lunes, 19 de septiembre de 2011

México militarizado.

México militarizado.
Víctor Flores Olea

A juzgar por las presentaciones del propio gabinete y afines, la parte militar de los desfiles de los días pasados representó el espacio más espectacular y avanzado de nuestra fuerza como nación. Todo indica que deseaba lanzarse un principal mensaje subliminal: a pesar de nuestros innumerables y graves problemas existe en el fondo un ser de hierro ante el que se desbaratan los más duros ataques: pobres pero fuertes, desposeídos pero actualizados, muy lejanos a estas tecnologías pero que sin embargo también están en nuestras manos.

Lo que no se ha dicho de esta novedad de los desfiles patrios es que nos son ajenos hasta el último tornillo de las maravillas que presentamos en estos carnavales tecnológicos. Ni un ápice de transferencia tecnológica, como en el fondo ha ocurrido prácticamente desde siempre en los intercambios sur-norte. Pero eso sí, la guerra (guerra antinarco) nos ha llevado a gastar dinero a manos llenas, ha puesto hasta a los televidentes más comunes a escandalizarse con furia por el dispendio en aviones o en tanques o en cañones o en ametralladoras (esas sí del primer mundo). ¿Cómo entregarle a los ricos más recursos cuando la mitad de la población de México y del mundo se muere de hambre?

En México se gastan alrededor de 3 mil 500 millones de dólares al año en armamento, y otra cantidad igualmente descomunal en medios informativos, ambas engrosando los recursos de las élites fácticas más importantes que tenemos. Por lo demás un consultor de la ONU en materia de armamentismo, ha

llegado a decir que las fuerzas armadas del país tienen un variado pool de vendedores de armamentos, que incluye desde luego a Estados Unidos, a Francia, España, Sudáfrica y Rusia, presentando nuestro país una notable diversificación en ese campo.

No es difícil imaginar que un negocio multinacional de estas dimensiones incluya un proyecto claro de dominación política. En realidad la derecha republicana, encabezada entre otros, en estos tiempos, por los representantes y senadores Michael McCaul, republicano de Texas, y Mack, republicano por Florida, sostuvieron que “el último desfile armado conmemorativo del 201 aniversario del inicio de la Independencia de México se convirtió en una demostración más del gobierno de Felipe Calderón en

contra de la delincuencia organizada, pero esta vez con la ostentación del apoyo militar del gobierno de Estados Unidos”.

Se hace también aquí evidente la intensión oculta de las frases sibilinas de Hilary Clinton y de otros altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos, quienes hace algún tiempo fueron los primeros en utilizar el término “terrorismo” para calificar la violencia en México. En aquellos momentos varios analistas mexicanos negamos enfáticamente que la violencia mexicana pudiera ser calificada simplemente de “terrorista”, ya que se trataba claramente de hechos delincuenciales que debieran ser tratados como tales sin “escalar” su contenido semántico.

Parece que no teníamos razón, porque en primer lugar el propio presidente Calderón se precipitó a calificar de “terrorismo” el asalto al Casino Royale de Monterrey; y en segundo lugar porque, es para el gobierno estadunidense, el objetivo central era construir una “violencia” política en México que les

abriera las puertas de par en para para ingresar al escenario mexicano como actores políticos en los que asumirían el indiscutible de “dueños” o dominadores , comenzando por el aspecto económico de la cuestión, con el pleno control sobre nuestros recursos naturales, pero siguiéndoles de cerca el control pleno sobre nuestros recursos naturales, es decir, en el fondo, el dominio absoluto sobre nuestro destino político y sobre la necesidad de someternos incondicionalmente a sus mandatos.

Según puede verse ahora, las “bravuconadas” de los líderes estadunidenses de hace unos años preparaban ya lo que ahora se muestra lenta pero inexorablemente: el conflicto político en México o en cualquier otro país latinoamericano es la mejor tierra de cultivo hoy para la penetración y violación de nuestras soberanías, y para imponernos sus condiciones. En todo caso, veamos una de las variantes más socorridas por el imperio para hacer efectivo su dominio a lo largo y ancho del mundo.

Hace unas décadas se trataba en primer lugar de eliminar a los adversarios de la “guerra fría”. Hoy, caído el Muro de Berlín, se trata de construir cualquier género de pretextos para hacer plausible esa penetración. En México y América Latina, pero también en otras zonas del mundo conocemos bien esa perfidia y tales experiencias lamentables.

En otros términos, se trata no solo del control delictivo en las calles sino de la influencia decidida, y a veces de un alto grado de conjunto, sobre los aparatos de poder locales, estatales y federales. Tanto más que para México ha sido más fácil disminuir drásticamente sus inversiones en tecnología, como ocurre en el presupuesto 2102, que incrementar aún mímimamente la cifra en este rubro.

Es verdad lo que algunos sostienen: tanto demócratas como republicanos están dispuestos a dominarnos sin ningún miramiento. Las recientes experiencias de Bush y Obama, para no ir más lejos, confirmarían la tesis. Más fácilmente demostrable con los últimos presidentes mexicanos, desde luego Vicente Fox y Felipe Calderón,y aún antes ya de suyos con una definida proclividad a entregar al país.

Vaya esto como advertencia clara de que tal será en adelante la política estadunidense hacia México, mucho más en las manos de la extrema derecha de ese país que, todo indica dominará el escenario político en los próximos años.

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