Ellas siempre van armadas
Salvador Sostres.
Es peligrosísimo bajar la guardia; cualquier conversación con tu mujer, por amena e intrascendente que parezca, puede conducirte de un modo incomprensible y en poco menos de dos frases a un terreno sin escapatoria y minado. Hay que andarse con cuidado, seleccionar muy bien los temas, no intentar hacerse el gracioso con frases que podrían ser utilizadas en tu contra y, sobre todo, no intentar librar ninguna batalla porque antes de empezar tienes que saber que vas a perderlas absolutamente todas.
Hay tres lugares comunes donde toda esposa espera que cada conversación termine:
El primero, sin ninguna clase de duda, es en la preocupación por nuestra dieta y por nuestros hábitos poco saludables. Si están de buen humor, te cuelan el infinito rollo dietético con ese irritante tono pedagógico que te va cargando poco a poco. Si están de mal humor, con tono menos pedagógico pero más hiriente, te van concretando y describiendo con toda clase de detalles las enfermedades que vas a contraer por causa de tus excesos, y el estado en que vas a quedar, y qué pronto conocerás la muerte. Pero no te pienses que lo peor es el poco tiempo que te queda; ella se encarga de remacharte acusándote por anticipado de dejar en este mundo cruel a una hija huérfana. Por tu mala cabeza.
El segundo lugar común tiene que ver del primero. Parte del primero pero luego vuela solo. Va sobre las noches que sales con tus amigos y sobre las hora en que a casa regresas. Sale el tema de los gintónics, pero sobre todo el hecho de que no estamos nunca en casa, la opinión de que salir con los amigotes es de adolescentes mal curados y la sentencia de que las parejas que tienen su ocio por separado acaban distanciándose y a la postre separándose. Si el matrimonio hace ya algunos años que dura, se establecen tremendas comparativas entre el tiempo que pasamos con nuestros amigos y el tiempo que le dedicamos a ella; entre el ánimo con que acudimos a un evento y al otro y hasta puede que te caiga la frase: "con lo que te gastas en copas con tus amigotes podríamos haber hecho un viaje juntos".
Y el tercero, más personal, consiste en la insistencia machacona en algún defecto nuestro. Cada esposa escoge el defecto preferido de su marido, el defecto por excelencia. Algunas escogen uno y es el mismo siempre. Otras van cambiando de defecto, según la época. Pero tienen siempre un defecto nuestro de referencia, y si no te andas con cuidado, toda conversación acaba en una reflexión sobre tu odioso y cansino defecto. Yo, por ejemplo, con lo que le he escuchado hablar a mi mujer sobre cómo ronco, sobre las fases de mi ronquido, y sobre las causas que ella cree que lo producen, podría escribir un libro. Un extenso libro de arte y ensayo que se titulara: "Mi ronquido y yo", prologado por mi barman y por mi querido Jaime Rodríguez, en tanto que mi mujer siempre me dice que nunca llego tan tarde ni ronco tanto como cuando vienen a Barcelona mis amigos de Madrid.
No hay con tu mujer conversaciones anodinas ni intrascendentes. Ellas van siempre armadas, detectan el miedo en la distancia, conocen cada uno de nuestros movimientos y podrían disparar en cualquier momento.
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