Adiós, Agatha, y bienvenida
Bárbara Jacobs
Antes de saber cuántas páginas tenía Una autobiografía de Agatha Christie, al terminar mi lectura del Epílogo me avergoncé de mí misma, pues me había tardado del 6 de agosto al 16 de octubre en leerla y la lentitud me parecía inconfesable, incluso si tomaba en cuenta que en el lapso había leído otros libros, escrito una conferencia y al menos dos pares de artículos, y hecho otros tantos viajes de trabajo.
Una excusa era que había leído el libro de Christie en edición electrónica, el primero que leía de esta manera, lo que restaba algo del peso vergonzoso al tiempo invertido en leerlo (vencí mi resistencia a comprar el/la iPad precisamente porque era la vía más rápida para tener y leer Una autobiografía de Agatha Christie), tiempo que invertí, simultáneamente, en aprender entre alguna sesión con un instructor y sobre la marcha cómo aprovechar cuantas herramientas extra ofrece este medio de lectura al lector, y cómo guiarme en mi progreso, no según la paginación, pues electrónicamente carece de ella, sino atenta al porcentaje, pues así es cómo la edición para iPad marca el avance de las páginas. Sin embargo, los últimos por cientos incluyen, aparte de información editorial y datos sobre el autor, un índice de temas y nombres con la página en la que éstos pueden localizarse según la edición impresa en la que se basa la electrónica.
De esta manera supe que el texto impreso abarcaba por lo menos 530 páginas, sin contar las últimas, que siguen al Epílogo y que también leí con minuciosidad, y gracias a lo cual superé la vergüenza de haberme tardado más de dos meses en leer Una autobiografía de Christie, que tanta urgencia había tenido de leer. (Una de las impresiones que desprendo de la experiencia tiene que ver, quizá por la ignorancia natural del que incursiona en un mundo desconocido, con la sensación de lectura impostergable por temor a que desaparezca, y de lectura consciente, mientras no aprendes a marcar lo que no quieres olvidar.)
Pero éste fue sólo uno de los comentarios que me suscitó la lectura de este libro de Agatha Christie, la Reina de la Novela Policial.
Aparte, quiero señalar que la autora habla de la necesidad de contar tanto con una habitación propia como con medios propios de subsistencia, si no tan teóricamente fundamentada, sí antes de que lo hiciera Virginia Woolf, y que insinúa que sus famosos 10 días de desaparición, de los que no soltó prenda y de los que tampoco dejó huella, pueden haberse debido, no a un estado amnésico que hubiera padecido, según se ha supuesto, sino a un acto completamente consciente y voluntario.
Para escribir la primera novela no policial que escribió, de una serie firmada por Mary Westmacott, imagina qué haría la protagonista de encontrarse sola en un paraje, sin entender la lengua de quienes la rodearan ni nadie que entendiera la de ella; si se encontrara inmovilizada, sin ningún lugar a donde ir ni ningún libro que leer, sin poder hacer nada más que reflexionar sobre sí misma y hacerse profundamente las viejas preguntas de quién es ella en realidad, de cómo es en realidad, de cómo la ven los demás, de si la ven como ella supone que la ven...
Empecé a identificarme con ella, por insólito que parezca, por el amor que tuvo por Ashfield, su casa de infancia. A lo largo de su vida vivió en numerosas casas, en diferentes ciudades, en diferentes países y continentes, en islas y hasta en desiertos. Además, fue propietaria de docenas de casas, en tiempos de paz y en tiempos de guerra. Casas señoriales y casas económicas. Propias, alquiladas. De estudiante, vivió en pensiones y en internados.
A lo largo de su vida, fue huésped de amigos y de familiares. Mientras duró su debut social, vivió con su mamá en un hotel en El Cairo. En una ocasión, incluso tuvo que ceder una de sus casas en Inglaterra a la Armada, que la ocupó mientras duró la Segunda Guerra Mundial.
Parecería que una vez que dejó su casa de infancia, peregrinó por el mundo en busca de recuperarla en otras. Incluso en tiendas de campaña. En cabinas de barco y compartimentos de tren. Fue una permanente buscadora de su perdida casa de infancia. En el Epílogo de Una autobiografía sintetiza su vida en un puñado de recuerdos, pero el más vívido que registra, al que vuelve y vuelve, es el de su casa de infancia, Ma maison, mon nid, mon gît. Mientras la recordara, carecería de efecto su demolición.
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