La revolución en proceso / Víctor Flores Olea
Hoy vivimos una paradoja: se habla abundantemente de las izquierdas en sus distintas modalidades, pero cuando se les pregunta a esas izquierdas en qué consiste su programa político, económico y social la gran mayoría guarda silencio sobre lo que deberían confesar primero: que su objetivo consiste no solamente en la nacionalización de los medios de producción sino en su socialización, es decir, en la socialización de sus formas de vida, de la ética predominante, de los valores que distinguen a una sociedad en proceso de cambio hacia el socialismo y de los puntos de referencia que definen la conducta de un conjunto social, de una comunidad también hacia el socialismo.
No bastaría pues con emprender la crítica del sistema capitalista, aunque siempre será útil esa empresa, y con denunciar su individualismo mentiroso e irracional, sino que es indispensable pensar también en los “medios” e “instrumentos” para transformarlo, para convertir la mentira en verdad y la farsa en drama real. Voy a lo siguiente: proclamarse de izquierda es algo más que ostentar una credencial que nos acredite como integrantes de un partido político reconocido como de izquierda, se trata más bien de una militancia real que se inscriba en la perspectiva de la izquierda y desde luego de una conducta pública que valore en lo moral y en lo político una cultura, digamos, que enaltezca la conducta, los usos y costumbres de la izquierda y del socialismo.
Es verdad que en los análisis de la realidad social desde una perspectiva de la izquierda son inevitables las consideraciones históricas, pero no simplemente para trasponer las conclusiones de hoy y de ayer al mañana, como si la historia fuera un bloque compacto que pudiera moverse libremente, y como si ese movimiento no causara modificaciones de fondo en el análisis que se lleve a cabo. El tiempo es el gran laboratorio de observación de la historia, y sirve no simplemente para proclamar que el análisis de ayer nos da razón hoy y mañana, sino precisamente para estudiar las semejanzas y las diferencias en los diversos tiempos. Y más todavía en materia política.
En esta esfera los ingredientes económicos son el horizonte que sirve de base también a la explicación del conjunto de la vida social, incluida la política, pero debe considerarse que son simplemente “guías” o “nortes” y no de un núcleo idéntico a sí mismo que se repite al infinito. Pero hay principios permanentes: y justamente la lucha por el socialismo ha de contener algunos principios básicos, si ha de seguir siendo una batalla en favor del socialismo. Y a esto nos referimos cuando decimos que en la actualidad esa lucha se encuentra muy deslavada, no sólo por razones del poderoso enemigo enfrente sino por la razón de que las propias filas del socialismo han perdido de vista sus objetivos más generales y profundos, centrales. La táctica se ha tragado a la estrategia, parece. Lo circunstancial se ha impuesto sobre lo fundamental.
Y esta es la gran debilidad de las “izquierdas” hoy en día. Porque ese abandono de lo fundamental, esa claudicación de lo primario respecto a lo accesorio, se traduce también en debilidad táctica, en claudicación de la lucha por acceder al socialismo, en abandono fundamental de los objetivos últimos. Y es que al final de cuentas se trata de un abandono del núcleo fuerte de la lucha socialista. Y se trata, ni más ni menos, del olvido de las mayorías que son indispensables en los procesos electorales, y más
necesarios aún en los procesos del enfrentamiento político al que inevitablemente conducen estos enfrentamientos históricos, estas opciones fundamentales de la política y de la organización social. ¡Barbarie o socialismo! es una alternativa de vida que no aparece en la historia real sino a través de grandes decisiones y privaciones.
Por supuesto que en la lucha concreta no pueden olvidarse las necesidades de la contingencia, las modulaciones de una batalla que ha de ser flexible para alcanzar sus metas últimas. Pero esas modulaciones, como decíamos, no pueden llegar al extremo de abandonar el corazón del propósito en nombre de la circunstancia. Hoy, después de las derrotas de los “socialismos realmente existentes”, y en primer lugar del soviético, la batalla es más dura porque resulta más difícil convencer a los grandes números que el socialismo es en verdad un sistema cualitativamente superior, tanto desde el punto de vista del liderazgo como de sus realizaciones prácticas, entre las cuales hayamos también históricamente siniestras deserciones y abandonos, v gr: dictaduras en vez de democracia, regímenes duros y de una pieza por los que no han circulado las ideas en vez de regímenes vitales e imaginativos en que florecen el debate de las ideas y la oposición creadora de los argumentos de la inteligencia.
La gran interrogante que se plantea es la de las fuerzas políticas y económicas reales que puedan permitir o no que una visión del mundo antagonista a sus intereses tenga la oportunidad de imponerse y triunfar, o la de hacer imposible ese vuelco de la historia. Por eso se trata en verdad de una efectiva lucha de clases, y dentro de ésta de la capacidad de convencimiento que lleguen a acumular los partidos de uno u otro lado. ¿O debemos esperar a que el sistema actual se hunda para pensar en su relevo histórico? Pero pensemos también que su crisis digamos final sólo es concebible si hay una nueva formación histórica ya en acto que pueda aspirar a la gestión eficiente del conjunto social. Ser de izquierda hoy consiste precisamente en batallar en favor de esa formación, que debe poseer ya el irrenunciable núcleo de la izquierda socialista.
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