La peligrosa progresión de la extrema derecha en Francia
Pierre Charasse
Todos los sondeos prelectorales anunciaron la victoria de François Hollande, candidato del Partido Socialista en la primera vuelta de la elección presidencial en Francia, y el segundo lugar para Nicolas Sarkozy, presidente saliente. No hubo sorpresa: los electores franceses expresaron el domingo 22 de abril un claro rechazo al quinquenio de Sarkozy y dieron ligera ventaja a Hollande. Con los votos de Jean-Luc Melenchon (Frente de Izquierda) y de Eva Joly (Ecologista), François Hollande tiene buenas probabilidades de ser el próximo presidente el 6 de mayo. Su resultado es mejor que el de Mitterrand en 1981.
La gran sorpresa de esta primera vuelta vino de la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen. Los sondeos no daban estimaciones muy confiables; se pronosticaba que podía bajar al cuarto lugar, después de Melenchon. Muchos de sus electores no revelaron su preferencia hasta la hora de votar (“el voto escondido”), pero terminó con un resultado históricamente alto, con 6.4 millones de votos (18 por ciento), casi el doble de su padre, Jean-Marie Le Pen en 2007.
La extrema derecha dio un salto cuantitativo y cualitativo que la coloca como actor determinante de la vida política francesa en los próximos años. Es realmente motivo de preocupación, porque este resultado confirma que en Francia, como en el resto de Europa, la crisis económica-financiera provoca los mismos efectos políticos. De hecho, la progresión espectacular del Frente Nacional viene sobre todo de sectores populares duramente afectados por la crisis, que ya no creen en los partidos tradicionales de derecha o de izquierda.
Se estima que 30 por ciento de los obreros votaron por ella. El único candidato que percibió esta situación fue Jean-Luc Melenchon, y se cansó de alertar a las fuerzas progresistas o republicanas sobre la progresión de la extrema derecha. Por esto él fue el único en dedicar su campaña a desmontar los argumentos demagógicos de Marine Le Pen, sus mentiras, sus contradicciones y todas la propuestas antisociales que ella hacía en nombre de la recuperación de los “valores” nacionales y de la defensa de las clases populares.
Desgraciadamente, los otros candidatos subestimaron la fuerza de atracción de Marine y Sarkozy retomó como suyos algunos de los temas predilectos del Frente Nacional, como la inseguridad, la “amenaza islámica” y la inmigración, pensando seducir a esta franja del electorado agobiada por las consecuencias de la crisis económica y el desempleo. Pero su plan fracasó. Ahora, durante los 15 días de campaña entre las dos vueltas, el presidente va a insistir en seducir a los electores de Le Pen retomando las posturas más xenófobas de la extrema derecha y un discurso muy ambiguo sobre la política europea y las recetas de austeridad que él mismo está promoviendo con la canciller alemana Angela Merkel.
El panorama político francés es ahora muy preocupante. Marine Le Pen consiguió imponer al Frente Nacional como un actor “normal” de la vida política y muy probablemente va a proponer un cambio de nombre de su partido para borrar la mala imagen que tenía cuando lo dirigía su padre. Ella es muy buena oradora, sabe utilizar un lenguaje que la gente entiende, habla de los problemas que viven todos los días y se coloca del lado del “pueblo” frente a las “élites”. La prensa la encuentra llena de “charme”, simpática. Su campaña supo explotar al máximo los miedos del inconsciente colectivo de una sociedad duramente golpeada por la crisis. Anuncia que quiere ahora “reventar al sistema” y recomponer una “nueva derecha” en lugar de la desgastada UMP del presidente Sarkozy.
El Partido Socialista tiene ahora una responsabilidad histórica: no solamente la de derrocar a la derecha tradicional representada por Sarkozy, sino también reconquistar las clases populares que se alejaron de la izquierda y que están dispuestas a probar las recetas irrealistas de la extrema derecha, como salir del euro o cerrar las fronteras.
De ser electo presidente el 6 de mayo, François Hollande será sometido inmediatamente a fuerte presión popular para realizar los cambios prometidos y al mismo tiempo tendrá que cumplir con las exigencias de Bruselas y de los mercados financieros por más medidas de austeridad o, al contrario, pedir la renegociación de los tratados europeos.
Para llevar a cabo su política, el nuevo presidente nombrará un primer ministro que disponga de una mayoría parlamentaria. Los próximos 3 y 17 de junio los franceses elegirán a los integrantes de la nueva Asamblea Nacional. Lógicamente, el Partido Socialista, con el apoyo del Frente de Izquierda y de los ecologistas, podría tener mayoría. Pero Le Pen espera confirmar su posición de “principal fuerza de oposición”, desplazando a la UMP, lo que conducirá a una radicalización peligrosa de la vida política francesa.
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