Casi todo el mundo, incluso desde fuera de Europa, habla ya de la urgente necesidad de lanzar una política de crecimiento a escala de la UE, pero detrás del enunciado se esconden propuestas muy diversas. Los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 se reunirán en torno a una cena el 23 de mayo para preparar las decisiones que han de tomar el 28 de junio. Será la primera ocasión europea para François Hollande, uno de los principales impulsores de esta política, y que una semana antes habrá tomado posesión de la presidencia de la República Francesa y se habrá visto con la canciller alemana.
Europa no puede errar esta vez. No bastará, como parece pretender Alemania, con volver a empaquetar los fondos ya existentes o las partidas que no se han gastado para financiar proyectos que generen crecimiento y empleo. Tampoco será suficiente la idea, buena por otra parte, de que el Banco Europeo de Inversiones avale bonos para inversiones privadas en grandes proyectos. Merkel insiste en que el nuevo plan no debe hacer descarrilar los planes de austeridad ni el Pacto Fiscal, “que no es negociable”.
Este, sin embargo, aunque lo ratifiquen al menos 12 de los 25 Estados firmantes, no tendrá efectos inmediatos, sino en un horizonte de 5 a 7 años. Y el crecimiento no puede esperar. Sin perspectivas de crecimiento, Europa se puede hundir económicamente y, como se ha visto en Grecia, políticamente. Las necesarias reformas estructurales en casi todos los países tampoco generarán crecimiento a corto plazo. Hay que actuar sobre dos factores, sin los cuales todo plan será papel mojado. Por una parte —como ya ha empezado a insinuar la Comisión Europea—, alargar el plazo, al menos en un año, para que los países con más problemas lleguen al 3% de déficit, lo que permitiría ajustes menos dramáticos. Por otra, una política más agresiva del Banco Central Europeo, aunque le pese a Alemania, dado que no hay aún consenso sobre los eurobonos. Se puede pensar en otras vías que se pondrán sobre la mesa, como que Alemania aumente su consumo haciendo crecer los salarios, a lo que se ha mostrado abierto el ministro Schäuble.
España, con 5,6 millones de parados, en recesión y con un sector financiero que necesita inyección de dinero, es una de las economías que más se beneficiarían de un plan europeo de crecimiento. Sin embargo, Rajoy mantiene un preocupante silencio al respecto. Debería exponer sus ideas, si las tiene. Y si consiguiera un pacto con la oposición antes de ir a Bruselas, su posición se vería reforzada. El presidente del Gobierno debe abandonar ensoñaciones de que, si se mantiene en la estricta ortodoxia, España pueda reemplazar a la Francia de Hollande como socio privilegiado de Alemania. El eje Berlín-París es y será central. Aunque no puede ser el único: la UE y la eurozona deben volver a los consensos amplios y a las instituciones. Eso, y el plan de crecimiento, es lo que debe interesarle a España.
Europa no puede errar esta vez. No bastará, como parece pretender Alemania, con volver a empaquetar los fondos ya existentes o las partidas que no se han gastado para financiar proyectos que generen crecimiento y empleo. Tampoco será suficiente la idea, buena por otra parte, de que el Banco Europeo de Inversiones avale bonos para inversiones privadas en grandes proyectos. Merkel insiste en que el nuevo plan no debe hacer descarrilar los planes de austeridad ni el Pacto Fiscal, “que no es negociable”.
Este, sin embargo, aunque lo ratifiquen al menos 12 de los 25 Estados firmantes, no tendrá efectos inmediatos, sino en un horizonte de 5 a 7 años. Y el crecimiento no puede esperar. Sin perspectivas de crecimiento, Europa se puede hundir económicamente y, como se ha visto en Grecia, políticamente. Las necesarias reformas estructurales en casi todos los países tampoco generarán crecimiento a corto plazo. Hay que actuar sobre dos factores, sin los cuales todo plan será papel mojado. Por una parte —como ya ha empezado a insinuar la Comisión Europea—, alargar el plazo, al menos en un año, para que los países con más problemas lleguen al 3% de déficit, lo que permitiría ajustes menos dramáticos. Por otra, una política más agresiva del Banco Central Europeo, aunque le pese a Alemania, dado que no hay aún consenso sobre los eurobonos. Se puede pensar en otras vías que se pondrán sobre la mesa, como que Alemania aumente su consumo haciendo crecer los salarios, a lo que se ha mostrado abierto el ministro Schäuble.
España, con 5,6 millones de parados, en recesión y con un sector financiero que necesita inyección de dinero, es una de las economías que más se beneficiarían de un plan europeo de crecimiento. Sin embargo, Rajoy mantiene un preocupante silencio al respecto. Debería exponer sus ideas, si las tiene. Y si consiguiera un pacto con la oposición antes de ir a Bruselas, su posición se vería reforzada. El presidente del Gobierno debe abandonar ensoñaciones de que, si se mantiene en la estricta ortodoxia, España pueda reemplazar a la Francia de Hollande como socio privilegiado de Alemania. El eje Berlín-París es y será central. Aunque no puede ser el único: la UE y la eurozona deben volver a los consensos amplios y a las instituciones. Eso, y el plan de crecimiento, es lo que debe interesarle a España.
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