Documentales en Morelia
Carlos Bonfil
Uno de los mejores saldos del reciente Festival Internacional de Cine de Morelia es la vigencia incuestionable del documental mexicano. Contrariamente al cine de ficción, que con dificultad consigue momentos de originalidad y frescura, el registro de historias vivas, cercanas a la experiencia cotidiana de mucha gente, ha tenido en años recientes una gran fortuna. Algunos documentales captan la atención pública y llegan a generar una fuerte polémica (Presunto culpable, de Roberto Hernández y Geoffrey Smith, un caso emblemático). El impacto es tan grande que muchas de las mejores ficciones admiten una primera inspiración documental y combinan con acierto el relato intimista y una reflexión social (El premio, de Paula Markovitch, ficción distinguida en Morelia es al respecto una ilustración contundente).
Los documentales en Morelia tuvieron este año un tinte político, en nada reñido con una introspección personal, como en el caso de Silvestre Pantaleón, de Roberto Olivares Ruiz, cinta ganadora, y su exploración de una comunidad indígena nahua guerrerense, donde un anciano procura a toda costa que le practiquen un ceremonial llamado levantamiento de sombra. O Lecciones para una guerra, de Juan Manuel Sepúlveda (autor de La frontera infinita, estupendo trabajo sobre la inmigración ilegal en México), radiografía de un pueblo campesino involucrado en los pacientes preparativos para una resistencia armada. Otro trabajo sobresaliente fue El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo, que evoca de modo original la guerra civil salvadoreña, entre 1979 y 1992, y su saldo de 80 mil muertos y numerosos desaparecidos. Entre los pueblos arrasados por la guerra fratricida, figura el poblado de Cinquera, considerado por el gobierno, la guardia nacional y los paramilitares foco de subversión y refugio de guerrilleros.
Algunas familias desplazadas por el terror oficial regresan años más tarde a ese pueblo devastado, invadido por las serpientes y los fantasmas de los desaparecidos. Caminan sobre los restos de familiares y amigos, dispersos y sepultados en montes que son fosas comunes. Regresan a recuperar la memoria y a construir el Nuevo Cinquera, convencidos de que “la tierra es un miembro más de la familia”.
Tomando de nueva cuenta a El Salvador como país de referencia y el tema de la resistencia armada como constante temática, El cielo abierto, el documental más reciente de Everardo González (La canción del pulque, Los ladrones viejos), evoca la figura legendaria de Monseñor Óscar Romero, alto jerarca católico que abandona sus posturas conservadoras y su trato con los poderosos, para solidarizarse con las luchas campesinas luego de enterarse de la ejecución sumaria de un sacerdote disidente. Súbitamente convertido en “arzobispo rojo” y objeto del odio de la oligarquía salvadoreña (“Haga patria, mate a un arzobispo”), Romero será también baluarte de una teología de la liberación que los campesinos reconocen más cercana a sus inquietudes y deseos que el discurso vacío sobre un cielo distante, zona reservada, adonde sólo podrían acceder los poderosos.
Hablan los campesinos y refieren cómo de golpe descubrieron que el reino de Dios estaba en la tierra, y que toda ella la acaparaba para su beneficio una minoría satisfecha con la complicidad de los altos jerarcas católicos. Everardo González recupera archivos audiovisuales y con ellos recrea momentos de la labor pastoral de Romero, la denostación de los medios controlados y la represión que con brutalidad cancela el clamor de la protesta.
Agnus Dei, cordero de Dios, de Alejandra Sánchez (Bajo Juárez), es el muy controvertido testimonio de Jesús, un hombre que refiere cómo siendo menor padeció el abuso sexual de un sacerdote pederasta hasta la fecha impune, y el combate que hoy libra para exponer con claridad la gravedad del crimen. Esa claridad incluye fotografías muy explícitas del abuso, mismas que han conducido a su clasificación desventajosa de RTC (para proteger, absurdamente, a un público de menores de una realidad de la que en los hechos sí pueden ser víctimas inermes).
En un registro muy distinto, el formidable documental La maleta mexicana, de Trisha Ziff, narra la historia de 4 mil 500 negativos de los fotógrafos Robert Capa, David Seymour y Gerda Taro, relacionados con la Guerra Civil Española y que se consideraban perdidos hasta fecha muy reciente. Su rescate es el pretexto para una evocación histórica e intimista del exilio español en México. Finalmente, El velador, de Natalia Almada, es una mirada perturbadora a los despropósitos y a la violencia de una guerra absurda, a partir de la escenografía kitsch de mausoleos a narcos en los cementerios de Sinaloa. El documental en México, más vigoroso que nunca.
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