jueves, 26 de abril de 2012
Cuba llama la atención.
El dilema de elegir entre el portazo o la aceptación sigue dividiendo a los Gobiernos latinoamericanos en relación con Cuba. Legitimar o no legitimar al inquilino de la plaza de la Revolución se erige como una disyuntiva que enciende los debates y azuza las desavenencias. Brasil, Argentina y Uruguay —entre otros— han optado por otorgarle legitimidad a Raúl Castro, en parte porque de esa manera creen que el acercamiento puede provocar más avances en materia de derechos humanos dentro de la isla. Mientras, Estados Unidos y en los últimos días Canadá consideran inadmisible la connivencia entre mandatarios que han pasado por las urnas y un general que heredó el poder por vía sanguínea. Ninguna de las dos estrategias, el acercamiento para convencer y la ofensiva para hacer claudicar, han dado muchos resultados hasta el momento. El Gobierno cubano tiende a sacar partido tanto del abrazo como de la hostilidad. A uno lo muestra como gesto de validación de su sistema político, a la otra como razón para mantener la falta de libertades hacia el interior del país. No en balde en varios muros de la capital habanera ha quedado delineada la frase de Ignacio de Loyola “en una plaza sitiada, disentir es traicionar”.
Ante los llamados a democratizar el país, la Administración de La Habana se comporta como el acosado que debe protegerse de exigencias exteriores. El discurso político se refuerza y se vuelve más intransigente a medida que crece el enfrentamiento con el de afuera. La improductividad de la tierra pasa a un segundo plano, la inconformidad ciudadana queda relegada; hasta los cortes eléctricos dejan de ser un tema en las calles, cuando las arengas nacionalistas copan todo el espacio televisivo. Los días de la cumbre de Cartagena fueron una muestra casi modélica de esa táctica. Una vez pasada la resaca informativa por la visita de Benedicto XVI, nuestros noticiarios encontraron un suculento bocado en los tropiezos de la magna cita americana. El desplante de Rafael Correa, la ausencia de Hugo Chávez y de Daniel Ortega, la partida intempestiva de Cristina Fernández alimentaron las páginas del periódico Granma en detrimento de otras informaciones. Apenas si quedó espacio informativo para la importantísima discusión sobre la despenalización de la droga, o para narrar los detalles del tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Colombia. “El reclamo generalizado de integrar a Cuba en estos foros hemisféricos” —en palabras de Evo Morales— sepultó otros debates urgentes en el plano social y económico que tanto urgen al continente.
El gobierno cubano tiende a sacar partido tanto del abrazo como de la hostilidad
Y por esta vez las islas volvieron a marcarle la pauta a todo un continente: las Malvinas por un lado y Cuba por el otro. Unas en medio de un conflicto de pertenencia y la otra en el centro de un debate sobre pertinencia. No debería extrañarnos esa desproporción entre los kilómetros cuadrados de un territorio y la cantidad de controversias que genera en una cumbre presidencial. No tendría que sorprendernos tal desmesura porque, durante 53 años, esa ha sido la diplomacia cultivada por Fidel Castro y ahora continuada por su hermano. Estar sin estar, boicotear sin asistir, tirar la puerta sin antes hacer el intento de tocar en ella. En el palacio de gobierno habanero de seguro se esbozaron varias sonrisas al ver la falta de consenso y de declaración final en Cartagena de Indias.
Numerosos mandatarios reunidos en Colombia aseguraron que nuestra nación estará presente en la próxima cita continental. ¿Pero, de cuál Cuba están hablando en ese caso? Sin dudas, de un país que la tendrá más difícil para opacar los temas generados por las potencias emergentes del área y por los retos políticos de ese momento. José Mújica reclamó que “la bandera de la estrella solitaria” debe acompañar a sus pares regionales, y esta aseveración puede leerse como un pronóstico de que los cubanos viviremos cambios trascendentales en los próximos años. Incluso entre los Gobiernos más afines al de La Habana, pocos creen que Raúl Castro será incluido en la lista de invitados a la VII Cumbre de las Américas. Todo apunta a que en su lugar irá otra persona —con otro apellido— que en el mejor de los escenarios posibles será un presidente elegido por su pueblo. La isla insertada finalmente —con su justo tamaño y trascendencia— en el continente.
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