La mariposa monarca ha llegado a Cádiz para quedarse
La especie autóctona de Norteamérica encuentra en España el clima y el alimento para su supervivencia
Alejandra Agudo.
No está de vacaciones, aunque como muchos turistas busca el calor y la gastronomía andaluces. La mariposa monarca (Danaus plexipus), autóctona de Norteamérica, ya vive también de manera permanente en el sur de España, según ha constatado un proyecto de investigación de la Universidad de Córdoba, financiado por la Fundación Migres.
Este insecto tiene colores muy llamativos tanto en su fase de oruga como de mariposa, en la que alcanza un tamaño de diez centímetros. “Es un aviso para que los animales no se la coman, es tóxica”, explica Juan Fernández Haeger, investigador que ha participado en el estudio.
Es fácil verla en EE UU, sobre todo en sus viajes migratorios hacia México en invierno y en su retorno al norte en primavera. Pero en su vuelo, que puede llegar a alcanzar una altura de 2.000 metros, a veces se ven sorprendidas por tormentas cuyos vientos las arrastran hasta Europa. Cuando recaen en Inglaterra o el norte peninsular acaban muriendo, pero en Cádiz han encontrado un hogar para quedarse, con el clima cálido y las plantas -adelfillas y matas de seda- que necesitan para sobrevivir.
La existencia de estas plantas es fundamental para que la mariposa monarca haya podido asentarse en el Parque Natural del Estrecho y en el de Los Alcornocales, según revela el estudio.
Ambas especies fueron introducidas en España por el hombre. La adelfilla debió llegar desde América Central durante el siglo XVI; y la mata de seda desde África en el XVIII. Desde entonces crecen en nuestro país pese a que forman parte del catálogo de especies invasoras de la comunidad, aunque Fernández Haeger no cree que representen un peligro para el ecosistema. Tampoco las mariposas.
Aunque son plantas tóxicas –producen problemas cardíacos- y el ganado no se las come, la oruga monarca consume estas plantas e incorpora sus compuestos venenosos a sus tejidos, lo que les sirve de defensa ante depredadores.
Los investigadores han observado que algunas llegan a vivir un mes, lo que es raro, la mayoría de especies de mariposas viven una o dos semanas. Su conducta en nuestro país es, además, diferente al de sus hermanas norteamericanas. “Aquí no se comportan como una especie migratoria”, explica Fernández Haeger, “sino que dispersan entre los rodales de plantas”. Se expanden en verano y en otoño ocupan menos fragmentos.
Los investigadores de la Universidad de Córdoba Diego Jordano y Juan Fernández, que han realizado este estudio durante los últimos tres años con la financiación de la Fundación Migres, continuarán su labor con fondos propios para conocer mejor a esta bella inquilina del campo andaluz. Quieren conocer su ciclo biológico y ver si persisten mejor en zonas con menos viento. Otra tarea pendiente es observar la fluctuación numérica de las colonias. “El año pasado había cientos, era un espectáculo”, comenta Fernández. Sin embargo, en los años precedentes la comunidad era mucho más reducida. Destacan que el conocimiento de estos insectos es la base para su protección.
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