Por Elsa Fernández-Santos
Con la publicación de las cartas de Jack Kerouac y Allen Ginsberg se abre un nuevo capítulo sobre cómo discurrió una de las amistades más legendarias de la Generación Beat. Una larga correspondencia que se inicia en 1944 (Ginsberg tenía 17 años y Kerouac, 21) y se cierra en 1969 con la muerte del autor de En el camino. Por ellas no solo transitan detalles de la escena cultural de la época sino las complejas digestiones de dos escritores fundamentales para entender la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Desde estas Cartas, Kerouac y Ginsberg nos hablan con esa hilvanada intimidad del mejor género epistolar para llegar al corazón de una época con la intensidad del documento.
El libro es una amplia selección de entre las más de 300 misivas que existen entre los dos autores. De ellas, dos terceras partes no se han publicado jamás y, como indican sus editores, Bill Morgan y David Stanford, son una importante contribución no solo para conocer la obra de sus protagonistas sino para entender el terreno en el que se fraguó la contracultura de los sesenta.
En ellas, Kerouac y Ginsberg intercambian estados de ánimo, anécdotas, dudas, amores, desamores y recelos: a veces escribe el poeta, otras el aventurero, pero algunas también lo hace el rival. En junio de 1952, Ginsberg le escribe a su amigo sobre En el camino. Tacha el libro de “locura incoherente”. Le aconseja cortarlo. “El libro es genial pero desquiciado en el peor sentido de la palabra”. La respuesta de Kerouac, que cuando recibe la carta está en México con William S. Burroughs, es visceral: “¿Crees que no me doy cuenta de la envidia que me tienes y de que tú, Holmes y Solomon daríais vuestro brazo derecho por poder escribir con el estilo de En el camino? […] Ha llegado el momento de que los bufones frívolos os deis cuenta de qué es poesía… y cierra el pico… y por encima de todo… déjame en paz y no vuelvas a entristecerme nunca más”.
Apenas un mes después, las cartas vuelven al viejo cauce, el de la amistad y la admiración. Como le explica Kerouac a Lawrence Ferlinghetti, en 1961: “He pasado estos últimos días clasificando cartas antiguas, sacándolas de los sobres de entonces, grapando las páginas, guardándolas. Centenares de cartas antiguas de Allen, Burroughs, Cassady, suficientes para que el entusiasmo de cuando éramos jóvenes nos haga derramar lágrimas. Qué grises somos ahora. La fama acaba con todo. Llegará un día en que las cartas de Allen Ginsberg a Jack Kerouac harán llorar a América”
No se equivocaba aquel hombre impetuoso que escribió en un rollo de papel de proyectos de arquitectura una de las novelas más importantes del siglo XX, símbolo de millones de hombres y mujeres sin respuestas que se han dejado consolar por su loco movimiento. Ni se equivocó Ginsberg, que dedicó su épico Aullido a Carl Solomon, poeta que acabó en el manicomio, a Burroughs, a Neal Cassady y al propio Kerouac, y que escribió: “No somos nuestra piel de mugre, no somos nuestra triste espantosa polvorienta locomotora sin imagen, todos somos hermosos dorados girasoles por dentro…”
En una de sus últimas cartas, impregnada de estremecedora melancolía, Kerouac le escribe a Ginsberg: “Allen, querido amigo, siento un éxtasis extraño, en este momento, en realidad siempre, siempre. Holmes me ha estado bombardeando con tremendas preguntas para su libro de no ficción, que tratará de todo: pasé tres noches respondiendo a sus preguntas con detalle, con la máquina de escribir, debe de estar contento ahora. El libro será sobre ti, sobre mí, sobre Mailer, Baldwin, etc., todo el tinglado… pero está lloviendo, las gruesas gotas de la lluvia torrencial caen en los oscuros claros de la cañada… un día precioso. Un día para emborracharse con whisky, pero ya lo hice ayer, córcholis. Un día perdido. Me pregunto por lo que estará pensando Joan Adams… ¿Dónde está Huncke? ¿Cómo está Laf? ¿Qué estará pensado Paul Bowles y dónde? ¿Y Ansen? ¿Y Walter Adams? ¡Qué triste el cubo de la basura! De todos modos, cuando vuelvas te enseñaré montones de papeles que se refieren a todo desde que te fuiste, cartas, poemas de Gregory, etc., y esperemos que los grandes y serenos corazones de Melville, Whitman y Thoreau nos apoyen en los agitados años venideros de la América supercomunicada, los sátelites Telstar y otras galaxias… ¿Qué hemos hecho? Buena poesía innovadora, eso debería bastar”.
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