Educación y una nueva política de ciencia
Javier Flores
En México, siempre se exige a la investigación científica justificar su existencia por los beneficios que puede acarrear en el terreno económico. Esta idea se encuentra muy arraigada en nuestro país. Esto se debe a que el desarrollo científico y tecnológico en un buen número de naciones (con excepción de México) ha sido empujado por las necesidades de la industria. Con algunas variantes, el razonamiento es el siguiente: Si se invierte en la investigación científica y tecnológica, nuestra nación podrá alcanzar niveles importantes en su desarrollo económico; de no hacerlo, se hundirá en la dependencia tecnológica respecto del exterior”. Lo anterior es cierto, pero cabría preguntarse si esta actividad sólo se justifica de esta manera, cuando hoy nos encontramos en un escenario en el que sabemos que la ciencia puede actuar, no solamente sobre los sectores productivos, sino en muchos otros, al grado de que es capaz de modificar la propia naturaleza humana.
En nuestro país el vínculo principal de la investigación científica se ha establecido, no con la industria, sino con la educación, especialmente en los niveles superior y de posgrado. Éste ha sido por décadas el nicho principal en el que las actividades de investigación se han desarrollado. Es el escenario en el que los científicos mexicanos han acumulado la mayor experiencia. Las necesidades de México en el terreno educativo son enormes. En la actualidad, existe plena coincidencia entre sectores muy diversos de nuestra sociedad, en que muchos de los problemas que aquejan a nuestro país pueden ser enfrentados de mejor manera y resueltos por medio de la educación.
Pensemos en la lacerante desigualdad, con más de la mitad de la población viviendo en la pobreza; la educación es uno de los mejores medios para lograr el ascenso social y para mejorar la calidad de vida de la población (nunca olvido el dato que escuché de Julieta Fierro, según el cual a mayores niveles educativos de las mujeres sus hijos se desarrollan más sanos). También se coincide en que una de las formas más efectivas para enfrentar los problemas actuales de inseguridad y de violencia es mediante la incorporación de los jóvenes a las escuelas.
Un tema de gran trascendencia es que no basta con una educación a secas, sino se requiere de una educación de calidad, y es indiscutible que la investigación científica es uno de los medios para incrementarla, no sólo en el nivel terciario, sino en todos los niveles educativos, mediante la formación de los maestros y acciones para llevar la ciencia a las escuelas (sobre este tema la Academia Mexicana de Ciencias ha acumulado gran experiencia). Estos esfuerzos pueden además amplificarse por medio del impulso decidido a la educación no formal con el fomento de las tareas de difusión y divulgación del conocimiento.
La experiencia mundial muestra que la ciencia avanza cuando se le emplea para enfrentar los grandes desafíos de una nación. En México, uno de los mayores retos es precisamente el educativo. Una nueva política de ciencia, como la que puede encabezar un gobierno de izquierda, puede abordar de inmediato esta tarea pues, como he señalado, ha sido el espacio natural para el desarrollo de la investigación científica en México. Para ello se requiere incrementar las capacidades científicas de nuestro país mediante la formación acelerada de cuadros en el posgrado, la creación de nuevas instituciones educativas con plazas y laboratorios equipados para los jóvenes investigadores, muchos de los cuales, al no encontrar oportunidades en México, deciden radicar en el extranjero. Llevar la ciencia a las escuelas y especialmente a los maestros, pasando de las experiencias a nivel de “prototipo” a una aplicación en gran escala, e impulsando decididamente la difusión y divulgación de la ciencia.
Todo lo anterior no significa que haya que desdeñar o abandonar el impulso a la investigación tecnológica y la innovación, así como a la vinculación de la ciencia con el aparato productivo (habría que pensar, por ejemplo, en las empresas públicas del sector energético). Pero, como también lo muestra la experiencia mundial, corresponde principalmente a las empresas privadas propiciar este desarrollo. Habría que preguntarse sobre las causas por las que en México, a diferencia de otros países, la ciencia y la tecnología en la industria han llegado tan tarde y su avance ha sido tan lento. También si una política nacional de ciencia y tecnología con orientación social debe dirigirse prioritariamente a cobijar a las empresas privadas, a las cuales hay que brindarles el apoyo que requieran, pero no subsidiarlas con recursos públicos, como ha venido ocurriendo.
Una versión de este texto fue expuesta durante el Encuentro temático sobre ciencia, tecnología e innovación, presidido por el doctor René Drucker Colín, realizado el 12 de marzo en el World Trade Center.
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