jueves, 19 de abril de 2012

El maleficio del nombre/ cuento corto

Por Juan José Lara.


El maleficio del nombre




Sentado en un banco del parque central de La Antigua Guatemala, tuve la sensación que aquel momento ya lo había vivido. Un muchacho imberbe se sentó a mi lado arrebatándome a la excitación producida por el “dejá vu”.



-¿Te llamas Factor?, Le pregunté.

-No, pero me puedes llamar Oscar.



Estábamos frente a la fuente del centro del parque con surtidores en los senos de la estatua, mientras algunos pájaros planeaban. Mi compañero Factor, Oscar como me dijo que lo llamara, me miró motivándome a continuar con la conversación.



- A mi amigo José Blanco le gustaba saciar la sed producida por la resaca en esa fuente, le señalé.



- Debe ser de buena suerte, me indicó.



Dijo que todos deberíamos de beber de la fuente de la historia; Guatemala observó, tenía tanta suerte que siempre le iba mal. Tal vez el maleficio estaba en el nombre; deberíamos cambiárselo sin mencionar por supuesto esa estupidez de “ Guateamala.” Con el premio Nóbel de literatura no pudimos conjurar los primeros lugares en analfabetismo, con el Nóbel de la paz no superamos los extravíos de la guerra interna, no exorcizamos el trauma de la conquista, maquillamos el sometimiento con la declaración de independencia, instauramos una democracia autoritaria.



-¿Cómo conjuramos todos esos males?, pregunté abatido.



- Un personaje le fue a consultar a un chamán como enmendar su mala suerte. En su camino encontró un lobo quien le pidió preguntar sobre la cura de su hambre voraz. Luego atravesó un río que le encargó respecto a la sed que no lograba mitigar y, al final, una mujer que no aplacaba su soledad. El brujo le manifestó que a su regreso encontraría la solución. Al volver la mujer le dijo que le había hecho soñar la solución, siendo mejor el riesgo de ser la viuda del héroe que la mujer del cobarde. El le dijo que no podía entretenerse porque lo esperaba la solución de su enigma; el río le contó que al bañarse en sus aguas calmaría la sed inmemorial pero igual tampoco podía quedarse a experimentarlo. Finalmente pasó con el lobo quién resignado le refirió no tener ambages en asumir su rol. El mismo jamás podía ser bueno, por tanto inmediatamente lo devoró sin que lo pudiera evitar.



Factor, Oscar como me dijo que lo llamara, no dijo más. Me despedí de él con la certeza de que lo vería otra vez en el mismo lugar, para platicar sobre el maleficio de los nombres.

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