El liderazgo presidencial
Soledad Loaeza
En estos tiempos de precampaña vale preguntarse en qué consiste hoy el liderazgo presidencial y reflexionar acerca de qué queremos en 2012. Tomaré como referencia a dos presidentes que fueron líderes muy efectivos, pues ambos emprendieron acciones transformadoras que moldearon las instituciones de la segunda mitad del siglo XX: Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán. Los dos lograron forjar a su alrededor una coalición de intereses que apoyó sus acciones, pero para ninguno esa coalición fue un obstáculo y su influencia sobre sus acciones fue limitada, por la simple y sencilla razón de que ellos mismos fueron sus promotores.
Hago a un lado la sobresimplificación que ve en el PRI el mismo partido que era el PRM, sólo que con otro nombre; entonces lo primero que anoto es que estos presidentes provenían de partidos diferentes, aunque comparables en su debilidad. El PRM de Cárdenas nunca llegó a consolidarse como una organización estable, y el PRI de Alemán apenas despuntaba cuando llevó al poder a su primer candidato presidencial. En estas condiciones ambos personajes gozaban de amplia libertad de maniobra en cuanto a redes de intereses y de compromisos ideológicos, que habrían pesado sobre sus acciones en caso de que la organización partidista hubiera sido fuerte. En ese sentido no hay duda que los dos presidentes fueron en su momento líderes que ejercieron un poder altamente personalizado, pero ¿qué significa esto? ¿Que sus decisiones y sus acciones se explican por su biografía, sus rasgos de carácter, su idiosincrasia o su físico? Esta explicación es francamente débil; estoy convencida de que hemos exagerado el peso del factor personal.
En este caso, poder personalizado más bien significa que los presidentes actuaban en un entramado institucional de escasa densidad que les abría un amplio margen de maniobra. Fueron líderes porque tenían un mensaje y una propuesta, y no porque uno fuera de Michoacán y el otro de Veracruz, o porque uno fuera reservado y su estilo austero, y el otro, en cambio, desplegara una amplia y contagiosa sonrisa, y tuviera un estilo mundano que era muy novedoso en el México de finales de los cuarenta.
Cárdenas y Alemán representan dos tipos distintos de liderazgo presidencial, el cual cada uno construyó a partir de las circunstancias en que le tocó gobernar a México. Cárdenas llegó a la Presidencia cuando la dominación callista había dejado en ruinas al país; y a Alemán le tocó la atmósfera entusiasta de la posguerra. En ambos casos había mucho espacio para la reconstrucción política. La desconexión ideológica entre ellos era la oposición entre la ortodoxia de la Revolución Mexicana que representaba el primero, y la heterodoxia que introdujo el segundo. Pero además, en estos personajes parecían encarnar dos tipos distintos de país: uno hablaba desde el México profundo, en apariencia renuente al cambio acelerado, era el país rural, eterno, amenazado por la industrialización; el otro, hablaba desde el país urbano, ávido de modernidad, desprendido del pasado que retrataban los murales de Rivera, y cercano a las abstracciones universales de Tamayo.
Estas diferencias parecerían confirmar la visión de quienes ven en el ejercicio del poder presidencial una experiencia estrictamente personalizada, y por eso mismo, única, cuando en realidad lo irrepetible de estos episodios es el contexto, y su contribución a la formación del liderazgo presidencial; las particularidades de cada caso nos dicen más del país que gobernaban estos presidentes que de ellos mismos.
En cambio, los patrones del liderazgo presidencial se repiten. Por ejemplo, algunos presidentes han gobernado sobre todo desde una óptica clientelar y partidista; otros, en cambio, se han concentrado en acciones legislativas y en la ampliación de la administración pública, una vía de extensión del poder presidencial. Es indudable que nuestras nociones del liderazgo presidencial, como la cultura, se han transformado en el tiempo. Ahora, mientras más cercano a los ciudadanos esté, o parezca estar, un político, mayor será su atractivo electoral. En 1958 en Francia, ¿quién le hubiera pedido al presidente De Gaulle cercanía y calor humano? Y en México, ¿quién le hubiera reclamado a Adolfo Ruiz Cortines sus silencios?
El cambio tecnológico también ha influido sobre nuestras nociones del liderazgo presidencial. Dicen los comunicólogos que para ser un líder influyente hay que ser telegénico, es decir, caerle bien a las cámaras de tv, como se dice de alguien que pasa bien por televisión. ¿Podemos imaginar al general Cárdenas en el programa de Brozo? Difícilmente. La fuerza de Cárdenas residía en lo que representaba y no en su sentido del humor. Vicente Fox creía ciegamente en el poder de los medios para construir su liderazgo; en consecuencia echó mano tanto como pudo del radio y de la televisión. ¿Y qué pasó? ¿Quién se acuerda de alguna de sus intervenciones, a no ser aquélla del “¡Hoy! ¡Hoy! ¡Hoy!”, que la habilidad mefistofélica de un publirrelacionista convirtió en un supuesto programa de gobierno?
Creen algunos que el carisma es un componente central del liderazgo presidencial. Pero ¿quién posee esa calidad excepcional que hace a un político el líder persuasivo y convincente capaz de atraerse el apoyo de cientos de miles, de millones de personas? Nadie puede saber a ciencia cierta quién tiene el potencial de ser un verdadero líder presidencial; el problema es que la vuelta de la tuerca no ocurre sino hasta que llegan a Los Pinos.
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