miércoles, 30 de mayo de 2012

La generación de Venus.

“When the Moon is in the seventh house…”
Claudio Lomnitz
E
s el comienzo inolvidable de la canción de Hair dedicada a la Era de Acuario. Al movimiento de paz que los jóvenes de los años sesenta vivieron como si fuera expresión de una nueva alineación planetaria.
Hoy estamos en otro umbral: un mundo lleno de nubarrones y necesitado de iniciativas, a las que responden las pulsiones creativas de la juventud con nuevos y buenos augurios. Y como sucedió en los años sesenta, parece que esta nueva era se manifiesta también en los astros:
El próximo martes, 5 de junio, el planeta Venus pasará frente al disco del Sol. El movimiento de los 132 tiene ya su signo celeste.
El paso de Venus se da en pares (separados por ocho años), y luego se salta ciento y pocos años hasta el próximo par. La última vez que se dio fue en 1874, y la próxima será en 2117.
No soy astrólogo, y no sabría decir lo que significa el fenómeno desde ese punto de vista, pero como historiador, me parece un buen signo, y muy a propósito para la nueva generación. Obviamente, por el lado poético, el hecho de que Venus, diosa del amor, tape al Sol no es poca cosa.
Pero ya como historiador, el signo es todavía más sugerente. Desde inicios del siglo XVIII se calculó que el paso de Venus por el Sol brindaría una rara oportunidad para medir la distancia que separa la Tierra del Sol. La penúltima vez que hubo paso de Venus frente al Sol, en 1769, la Royal Society de Inglaterra organizó una expedición para hacer las observaciones. Dirigida por el famoso capitán James Cook, la comisión científica incursionó en los mares del sur, y descubrió Hawai, Nueva Zelanda y Australia. En ese caso también hubo unión entre ciencia y erotismo, en las famosas recepciones que las mujeres hawaianas les dieron a los marinos ingleses, así como también en el sabroso banquete que se dieron con el capitán Cook (se dice que se lo comieron).
En el siglo XIX, el paso de Venus fue ocasión de la primera misión científica internacional de México, nombrada por el presidente Sebastián Lerdo de Tejada. La pequeña comisión de cinco científicos, dirigida por el doctor Francisco Díaz Covarrubias, emprendió camino a Yokohama, Japón, para hacer sus observaciones. El ingeniero Francisco Bulnes hizo doble función de matemático y cronista. Tenía entonces apenas 25 años, y dejó una deliciosa memoria de viaje.
Fue esa una experiencia importante en la historia de México, porque brindó una rara ocasión para observar al mundo a todo lo ancho, y salir de la autoobsesión impuesta por las guerras civiles e intervenciones extranjeras que había asolado al país. Y ese me parece también un buen astro para la generación del 132, tener los ojos bien abiertos –y hacer siempre la crítica desde una mirada mundial.
Así, Bulnes comenzó su crónica hablando del ferrocarril de México a Veracruz, que apenas había sido estrenado, tras de 40 años de intentos fracasados: De tres cosas he oído hablar mucho en mi vida, nos dice, “de la toma de Troya, de la gran revolución de ’89 y del ferrocarril mexicano.”
La crónica del viaje emprendido para observar el tránsito de Venus comienza, entonces, con la relativización de la historia nacional –Bulnes reconoce al ferrocarril mexicano como un mito inflado por una opinión provinciana, que le daba a un hecho tecnológico modesto el relieve cuasi universal que tuvieron la Revolución Francesa o la Guerra de Troya.
Y de Veracruz, el ingeniero Bulnes siguió su viaje desmitificador. En el barco a Cuba, descubrió que los vómitos provocados por el mareo eran un buen antídoto contra la idealización absurda del sexo femenino. La mujer mareada se resistía a ser sublimada: Las mujeres olvidan su actitud ante los hombres y caen de golpe en las miserias humanas, perdiendo sus alas de ángel en las convulsiones de la enfermedad. Lord Byron no hubiera muerto en Grecia, si hace un viaje de mar con Isabel.
La comisión mexicana viajó de Veracruz a Cuba, y de ahí a Filadelfia y Nueva York; cruzó el continente americano en el recién estrenado ferrocarril transoceánico, y navegó a Japón de San Francisco. Toda esa vuelta era más rápida y más segura, que intentar llegar de México a Acapulco, para embarcarse de ahí.
La comisión mexicana tuvo oportunidad de ver la esclavitud de los negros y la bravuconería española en Cuba; la próspera y bizarra sociedad estadunidense; el Japón, que comenzaba su ruta modernizadora tras la restauración del Mikado; la China postrada tras de las guerras del opio impuestas por el imperialismo inglés; Indochina; Ceylán, y Europa.
Es éste el signo que le deseo a la nueva generación de Venus: ver el mundo desde la experiencia mexicana, y desde un entendimiento del mundo, cambiarla. O, como decían los de la generación acuariana: Think global, act local (piensa en lo global, actúa en lo local).

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