Margo Glantz
José Cueli
En los tendidos el
mujerío cantaba
“Granero” cuando toreas
en la plaza de Madrid
te dicen las madrileñas ¡Granero te vas a morir!
Esto sucedió en 1922, en la plaza de Madrid, cuando el toro PocaPena, del Duque de Veragua, ante un sol esplendoroso y la plaza llena, le infirió una terrible cornada al clavarlo contra un burladero y destrozarle la cabeza al entrar el reluciente y afilado pitón por la cavidad orbitaria y dejarle colgando el ojo derecho. El valiente “Granero” moría al llegar a la enfermería y las mujeres cantaban la coplilla con la que inicié este escrito, y Georges Bataille el escritor y filósofo francés le dedicaba el libro La historia del ojo. Margo Glantz lo “tradujo” al español, que no es una traducción, es una versión espléndida del suceso. Una joya de la literatura erótica.
No en balde Margo, compañera de esta página cultural ha sido reconocida por la Universidad Nacional Autónoma de México, nuestra universidad, con el doctorado honoris causa, la semana pasada, al lado de intelectuales como Pablo Rudomín y Pablo González Casanova. Margo escribió toda una larga vida, búsqueda de la vida muerte, lo mismo en el libro mencionado que en las historias de sus viajes, sus estancias en la India.
Algunos pasajes del libro que es sabiduría dan pie a comentarios. Arbitrariamente entresaco algunos.
“Acaba de cumplir veinte años y ya era muy popular: bello, grande y de una simpleza todavía infantil. Simona se había interesado vivamente en él, y excepcionalmente manifestó un verdadero placer cuando sir Edmond anunció que el célebre matador había aceptado cenar con nosotros después de la corrida.
“‘Granero’ se diferenciaba de los otros matadores en que no tenía aspecto de carnicero, sino de príncipe encantador, muy viril y de perfecta esbeltez. Su traje de torero destacaba la línea recta erguida y tiesa como un chorro cada vez que el toro arremetía junto al cuerpo y porque además le modelaba exactamente el culo.
“Habría que añadir el tórrido cielo, particular de España, que no es en absoluto coloreado y duro como se imaginaba: apenas perfectamente solar, con luminosidad brillante, blando, caliente y turbio, a veces irreal, a fuerza de sugerir la libertad de los sentidos, debido a la intensidad de la luz aunada al calor”. Esa irrealidad solar que ligó lo sucedido al torero que se decía sucedería a el gran Joselito, muerto dos años antes en la plaza de Talavera de la Reina.
Pero el destino le tenía preparada la muerte que le anunció una bruja. “‘Granero’ no despertó. El grito de terror intenso en la plaza coincidía con el orgasmo de Simona que, levantándose del asiento, era lanzada contra la baldosa, boca arriba, sangrando por la nariz y bajo un sol que la enceguecía”.
Margo Glantz encuentra una íntima relación entre la vida y la muerte, entre la muerte y el orgasmo. El placer y el dolor están unidos, como sutiles extremos de la misma horizontal: la línea de la vida, el erotismo, por tanto, no es más que la aprobación de la vida hasta la muerte. La prueba de la equivalencia entre la muerte y el erotismo está en el hecho que ambos conducen a la apertura, a la continuidad ininteligible, incognoscible, es decir, a lo irrepresentable.
El orgasmo de Simona coincide con la muerte de “Granero” después de penetrar el cuerno en su cavidad orbitaria. Margo al igual que Bataille encuentra una íntima relación entre el erotismo y la muerte en un sentido trágico que puede transitar del sollozo más desgarrador al orgasmo más incontrolable. La muerte se asocia a las lágrimas, del mismo modo que en ocasiones el deseo sexual se asocia a la muerte.
Ambas se relacionan siempre con un tipo de agresión que interrumpe el curso regular, el curso habitual de las cosas. Según Bataille, el torbellino sexual no nos hace llorar, pero nos trastorna, pudiendo desembocar en la risa o la violencia del abrazo. Resulta difícil deslindar la unidad entre la muerte y el erotismo.
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