Patti Smith, el mito del artista iluminado
Luis Hernández Navarro
Una foto, testimonio de una alianza. Una imagen que es un manifiesto. Una gráfica que ofrece un lugar en el torbellino de la vida cotidiana. En la portada del disco Horses, de Patti Smith, el fotógrafo Robert Mapplethorpe recreó a la poeta-cantante como un moderno Arthur Rimbaud en Nueva York, como el artista que puede adoptar cualquier posición, cualquier voz, como la personificación del mito de la fecundidad del arte en la calle.
En la tapa de Horses –su primer disco– está Patti Smith con una camisa blanca que adquirió en el Ejército de Salvación de Bowery, bien planchada y sin manchas, con las letras RV bordadas, y a la que le cortó los puños. Viste también un pantalón negro, tirantes y chaqueta al hombro. Con el pelo cortado a lo Keith Richards, de pie, su figura esbelta sobre el fondo blanco de un ático de la Quinta Avenida de Nueva York luce andrógina, desafiante, recién desembarcada de los infiernos de la ciudad de los rascacielos, dueña de sí misma.
La foto dice tanto de ella como de las canciones que integran el álbum. En la primera pieza, la poeta, nacida en el seno de una familia perteneciente a los Testigos de Jehová, fusiona la versión de Gloria, el clásico de Van Morrison, con su poema Juramento/Blasfemia (Oath), y proclama: “Jesús murió por los pecados de alguien/ pero no por los míos/ revuelta en una olla de ladrones/ un comodín en la manga/ espeso corazón de piedra/ mis pecados son míos”. Lo hace, más que como una manifestación de disidencia religiosa, como la aceptación de su responsabilidad plena en todos y cada uno de sus actos.
Fusión de poesía con música, con frecuencia improvisada, homenaje a su panteón de músicos admirados, Horses quiso agradecer y recordar a personajes como Jimi Hendrix y Jim Morrison, pero, también, convocar a la gente de a pie a tomar el rocanrol en sus manos y modificar el rumbo fatuo y lleno de falsos artistas por el que se había enfilado. “A mediados de los 70 –dice la artista– se estaba volviendo un poco materialista, y las personas estaban perdiendo sus derechos. Para mí, la parte esencial del rocanrol era la revolución.”
Nacida en el seno de una familia pobre, la cuarta canción del acetato, Free Money, se inspiró en su infancia. “Es una canción para mi madre –contó a Simon Reynolds–. Siempre soñaba con ganar la lotería. Pero jamás compró un solo número. Simplemente imaginaba que ganaba y hacía listas de cosas que haría con el dinero: una casa junto al mar para nosotros, y después un montón de cosas generosas”.
La foto ha vuelto a difundirse masivamente ahora que Patti Smith recibió, junto con el cuarteto Kronos, el Premio Polar 2011. Concedido anualmente por la Real Academia Sueca de Música a individuos, grupos o instituciones en reconocimiento a sus logros excepcionales en la creación y avance de la música, es considerado el equivalente del Premio Nobel.
El reconocimiento le fue otorgado por dedicar su vida al arte en todas sus formas. Según la Academia Sueca, la músico-poeta “ha demostrado cuánto rocanrol hay en la poesía, así como la cantidad de poesía que hay en el rocanrol. Patti Smith es un Rimbaud con amplificadores Marshall. Ella ha transformado la forma en la que toda una generación se ve, piensa y sueña. Con su alma de artista inimitable, Patti Smith demuestra una y otra vez que la gente tiene el poder”.
Con 16 libros publicados, el reconocimiento de la Academia Sueca corona una larga lista de honores concedidos a lo largo de los años recientes. Entre otros muchas distinciones, en 2003 obtuvo el Premio de Poesía de Turín; en 2005, el Ministerio de Cultura de Francia le dio el grado de Commandeur des Arts et des Lettres, y el Instituto Pratt de Artes le otorgó un doctorado honoris causa.
Estos reconocimientos institucionales están precedidos de una popularidad inusitada para una artista tan poco convencional como ella. Aunque es una creadora indefinible que rehuye ser etiquetada y lo mismo hace fotografía, dibujos, instalaciones, poemas que canciones, la clave de su éxito entre los jóvenes es su producción musical. Nacida en 1946 en Chicago, criada en Mantua, Nueva Jersey, y forjada como artista en Nueva York, lanzó su primer disco en 1975, a los 29 años de edad. Hoy día ha grabado 11 álbumes y vendido más de 47 millones de copias. Canciones como Because the night, escrita a cuatro manos con Bruce Sprinsteen, alcanzó en 1978 el lugar número 13 entre las piezas más escuchadas en Estados Unidos.
Patti Smith en la portada del disco Horses, realizada por Robert Mapplethorpe
A su manera, el arte es para ella su religión o, por lo menos, su misión. “Para mí –ha dicho– involucrarme en el rocanrol no era un asunto de ser rica o famosa. Esas cosas pueden dar alegría, pero nunca son suficientes. Lo que siempre estoy buscando es la iluminación.”
Escribir la historia del camino hacia esa iluminación, que es también la historia del amor, amistad y complicidad con Robert Mapplethorpe, le valió obtener el National Book Award de la categoría de no ficción de 2010. El premio es justo. Éramos unos niños es un libro bello, inteligente, apasionado y muy bien escrito. Autobiografía de una mujer que construye su identidad con base en el trabajo y la intuición, retrato de Nueva York y el mundo cultural a mediados de los 70, confesión amorosa descarnada de una relación compleja, tratado sobre la devoción genuina que profesa a los artistas en los que cree y a sus amigos, la obra es uno de los mejores y más lúcidos trabajos sobre el mundo del rocanrol que se han escrito.
En Éramos unos niños, Patti Smith narra la hechura de su propio mito. Estudiante normalista fracasada, madre soltera embarazada por accidente que da a su hijo en adopción a los 20 años, obrera en una planta de ensamble, vagabunda en Nueva York, vendedora de libros, escritora de reseñas en revistas musicales, actriz en obras de teatro experimental, pintora, poeta, música, pacifista, ambientalista, la obra de la cantante se fue haciendo sobre la base de su propio esfuerzo, tenacidad y creatividad.
De manera descarnada, Patti Smith cuenta sus pasiones amorosas, sus infidelidades y sus lealtades. Enamorada a primera vista de Mapplethorpe, el futuro artista la salva de trances difíciles, comparte con ella las rosquillas y las penas, se encarga de arreglar el estudio que comparten. Juntos construyen una pareja fuera de todos los estereotipos y establecen un pacto de complicidad que dura toda la vida. Patti termina aceptando la homosexualidad de su pareja (de la que en algún momento llega a sentirse culpable), pero le resulta casi imposible digerir las amistades ricas que él hizo al volverse famoso. Él es, sin embargo, su compañero de ruta: “De Robert –escribe– aprendí que, muchas veces, la contradicción es el camino más despejado a la verdad”.
Si para Rimabud el poeta debía hacerse “vidente” por medio de un “largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos”, Patti Smith se hace vidente convirtiendo su vida en la materia prima para crear su arte. En la canción Piss Factory (Fábrica de meados) recrea su experiencia en la línea de montaje de una fábrica, recuerda el salario de 36 dólares por 40 horas de trabajo a la semana, el infierno que se vive en la línea de ensamble, y su fantasía de huir a la gran urbe. “Voy a ser alguien/ Me voy a subir en ese tren, voy a la ciudad de Nueva York/Voy a ser tan mala que voy a ser una gran estrella y nunca voy a regresar/ Nunca volver, no, nunca volver, a quemar en esta fábrica de meados”.
Como si fuera una baraja de cartas marcadas, Patti Smith dibuja a lo largo del libro personajes claves de la bohemia neoyorquina y el mundo artístico de mediados de los 70: Andy Warhol, Allen Ginsberg, William Burroughs, Sam Shepard, Janis Joplin, Bob Dylan y muchos más. Cada una de esas cartas es colocada para armar un deslumbrante relato que da cuenta del clima emocional de una época.
Escribió Rimbaud: “Al amanecer, armados de ardiente paciencia, entraremos en espléndidas ciudades”. En Éramos unos niños Patti Smith recrea el mito del artista iluminado, del que llega al esclarecimiento interior a través de la creación y, al hacerlo de la mano de su adorado Rimbaud, armada de ardiente paciencia, nos conduce a través de una espléndida ciudad y una genuina historia de amor, la misma que se encuentra plasmada en la imagen de la poeta que ilustra la portada de Horses.
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