Por Ángela Molina
A veces, la vulgaridad de cierto arte no borra la individualidad de la voz que lo entona. Ni el oportunismo. La escultura del dedo corazón erguido, titulada L.O.V.E., de once metros de alto que el artista italiano Maurizio Cattelan (1960) creó hace unos meses para que fuera colocada frente a la sede de la Bolsa de Milán, y que fue retirada inmediatamente por la entonces alcaldesa, Letizia Moratti, ha recuperado su site y ahora luce soberana -aunque estéril- por orden del nuevo alcalde de centro-izquierda, Giuliano Pisapia y de los miles de indignati que se sometieron a una encuesta para decidir si indultaban o no Il dito di Dio (El dedo de Dios).
Cattelan, que ya en 2000 había lanzado un meteorito sobre el papa Juan Pablo II en la escultura titulada La Nona Ora –un año después obligó a Adolf Hitler a rezar de rodillas en medio de una de las salas del Museo de Arte de Estocolmo (Him)- pretende con esta gran escultura de mármol inmaculado borrar las huellas digitales de las cadenas de la ideología. No de otra forma se titula la pequeña muestra que el Museo del Palazzo Reale dedica desde el pasado día 26 al artista, Contra la ideología, que se anuncia en la ciudad de Il Cenacolo y del fútbol como aperitivo de la gran retrospectiva que tendrá lugar este otoño, en el Guggenheim de Nueva York.
Cattelan, que no consigue ir más allá de sí mismo, con sus ocurrentes pero vacías críticas a la historia, nunca ha sido un abanderado del disentimiento. Pero fue uno de los primeros que escribió el retrato del artista cínico con mayor énfasis. Su grave límite es la exuberancia plana y un fatigoso ilusionismo. Al preguntársele sobre el significado de la obra, el artista véneto respondió que “era más un acto de amor que una declaración sobre el mundo financiero. Es una obra que habla de la imaginación”.
La industria galante que envuelve a Cattelan –con sus cientos de palomas disecadas esparcidas sobre las vigas del Pabellón Central de la Bienal de Venecia- también es de cartón piedra; distrae a muchos, incluidos los especuladores de bolsa, de lo inauténtico de nuestra inmediatez. Ahora, cuando la confusión se está haciendo realmente abrumadora, rara vez la mitología popular se había acercado de manera tan poco celebratoria a la falsa mitología del poder financiero.
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