Por Bolivar Hernández.
Cuento corto. Hace un par de años conocí a Carlos, un colega arqueólogo guatemalteco, envejecido por el sida, mendigando por las calles de la capital. Me abordó en aquella ocasión, un tanto desesperado por obtener algo de dinero para comer, cosa que le dí a cambio de que me contara su historia de vida. Carlos se contagió de sida en la selva, en Tikal, durante un trabajo de campo cuando tuvo relaciones sexuales con una turista europea. Más tarde Carlos contagió a su esposa quien falleció a los pocos meses. Ahí empezó el calvario de Carlos; depresión, perdió el empleo y la autoestima por los suelos. Así lo conocí en esa situación. Dejé de verlo por varios meses, hasta que un día me enteré que había muerto y me dio tristeza. Hoy que caminaba por el centro de la ciudad, apoyado en mi bastón, alguien me tocó el hombro por detrás, y era él. Me contó que enterraron a una persona como él, muy parecido físicamente, y que murió en la calle como indigente. Lo encontré más repuesto de salud y con la misma necesidad de dinero para comer. Me aceptó que lo invitara a almorzar, Y cuando llevaron la carne se disculpó conmigo, no come carne, no por vegetariano, sino porque no tiene dientes para raerla. Nos despedimos y le puse un billete en su saco roto. Todavía no me repongo de la impresión de hablar con un 'muerto'.
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