G-20: cancilleres y financieros
Jorge Eduardo Navarrete
Difiero la discusión del tercer reactivo de la prueba de ácido que para la diplomacia mexicana constituye la relación bilateral con Estados Unidos, presentada en los artículos de febrero. Dos encuentros ministeriales en menos de 15 días fuerzan a considerar una vez más al Grupo de los Veinte (G-20) y a su carrera contrarreloj hacia la cumbre de Los Cabos, distante sólo 16 semanas y, quizá, otras tantas minicrisis. La macrocrisis europea, al igual que en Cannes el año pasado, absorbió el tiempo de los ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales, reunidos en la ciudad de México en el fin de semana del 25-26 de febrero. Eswar Prasard, de la Universidad de Cornell, confirmó al Financial Times lo que todo mundo sospechaba: “la exigencia de enfrentar la crisis de deuda de la eurozona desplazó del centro de atención las cuestiones de largo plazo, entre ellas las reformas del marco de regulación financiera global y del sistema monetario internacional”. Seis días antes, en Los Cabos mismo, los ministros de Relaciones Exteriores, en una reunión informal, habían tenido, como se publicitó ampliamente, otras distracciones: una caza visual de ballenas que debe de haber sido divertida. Prefirieron, en la circunstancia y amparados en la informalidad, no expedir comunicado alguno, sino ofrecer un conjunto de declaraciones individuales que dificultan apreciar el alcance del encuentro. Hay otra carrera, la de la edificación del centro de convenciones que alojaría a la cumbre, pero ésta ya se da por perdida. Así, entre prisas, tropiezos y distracciones, avanzan hacia la cumbre del G-20 cancilleres y financieros.
Sobre la reunión informal de ministros de Relaciones Exteriores, el portal de la presidencia mexicana del G-20 (www.g20mexico.org) ofrece un breve documento informativo. Lo resumo: los cancilleres advirtieron que, en las décadas recientes, la globalización ha vuelto más numerosos y apremiantes los retos globales. También ha mostrado que un sistema multilateral con legitimidad, conocimientos técnicos y recursos bastantes para afrontarlos se ha visto lastrado por “mandatos fragmentados” y “negociaciones [que] no registran avance o se encuentran estancadas”. Por ello “se requiere más que nunca de un fuerte liderazgo político”. El G-20 deberá aportarlo. Hasta ahora, ha fortalecido la coherencia y coordinación de las políticas, pero “el clima actual de incertidumbre económica ha dado lugar a demandas aún mayores y ha creado expectativas respecto al papel del G-20 en la solución de los problemas mundiales”. El grupo debe seguir centrado en “la gobernanza económica y financiera”, cuyos “aspectos claves” ya han sido identificados, al tiempo que están en curso “esfuerzos destinados a proporcionar soluciones adecuadas”. Por su parte, México invitó a los demás a “reflexionar sobre otros problemas importantes”.
Este documento informativo, que se supone refleja lo esencial de los intercambios de los cancilleres y sus adláteres, en realidad no informa. Es un ejemplo destacado de la diplomacia concebida como el arte de decir lo menos posible con el mayor número de palabras. Sería más grave, sin embargo, que fuese un reflejo fiel del desconcierto reinante en la reunión.
A pesar de que, según una crónica periodística, muchos de los ministros de Finanzas “no se quedaron en México por más de 24 horas”, se las arreglaron para formular y aprobar un comunicado (disponible en inglés en el portal de la presidencia mexicana del G-20). Es un texto interesante, una vez que se reconoce su supuesto básico: se trata de reformar el actual sistema monetario y financiero internacional para hacerlo más funcional en relación con el actual modelo económico global. No se trata de sustituirlo por otro que contribuya, más bien, a una transformación del modelo.
La cláusula que recoge con mayor claridad esta intencionalidad política es la referida a Grecia. Los financieros y banqueros del G-20 expresan su complacencia por los progresos conseguidos en Europa para “colocar a Grecia en un sendero sustentable”. Parece más bien que –con las políticas de austeridad extrema que abaten salarios, frenan el empleo y recortan el gasto social, entre otras acciones– Grecia ha sido colocada en el sendero del desastre: recesión prolongada, desempleo creciente, niveles de vida a la baja y otras consecuencias no sostenibles, que se extenderán hasta mediado el decenio y más allá. Se hunde a Grecia y quizá no se logre salvar a sus acreedores. Si se ha alcanzado alguna sustentabilidad es la de los bancos. Al revisar la prensa europea del último mes se encuentra que el corpus de opinión en este sentido es abrumador.
El comunicado confirma un comportamiento económico desigual, con débil avance en los países avanzados y declinante expansión en las economías emergentes, en medio de una elevada volatilidad financiera. Se expresa alarma ante las posibles alzas de precios del petróleo, sin reconocer que, con una demanda deprimida por el estancamiento, son las sanciones a Irán y sus posibles repercusiones el factor que impulsa los precios al alza.
En la perspectiva de Los Cabos, el comunicado promete que allí se actualizará el Plan de Acción de Cannes, reforzando la vigilancia y la rendición de cuentas sobre “políticas fiscal, financiera, estructural, monetaria, cambiaria, comercial y de desarrollo”. Pareciera un tanto exagerado el papel que se atribuye a la supervisión de políticas, sin hablar de la necesidad de monitoreo simétrico, a menos que se busque generalizar la experiencia de las visitas de la troika de inspectores a Atenas.
El tema central del fin de semana mexicano fue la cuestión de si los países no europeos del G-20 se hallaban dispuestos a incrementar el volumen de recursos de que dispone el FMI para operaciones de rescate de deuda. El rechazo más enfático provino del secretario del Tesoro de EU, pero nadie parece haber recibido con aplausos el señalamiento de la directora gerente del fondo de que requería de mucho más recursos para aumentar su capacidad no de apagar incendios, sino de evitar que se extiendan. Incluso el ministro alemán, que los ve de cerca, considera que disponer de más recursos de alivio induciría el abandono de la austeridad salvaje en la que tiene cifradas sus esperanzas.
En el mejor estilo del G-20, las decisiones se difirieron. El tema de los recursos adicionales –por la vía de préstamos, para no poner en riesgo con un aumento de cuotas las relaciones de poder en el fondo– se volverá a discutir en abril en Washington o en junio en Los Cabos. Se ha perdido, otra vez, el sentido de urgencia que estuvo presente en la cumbre de Pittsburgh, en 2009, y reapareció fugazmente en Cannes dos años después. Eso sí, los ministros y gobernadores se apresuraron a señalar las condiciones para usar recursos todavía no comprometidos, es decir inexistentes: “se impondrán elementos de mitigación de riesgo y condicionalidad”, aclararon.
Así transcurre, entre financieros y banqueros y no sin intermezzos livianos, la vía dolorosa a Los Cabos.
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