Arrogancia y debilidad
Luis Linares Zapata
El señor Calderón ha sido implacable con el albedrío ciudadano. Con arrogantes desplantes de inquieto ejecutivo de altos vuelos ha desatado, sin mesura ni reparar en costos, una por demás cuestionable campaña de propaganda. Dos palancas utiliza para dar a ésta ubicuidad y sustancia: su persona y los presumibles logros de la que llama su presidencia”. La intensidad es abrumadora y sin duda abusa de la paciencia de los mexicanos. En carrera contra el tiempo, intenta llegar al final de este mes con los objetivos cumplidos. En primer lugar, afirmando su imagen de constructor esforzado, de líder incansable, de sensible político que no duda en emplear los atributos de su cargo para erigirse en juez e impaciente mandante. Atribución que dirige en especial al Congreso por incumplir sus obligaciones, aunque ahora también dirige sus ásperos fraseos contra la misma Suprema Corte de Justicia. En la trastienda de sus debilidades y pretensiones y de manera grosera, por evidente e ilegal, trata de trasladar a la desfalleciente candidata panista (JVM) el agrandado oropel de los programas sociales del gobierno.
No es una ni dos, sino tres y hasta cuatro las apariciones del señor Calderón en cuanto programa noticioso radiotelevisivo hay, noche o día, en el país. En cada una de esas ocasiones suelta, desde tribuna y ante un ralo auditorio acarreado para completar el escenario, algunas palabras (escogidas por notables) de sus discursos para toda o cualquier ocasión. Poco importa el suceso usado como trampolín o plataforma de arranque. Puede ser una regata de veleros o la inauguración de inconclusa carretera lo que da pie a sus endechas para ensalzar obras distintas o, simplemente, aparecer sonriente en pantalla. Las clínicas u hospitales son preferidos (aunque sea sin equipo o médicos) para destacar la universal cobertura de salud de la que ya gozan los guerrerenses aunque, un tanto más allá, mueren de disenterías e infecciones mal atendidas. Una fiesta chiapaneca con sombreros de usos y costumbres y con bastón de mando es ocasión propicia para una foto de corte folclórico. La visita a una fábrica piensa que lo auxilia para trasmitir cercanía con el empresariado. Las nuevas cárceles por entrar en servicio en distante plazo prestan sus moles de concreto para atestiguar su voluntad inquebrantable (a pesar de los miles de muertos) de combatir al crimen organizado. Y así, hasta el hastío, se van sucediendo las nada elegantes poses, los andares en grupo cerrado o la chiclosa voz del señor Calderón. Él es, en todos esos actos, el indispensable centro de atención de donde irradia la energía que mueve a la nación en estos días de pasmo y tribulaciones electorales. En no pocas ocasiones muestra también su enérgica destemplanza por los muchos incumplimientos de sus órdenes, por los constantes rezagos de subordinados, por la crueldad de los malos que forman la cuasi infinita sucesión de personajes atrabiliarios que trabajan contra México. Esos sujetos criminales, que él habrá de perseguir hasta el final de su sexenio, son el espantajo adecuado a sus corajes y muecas enérgicas.
Los programas de gran rating televisivo o radiofónico son los sitios propicios para insertar los mensajes de la apabullante campaña propagandística del gobierno “del presidente” de la República. Y, de nueva cuenta, no son dos ni tres, sino cuatro o cinco los espots que, en insensata sucesión, describen los bienes de que, ahora sí, gozan los mexicanos. Pueden ser escuelas repintadas o clínicas con pacientes que sonríen para asegurar, con letras impresas, que son la semilla del futuro bienestar. Ignotos lugares tenebrosos, antes en manos de la delincuencia, se asegura, han sido rescatados para que, con gran iluminación, exhiban canchas y juegos infantiles que vuelven a sembrar la semilla de un México más seguro. La sucesión de temas parece ilimitada y al gusto de los asesores difusivos. La producción no escatima recursos a cuenta del erario. La urgencia por trasmitir el enorme cúmulo de hechos, iniciativas y obras no parece topar con algo de mesura. La campaña sigue la máxima harto conocida: difunde mil veces una mentira y terminará siendo verdad asentada.
De manera paralela, y sin reparar en el despliegue publicitario en marcha, la realidad nacional va arrojando datos y hechos que contradicen, a veces de manera violenta, la versión oficial. El señor Calderón, a pesar de la inversión millonaria en imagen, no mejora en las consideraciones y simpatías de los ciudadanos. Destacan, en cambio, las observaciones que se hacen por la debilidad e ineficiencia de su administración. Peor aún: no evitará juicios y demandas en su contra que se sucederán en cadena cierta e inevitable. Su presidencia y la semilla sembrada en la publicidad se topa, casi de manera cotidiana, con la numerología revelada por las mismas agencias gubernamentales o internacionales. En ellas se asienta el escaso crecimiento económico promedio de su administración: 1.7 por ciento que, al relativizarlo con el per cápita, se torna negativo. Los millones adicionales de pobres son documentados por el Inegi. Lo mismo acontece con la pauperización de los trabajadores, el ralo empleo y el aumento desmesurado de la informalidad. La guerra contra el crimen se va perdiendo a pesar de los enormes gastos presupuestales y las decenas de miles de muertes. Este espantoso cementerio de mexicanos gravitará sobre la conciencia de muchos y no dará reposo ni perdón a sus actores principales. Mientras eso llega, el tormento difusivo desencadenado por el señor Calderón y sus adláteres parece que, al menos, tendrá una próxima tregua debida al último tramo de la contienda federal en curso.
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