con el escudo fiscal en favor de las grandes fortunas. En contra, insultos groseros hacia las personas simples (¡casse-toi, pauvre con!: lárgate, pobre c...), agresiones a empleados del Estado, a corporaciones intermediarias y a sindicatos, en suma, una conducta que sus partidarios calificaban de enérgica, pero que muchos otros no dudaban en diagnosticar de histérica. Lo contrario de un presidente normal.
La intuición de Hollande fue comprender que la época, la crisis, no espera demiurgo alguno. Después de cinco años de un presidente agitado, los franceses aspiran a la calma. Los problemas son demasiado graves para creer en magos. La modestia de quien se presentó como un hombre normal fue recompensada: Hollande fue electo. Es una proeza que rebasa de lejos las apariencias del hombre normal, concepto utilizado para lograr la menos normal de todas las cosas: la victoria.
Sarkozy, en cambio, se presentó a su segunda candidatura con las mismas ropas que usó en 2007: las de un
Sarkozy, en cambio, se presentó a su segunda candidatura con las mismas ropas que usó en 2007: las de un
zorro, un superhombre ocupado de todo y responsable de nada. Otra vez, trató de hurtar, a la extrema derecha del Front National, sus electores utilizando miedos y racismos, confundiendo patrioterismo populachero con una ética patriótica que, por fortuna, existe en la nación de los derechos humanos.
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