jueves, 28 de junio de 2012

Los escritores y la mala fortuna.

Leo a Biorges, volumen de ensayos del autor, publicado por el sello Tusquets
El privilegio de un escritor es convertir la mala fortuna en un libro: Álvaro Uribe
Son textos abiertos a la interpretación del lector, al juego y al diálogo expresa a La Jornada
Foto
Álvaro Uribe durante la entrevista con La JornadaFoto Roberto García Ortiz
Mónica Mateos-Vega
 
Periódico La Jornada
Jueves 28 de junio de 2012, p. 4
El gran placer de la literatura constituye el hilo conductor de los textos que integran el libro Leo a Biorges escritos por Álvaro Uribe (DF, 1953), quien los define como miscelánea de varia lectura, ensayos personales que surgen como espacios donde descansa su pluma luego de trabajar en la narrativa.
Sobre todo, en el volumen que publica Tusquets se plasma el deleite y privilegio de ser escritor: A uno le pueden pasar cosas malas e indeciblemente pésimas en la vida, sin embargo, si se tiene la capacidad de escribir, todo ello no se va al caño, no se desperdician del todo, afirma el autor en entrevista con La Jornada.
Agrega que por más que haya mala fortuna, el escritor tiene el privilegio de transformarla en una página y a veces hasta en un libro. Ya por eso vale la pena haberla vivido. No estoy predicando que el sufrimiento hace mejores a los hombres o que todos debemos sufrir, pero ya que vamos a sufrir, qué mejor que sacar algo bueno con la literatura, hace bien vivir sabiendo que toda experiencia puede transformarse en un escrito.
Ejercicio con libertad
Las vivencias, por supuesto, incluyen las lecturas, añade Uribe, quien estudió filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México y fue agregado cultural en Nicaragua y Francia. En este sentido, los ensayos que inician el libro reflexionan en torno a autores que le interesan, como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, así como la simbiosis que se dio entre ambos, de ahí el título del libro.
“También hay un comentario sobre El arte de la ficción, de Henry James, Robert Louis Stevenson y Walter Bessant, y luego un cotejo entre los franceses Pierre Michon y Michel Houellebecq. Con esto se completa un ciclo en el que primero presento lo que es la escritura en lo personal, luego la analizo a través de los escritores que me han interesado, y al final la ejerzo con libertad.
“Me disparo en ensayos cada vez más narrativos: Un peatón converso (el otro día), 2002 desde 2011 y Revisitar el Paraíso, curiosos porque están más cerca de la crónica.
“Los primeros ensayos abordan más lo teórico acerca de la escritura, los del final tratan de cómo la ejerce el escritor.
“El libro termina con un texto titulado Efaninefable que me atrevería a calificar de ensayo-ficción, el cual se acerca más al cuento fantástico que a la crónica o al ensayo mismo, pero usa técnicas ensayísticas para dispararse hacia un relato cuyo protagonista es una criatura fantástica.”
El centauro de los géneros
En este breve pero intenso recorrido, el lector comparte, codo a codo, el placer del autor: “Alfonso Reyes definió al ensayo como el centauro de los géneros, porque adopta a todos los demás. En este sentido, se trata de una invitación a la lectura, porque el ensayo siempre se hace en función de un comentario sobre otros temas.
“El ensayista se arriesga a explorar territorios para él mismo desconocidos y a presentarle al lector lo que él mismo aprende en ese momento. Es como ver al escritor realmente en su taller, e ir descubriendo con él sus intereses. Sobre todo, hay cosas en el ensayo personal que no tienen por qué tener una conclusión académica o un corolario. Simplemente es una exploración y uno se lo deja al lector con la invitación de seguir.
“El ensayista nunca tiene la última palabra, invita al lector a acompañarlo hasta cierto punto, en un juego de imaginación en el que no está de más la erudición, pero deja al lector siempre con hambre, para que éste siga después de la lectura. Si con el libro encamino a alguien hacia otra lectura que a mí me pareció fundamental, me doy por bien servido.
Es una charla. El ensayo personal se entiende como una plática, no tiene por qué ser un texto completo en sí mismo, es deliberadamente abierto a la interpretación del lector, al juego y al diálogo. A veces lo siento, incluso, como una carta que le escribo al lector, casi en espera de que me conteste para saber qué piensa de ese mismo tema, concluye Uribe.

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