Por Bolivar Hernandez.
Cuento corto. (Memoria de un desterrado). Desde que llegue al país ajeno, me propuse recorrer la ciudad por todos sus poros, y para eso era necesario caminar, cojeando por aquella vieja dolencia, o usar el pésimo servicio público de transporte. Opté por contratar un taxi y un chofer de planta, y así voy de arriba abajo, absorbiendo los aromas citadinos. Héctor, es el nombre del chofer, inmigrante ...como yo, por eso nos entendemos de maravilla. Más que "mi chofer" es mi amigo, me ha movido constantemente por espacio de más de dos años, y hablamos de nuestras miserables existencias. El taxi se tornó en un "diván motorizado", y nos agrada desgarrarnos uno frente al otro, sin rubor alguno. Yo me expongo a su mirada inquisidora. Ya que él no se explica cómo yo habiendo sido un viajero curioso, vine a recalar en esta peligrosa y sucia ciudad. Me mira lleno de incredulidad y se compadece de mi romanticismo enfermizo.
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