viernes, 2 de marzo de 2012

Nos vienen con ideas.

Nos viene con ideas"
Por: Ángel Gabilondo


Sin ideas no hay nada que hacer. Sólo con ideas, tampoco. Precisamos proyectos concretos y realistas. Las ideas sin proyectos son ciegas, los proyectos sin ideas, vacíos. El paso de las ideas a proyectos no es un simple salto, es una travesía. Nada suple la falta de ideas y hemos de procurar que sean fructíferas, con capacidad de modificación, de transformación y de mejora del actual estado de cosas. Tenemos muchas carencias, pero la falta de ideas no es menor. No hablo de lo que se nos ocurre, digo lo que ocurre.

Nada más corrosivo que considerar que las ideas son innecesarias, incluso en sí mismas peligrosas. No hace tanto oí a unos padres contar a unos amigos que iban a cambiar a su chico de colegio porque “nos viene con ideas”, decían. Supongo que el muchacho respondía o proponía algo, o ponía en cuestión alguna cosa, o tenía criterio propio, o defendía determinadas posiciones, o mostraba dudas e incertidumbres, o cuestionaba. Lo caricaturesco de esta situación no impide que sea rigurosamente cierta y significativa.

Hay algo inquietante en todo esto. Se trataba de ideas. Pero hay un modo magnífico de desactivarlas que consiste en que, sin dejar de ser “ideas”, no pasen de serlo. Pueden decirse, pero no han de suceder. Es cierto que incluso en ese caso no son inocuas. Y por eso, antes de minusvalorarlas conviene no olvidar que unas son preferibles a otras. Y discernirlas.

La travesía de una idea a un proyecto supone no olvidar lo que se necesita. Un proyecto requiere además cierta organización y programación, determinados objetivos, un cronograma, algún sistema de evaluación que no sea indiferente para con los efectos, las consecuencias y los resultados, en no pocas ocasiones algún presupuesto y, en general, alguien, quizás un grupo de personas, dispuesto a hacerlo valer, a ponerlo en práctica, que crean en él y estén en condiciones de trabajar y de luchar por sacarlo adelante.

Un proyecto conlleva toda una planificación, una política. Se precisa implicación, medios, compromiso. Entonces, si el proyecto está nutrido de verdadero contenido, de un pensamiento efectivo y activo, si es el proyecto quien “nos viene con ideas”, producirá una verdadera concepción, será capaz de llegar a ser un concepto y concretarse y hacer como tal.


.A pesar de los temores de aquellos desazonados padres y de las consecuencias de determinadas ideas -aunque lo que más parecía inquietarles en ese caso es que simplemente fueran ideas- hay un modo extraordinario de desactivar las ideas que consiste en clausurarlas en el ámbito de lo que puede pensarse pero no ha de ocurrir. Incluso en tal caso las ideas hacen, pero no faltan quienes disfrutan asistiendo al malabarismo de los que se entretienen ideando.

Conviene no olvidar que el camino no siempre es lineal, que no “tenemos” en primer lugar una idea y luego la “hacemos”. Entre otras razones, porque hay ideas que brotan de determinadas acciones, que nutren y sostienen una buena teoría y que son claves para la inteligencia práctica.


Es cierto que en no pocos ámbitos faltan ideas, hay poca reflexión, poco pensamiento y ello hace que el discurso resulte simple, vacuo, falto de fuerza aglutinadora y configurativa. Eso sí, muchas veces disfrazado de falsa eficacia. Quizá la crisis sea siempre también, y a la par, una cierta pérdida de discurso, de ideas y de palabras que sean verdaderas concepciones. Y todo se nutre de recetas y de consejos. Bien es cierto que en general no estamos ninguno para exhibiciones, pero ello no nos impide hacer valer esa necesidad de discurso.

La falta de proyectos, de recursos, de implicación, no sólo impide la realización de importantes ideas, es que las agosta hasta presentarlas como sueños innecesarios. Y entonces, en nombre de un supuesto realismo, se preconiza la rendición ante el actual estado de cosas.

Sin proyectos, se adormecen las ideas, pero sin ideas los proyectos son meros actos de ejecución, cuya efectividad se reduce a satisfacer intereses, en ocasiones espurios. El buen hombre de acción nunca minusvalora las ideas, pero no se limita a enunciarlas. Todos estamos desafiados a buscar el porqué y el cómo realizarlas, sin embargo, es preciso saber para que el hacer no sea autodestructivo, es preciso hacer para que el saber no sea simple olvido y ensoñación.

Me inquietan quienes en cualquier ocasión sólo “nos vienen con hechos”, siempre irrefutables, siempre determinantes, siempre incuestionables, siempre preámbulo de decisiones incontestables. Son hechos presentados de tal modo que sólo cabe aceptar las medidas que aquellos proponen, preludian alguna claudicación. Entonces, las ideas parecen estar de más.

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