domingo, 30 de octubre de 2011

El vicio de leer.

El vicio de leer
Néstor de Buen
Reconozco que la lectura es mi vicio principal, lo que no excluye a otros que no hace falta citar. Tengo una amplia biblioteca dominada, como es natural, por obras de derecho, pero en la que abundan libros de historia, arte y novelas. Yo compro, como es natural, muchos de esos libros y no falta quien me regale alguno, a veces, cordialmente dedicado.

Mi hora de lectura es nocturna, entre ocho y nueve de la noche y los fines de semana, independientemente de la lectura diaria y tempranera de la prensa que me llega a casa: La Jornada y El País, que entretiene mi desayuno.

Por la noche trato de leer novelas o alguna revista, Impacto por ejemplo y también The Economist, en parte porque tiene muy buena información internacional, algunas caricaturas sensacionales y porque me sirve para mejorar mi precario inglés. Confieso que me llama más la atención leer novelas españolas o iberoamericanas que suelen ser excelentes.

Muchas veces, terminada alguna lectura, me acerco al librero novelero para iniciar otra. Hace unos días me tropecé con un libro sensacional de Arturo Azuela, Desde Saulin. Historia de la ruta de Goya, que me llamó la atención por muchas cosas. En primer lugar por el tema mismo, ya que soy admirador absoluto de ese pintor aragonés. En segundo lugar, porque Arturo amablemente me lo había dedicado y me sentí muy mal por no haber procedido a su lectura. Finalmente, porque tres de los capítulos (XI, XII y XIII) están dedicados a los De Buen, particularmente a mi abuelo, Odón de Buen, oceanógrafo excepcional, de fama internacional, nacido en Zuera, a unos cuantos kilómetros de Zaragoza. Por supuesto que también menciona a sus siete hijos entre los cuales, mi padre, Demófilo de Buen fue el mayor. Y narra Arturo lo más importante de la vida del abuelo, becado por la Alcaldía de Zuera para estudiar en Madrid ciencias naturales, punto de partida de su vocación hacia la oceanografía en la que destacó con nivel mundial.


Me emocionó ese homenaje bien merecido al abuelo. Fue un hombre de lucha. Ingresó a la Masonería y colaboró con Fernando Lozano en un periódico que se llamaba Las dominicales del libre pensamiento, reflejo evidente de su pensamiento laico. Conoció a Rafaela Lozano, hija mayor de Fernando Lozano, y se casó con ella. Lo curioso del caso es que su hijo mayor Demófilo, mi ilustre padre, se enamoró de la hermana menor de su madre Paz, y superando muchas dificultades, particularmente la oposición de doña Rafaela, a la que no le hizo gracia que su hijo se casara con su hermana, contrajeron matrimonio por lo civil, en Madrid. En ese matrimonio nacimos Paz (en Salamanca), Odón (en Madrid) y Jorge y yo, primero, en Sevilla.

En el mes de julio de 1936 los abuelos se fueron a pasar el verano a Palma de Mallorca. Al estallar la Guerra Civil, a mi abuelo los franquistas lo metieron a la cárcel por sus antecedentes políticos republicanos. Tenía entonces alrededor de 80 años. Permaneció en la cárcel más de un año hasta que mi padre consiguió que lo canjearan por Pilar Primo de Rivera y eso permitió a los abuelos trasladarse en un barco inglés a Valencia para vivir, en Godella, un hermoso pueblo cercano a Valencia con nosotros.

El final de la Guerra civil sorprendió a los abuelos en Francia. Les tocó la invasión alemana, pero el abuelo pudo trasladarse a México, donde murió. La abuela falleció antes en Francia. Sus restos descansan juntos hoy en Zuera.

Es posible imaginar mi emoción al encontrar esa historia en el libro de Arturo Azuela que además relata la vida prodigiosa de Goya, el insigne pintor aragonés. La verdad es que quisiera encontrarme con Arturo para decírselo personalmente. Y para felicitarlo porque hace honor a su ilustre abuelo don Mariano Azuela, en su espléndido estilo literario.

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