lunes, 26 de septiembre de 2011

Ancianos y mascotas.

Aprender a Morir
Ancianos y mascotas

Hernán González G.
En tiempos de igualitarismos hipócritas, en que animales y personas tienen, en teoría, los mismos derechos aunque no las mismas obligaciones, adquirir o adoptar una mascota exige más que dinero, antojo o fines terapéuticos. Si entre las personas responsabilizarse de los hijos se ha vuelto ciencia o calvario, comprometerse con un animal demanda, además, condición física.

Sin embargo, la sociedad continúa buscando formas de hacer más soportable la vejez, esa etapa en que los individuos, además de padecer múltiples formas de rechazo y aislamiento, tanto del sistema laboral como del familiar, deben enfrentar situaciones para las que no fueron preparados, como padecimientos crónicos, pérdida de autonomía y soledad.

En teoría, otra forma de hacer menos ardua la vida de los viejos es una mascota, no sólo como compañía, sino además para conservar ternura y afecto, generalmente hacia y de un perro o un gato, junto al descubrimiento de que la existencia se apaga y la comprobación de no haber sabido cómo vivirla, acatando lo establecido y plegándonos a lo impuesto, sin una visión alerta del mundo a partir del desarrollo responsable de la propia conciencia.

Desde luego, antes de llevarle un animal a un anciano, éste y sólo éste es quien debe decidir si lo quiere y si puede atenderlo, a partir de dos factores: primero, su estado de salud, su nivel de autonomía o de dependencia física, y sus posibilidades económicas para solventar gastos de veterinario, medicamentos y alimentación; y segundo, su historia personal respecto de una mascota, es decir, si le gustan, si ha tenido una, si posee capacidad para cuidarla, alimentarla y asearla, o si está dispuesto a delegar esa atención en una persona confiable.
No importan los lugares comunes que se manejen en beneficio de la calidad de vida de un viejo si se relaciona con un animal de compañía. Lo fundamental es el estado de salud y la libre decisión de la persona, no la bien intencionada imposición del o de los familiares, esperanzados muchas veces en que la presencia de la mascota disminuya sus compromisos, visitas y trato con el anciano.

Tanto mascotas como industria de la salud son negocios multimillonarios revestidos de apoyo y de humanidad, por lo que no es sólo cuestión de que un abuelo “se acostumbre” a la presencia de un animal, sino que éste no signifique un motivo de preocupación más para aquél.

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