jueves, 27 de octubre de 2011

Las obsesiones de Steve Jobs.

Las obsesiones de Jobs
Para el creador del iPod, su lavadora le ilusionó más que cualquier otro utensilio de alta tecnología.- Se publica la edición española de la biografía escrita por

Aquellos electrodomésticos me han hecho más ilusión que cualquier otro utensilio de alta tecnología en años". Steve Jobs, alma de Apple, se refería así a la lavadora de su casa, que tardó ocho años en amueblar porque "solo se rodeaba de cosas que pudiera admirar", según su viuda, Laurene Powell. La elección de una lavadora europea (que tarda más, pero conserva mejor la ropa) sobre una americana fue un debate familiar de semanas.


Walter Isaacson entrevistó a más de un centenar de familiares, competidores, adversarios y colegas del fundador y exjefe de Apple, fallecido el 6 de octubre, para escribir Steve Jobs, biografía que publica la editorial Debate.

Isaacson describe al padre del Mac, del iPod, del iPhone y del iPad como un tipo contradictorio. Una personalidad compleja, fuerte y arrogante, pero también sensible, vulnerable y de lágrima fácil. Un romántico que podía ser déspota y cruel; que dividía el mundo en clasificaciones binarias, entre "iluminados y capullos".

En pleno proceso de creación del ordenador Macintosh, Jobs se quejó a un ingeniero de que el sistema operativo tardaba en arrancar. Pizarra en mano, calculó: si cinco millones de personas usaban Mac y tardaban 10 segundos de más en arrancar el ordenador cada día, aquello sumaba 300 millones de horas anuales, lo que equivalía a salvar 100 vidas cada año. "Si con ello pudieras salvar la vida a una persona, ¿encontrarías la forma de acortar el arranque en 10 segundos?", le inquirió al programador Larry Kenyon. El sistema acabó arrancando 28 segundos más rápido.

Quien no tuviera respuestas, con Jobs tenía un problema. A los 13 años dejó de ir a la iglesia luterana. El pastor no supo qué contestar a por qué Dios permitía que en Biafra los niños murieran de hambre. No quiso tener "nada que ver con una adoración de un Dios así".

De sus padres adoptivos, Paul y Clara Jobs, que le consintieron todo en la vida, el fundador de Pixar aprendió la importancia de terminar bien las cosas, "aunque no se vieran". Residían en una casa del arquitecto Joseph Eichler que, inspirado por Frank Lloyd Wright, construía espacios de diseño limpio y estilo sencillo. Aquella fue su visión para Apple. Lo importante era un buen diseño. Lo aplicó a los aparatos y a sí mismo. Sus apariciones con jersey negro de cuello de cisne son diseño de Issey Mikaye. Le hizo un centenar. "Tengo suficientes para que me duren el resto de mi vida".

Sus obsesiones no solo eran estéticas y éticas, también dietéticas. Siempre experimentó dietas compulsivas. En una primera época solo se alimentaba de fruta y verdura. Después, tras leer Sistema curativo para dieta amucosa, de Arnold Ehret, abandona los alimentos con almidón (arroz, cereales, pan, leche, grano...) y practica prolongados ayunos. Jobs aseguraba que su dieta vegana evitaba la producción de mucosa y también de olores corporales, por lo que no usaba desodorante ni se duchaba con frecuencia.

Ya con cáncer siguió dietas veganas, acupuntura y mejunjes de hierbas y hasta tratamientos que encontró por Internet. Recién trasplantado rechazaba la ristra de zumos que le ofrecían, de distintos sabores, hasta que el médico le gritó: "Deja de pensar en ellos como comida. Comienza a pensar como medicina". Dietética y estética sobre todas las cosas. Medio sedado rechazaba las máscaras de oxígeno porque eran "feas".

La espiritualidad oriental y filosofía zen le acompañan a lo largo de su vida. Vegetarianismo y budismo zen, meditación y espiritualidad, ácido y rock forman sus años universitarios. De su pasó por India se trae la disentería. Meditaba por las mañanas, asistía como oyente a clases de física en Stanford, trabajaba en Atari y soñaba con crear su propia empresa.

Cuando Apple sale a Bolsa, Jobs pasa de recompensar a Daniel Lotkke, uno de sus mejores amigos de universidad, que estaba en Apple desde el inicio. El cofundador Steve Wozniak trató de remediarlo. Le propuso que le daría exactamente lo mismo que le diera él. "De acuerdo, yo voy a darle cero". A sus 25 años ya tenía 256 millones de dólares en el bolsillo. La actitud de Jobs hacia la riqueza resultaba algo compleja, escribe Isaacson. "Fue jipi antimaterialista, pero supo capitalizar los inventos de un amigo que quería regalarlos; un devoto del budismo que decidió que su vocación eran los negocios. Semejantes actitudes parecían entrelazarse en lugar de entrar en conflicto".

En NeXT, la empresa que fundó al ser despedido de Apple, desarrolló sus instintos naturales. Los buenos y los malos. El resultado fueron una serie de productos espectaculares que resultaron enormes fracasos de ventas. Esa fue su experiencia formativa. La que lo preparó para el éxito posterior. Jobs, en cualquier caso, se jactaba de que NeXT "habia llegado con cinco años de adelanto". Fue la base sobre la que después funcionaría OS X y el sistema operativo para los aparatos móviles de Apple. El multimillonario y ex candidato a presidente de EE UU Ross Perot le insufló 20 millones de dólares a NeXT. En una cena en honor del rey español, Perot invitó a Jobs y se lo presentó. Según Perot, Jobs le describió al monarca apasionadamente cómo sería la siguiente generación de ordenadores. Al rato, el rey le garabateó algo en un papel, que entregó a Jobs. Le había comprado un ordenador.

Los dibujos animados no escapan a su perfeccionismo. "No sabría decirte el número de versiones que vi de Toy story antes de su estreno", recuerda Larry Ellison, fundador de Oracle y gran amigo de Jobs, ambos hijos adoptados. "Aquello se convirtió en una especie de tortura. Iba a su casa y veía la mejora del 10% de secuencias. Él estaba obsesionado porque todo saliera bien, tanto la historia como la tecnología y no quedaba satisfecho con nada que no fuera la perfección absoluta". Hoy, Toy story se considera una de las grandes películas de la historia y sus estudios Pixar tan revolucionarios en la industria cinematográfica como Apple en la tecnológica.

Pero también era un romántico. En el vigésimo aniversario de la boda con Laurene Powell la llevó donde se casaron, a Yosemite. "No sabíamos mucho el uno de otro", le escribió, "pero nos dejamos llevar por nuestra intuición: me hiciste flotar... (...) Mis pies nunca han vuelto a tocar el suelo". Aparte de los tres hijos con Powell, tuvo una hija anterior, Lisa, de la que no se ocupó hasta los ocho años. Le pilló a su mujer con otro y no se fiaba de su autoría. También flirteó con Joan Baez, "porque había sido amante de Dylan", dice una amiga viperina. En su iPod, Jobs llevaba toda la música de Dylan y de The Beatles. También a los Rolling, a Don McLean y a Bach. Cuando Yo Yo Ma dio un concierto en su casa con un Stradivarius de 1773, Jobs le dijo: "Tu interpretación es el mejor argumento que he oído nunca sobre la existencia de Dios".

Jobs prohibió los PowerPoint a su regreso a Apple. "La gente que sabe de lo que habla no los necesita". Y implantó una nueva cultura: la empresa se tiene que centrar en cuatro cosas. Era otra de sus capacidades, saber desechar lo que no era importante. Su habilidad por concentrarse en lo fundamental salvó a Apple, dice Isaacson. También centró Apple en el diseño, al revés que la mayoría de empresas tecnológicas, donde la ingeniería determina el diseño.

La apertura de tiendas fue el último gran detalle para controlar toda la cadena, desde el silicio a la carcasa de los aparatos. Tenía capacidad para ser un gran estratega y un maestro en los aspectos más nimios. Participó activamente en el diseño de las tiendas y hasta discutió por el tono de gris de las señales del baño.

El libro explica el origen de la guerra con Adobe. No solo era una cuestión tecnológica. Cuando Jobs regresó a Apple en 1997 pidió a Adobe que creara herramientas de edición para Mac. Adobe se negó porque la cuota de mercado era irrisoria. Nunca se lo perdonó. Y cuando pudo les devolvió la puñalada.

Con la muerte en los talones, subió su creencia en la existencia de Dios, que siempre había calculado en un 50%: "Me gusta pensar que hay algo que sobrevive después de morir. Resulta extraño pensar que puedas acumular toda esta experiencia y tal vez algo de sabiduría, y que simplemente desaparezca, así que quiero creer que hay algo que sobrevive (...). Pero a lo mejor es como un botón de encendido y apagado. Clic y ya no está (...). Quizás por eso nunca me gustó poner botones en los aparatos de Apple".

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