El primer debate televisado entre los candidatos a la presidencia de México acabó en combate nulo. La exposición de propuestas y el intercambio de golpes entre Enrique Peña Nieto (PRI), Josefina Vázquez Mota (PAN), Andrés Manuel López Obrador (izquierda) y Gabriel Quadri (Nueva Alianza) no solo no fue decisivo para orientar el voto de los indecisos sino que probablemente aumentó su número.
El rígido formato del debate tuvo buena parte de culpa. Con tiempos perfectamente reglados y cumplidos a rajatabla y con intervenciones decididas por sorteo y no en función del cruce de acusaciones entre los aspirantes, los espectadores aguantaron estoicos dos horas de chaparrón político en el que no hubo ni novedades ni sorpresas contemplando siempre en el mismo plano frontal al candidato que hablaba en ese momento. Nunca las cámaras de televisión recogieron las reacciones de uno de los políticos ante las alusiones o críticas que les lanzaban sus rivales.
También hubo otra distorsión en el plano político. Quadri, candidato del partido de la poderosa líder del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo, y al que los sondeos otorgan tan solo una intención de voto del 2%, se presentó como un ciudadano de a pie con el discurso machacón de que todos los políticos son iguales y solo se preocupan de sí mismos. Semejante embuste llegó en algún momento a eclipsar la oferta de Vázquez Mota de que ella es la “diferente”.
Peña Nieto, con una amplísima ventaja sobre sus adversarios según las encuestas, salió al cuadrilátero con poco que ganar y mucho que perder. Tiró de telegenia y de su dominio del medio y no cometió errores. Vázquez Mota y López Obrador atacaron uno de sus flancos débiles, su gestión como gobernador del Estado de México, pero el candidato del PRI supo zafarse y demostrar que sabe valerse por sí mismo sin la ayuda de asesores. Por seguir con los símiles deportivos puede decirse que salvó la eliminatoria hasta el próximo y último debate el próximo 10 de junio.
Vázquez Mota estaba ante su gran oportunidad de invertir la tendencia de su candidatura en los sondeos, que la sitúan a más de 15 puntos de distancia del líder priísta. Si la aprovechó lo dirán las encuestas en los próximos días. Insistió en su discurso de identificación con las familias –fue la única que pronunció la palabra hogar- y fue creciéndose a medida que avanzaba el debate con un tono más agresivo equiparando PRI y corrupción.
López Obrador señaló a Peña Nieto como una criatura del “grupo que manda”, una fenomenal conspiración de unos pocos que tienen secuestrado a México desde hace más de dos décadas, y reiteró su nostalgia por un tiempo pasado y premoderno donde reinaban la honestidad y la bondad entre los hombres. Pero esa dosis de honestidad, que sin duda es necesaria, no parece que sea el único remedio para resolver los males de este país. Falta saber si los electores piensan igual.
Ninguno de los tres candidatos avanzó en la concreción de sus propuestas y salvo en el caso de Peña Nieto apenas hubo referencias al contexto internacional de México. Y sí en cambio una sorprendente falta de aproximación técnica a las reformas que necesita llevar a cabo la segunda mayor economía de América Latina.
El rígido formato del debate tuvo buena parte de culpa. Con tiempos perfectamente reglados y cumplidos a rajatabla y con intervenciones decididas por sorteo y no en función del cruce de acusaciones entre los aspirantes, los espectadores aguantaron estoicos dos horas de chaparrón político en el que no hubo ni novedades ni sorpresas contemplando siempre en el mismo plano frontal al candidato que hablaba en ese momento. Nunca las cámaras de televisión recogieron las reacciones de uno de los políticos ante las alusiones o críticas que les lanzaban sus rivales.
También hubo otra distorsión en el plano político. Quadri, candidato del partido de la poderosa líder del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo, y al que los sondeos otorgan tan solo una intención de voto del 2%, se presentó como un ciudadano de a pie con el discurso machacón de que todos los políticos son iguales y solo se preocupan de sí mismos. Semejante embuste llegó en algún momento a eclipsar la oferta de Vázquez Mota de que ella es la “diferente”.
Peña Nieto, con una amplísima ventaja sobre sus adversarios según las encuestas, salió al cuadrilátero con poco que ganar y mucho que perder. Tiró de telegenia y de su dominio del medio y no cometió errores. Vázquez Mota y López Obrador atacaron uno de sus flancos débiles, su gestión como gobernador del Estado de México, pero el candidato del PRI supo zafarse y demostrar que sabe valerse por sí mismo sin la ayuda de asesores. Por seguir con los símiles deportivos puede decirse que salvó la eliminatoria hasta el próximo y último debate el próximo 10 de junio.
Vázquez Mota estaba ante su gran oportunidad de invertir la tendencia de su candidatura en los sondeos, que la sitúan a más de 15 puntos de distancia del líder priísta. Si la aprovechó lo dirán las encuestas en los próximos días. Insistió en su discurso de identificación con las familias –fue la única que pronunció la palabra hogar- y fue creciéndose a medida que avanzaba el debate con un tono más agresivo equiparando PRI y corrupción.
López Obrador señaló a Peña Nieto como una criatura del “grupo que manda”, una fenomenal conspiración de unos pocos que tienen secuestrado a México desde hace más de dos décadas, y reiteró su nostalgia por un tiempo pasado y premoderno donde reinaban la honestidad y la bondad entre los hombres. Pero esa dosis de honestidad, que sin duda es necesaria, no parece que sea el único remedio para resolver los males de este país. Falta saber si los electores piensan igual.
Ninguno de los tres candidatos avanzó en la concreción de sus propuestas y salvo en el caso de Peña Nieto apenas hubo referencias al contexto internacional de México. Y sí en cambio una sorprendente falta de aproximación técnica a las reformas que necesita llevar a cabo la segunda mayor economía de América Latina.
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