Un golpe "republicano" en Paraguay
¿Cómo calificar la destitución de Fernando Lugo en Paraguay?
¿Un golpe?
No fue un golpe tradicional, con militares involucrados.
¿Un quiebre institucional?
En lo formal, las apariencias están a salvo.
El Congreso paraguayo cumplió con el procedimiento previsto por la Constitución; entonces: tampoco sería una ruptura en sentido clásico.
Pero es evidente que un presidente electo de manera democrática, con un mandato vigente, resultó avasallado por otro poder.
En menos de 24 horas, los legisladores, por una abrumadora mayoría, se desprendieron de Lugo y pusieron al vice Federico Franco en funciones.
Aunque suene paradójico, podríamos decir que Lugo cayó víctima de un golpe "republicano".
No quiero endulzar ni quitarle fuerza a la idea del golpe o de quiebre abrupto, sino indicar de dónde vino el golpe a la democracia paraguaya: de otro poder de la república.
La convivencia entre la dimensión democrática (que surge del voto popular) y la republicana (que se sostiene con la división de poderes) siempre es tensa.
En este caso, el Poder Legislativo pasó por encima al Poder Ejecutivo. Ignoró la voluntad de las mayorías expresada en el mandato de Lugo: se aprovechó de la debilidad de un presidente que no supo construir alianzas políticas sólidas en el Congreso, lo echó de un soplido y nombró en su lugar al vicepresidente Federico Franco.
En otro países de América latina se presenta el riesgo inverso, un riesgo que suele tener mucho más comprensión por parte de los presidentes, dentro y fuera de sus países, ya que se origina en el Poder Ejecutivo.
Cuando un mandatario abusa del llamado a elecciones para modificar la Constitución, disolver el Congreso o renovar al Poder Judicial, se debilita la dimensión republicana del sistema político y se construyen democracias de tipo plebiscitarias, que carecen de contrapesos.
En Venezuela éste es un riesgo muy presente, aún cuando Hugo Chávez haya sufrido él mismo intentos para destituirlo, al igual que Rafael Correa en Ecuador.
Algunos presidentes que sintonizan con el fenómeno que representó Lugo -un obispo con formación de izquierda que logró ganarle a un partido con décadas y décadas de dominio hegemónico en la política paraguaya- condenaron la destitución con más energía que el propio Lugo.
Las crónicas indican que Lugo no cayó por haber intentado, en un país con una tremenda concentración de la tierra, un programa para favorecer a su base electoral, los campesinos; más bien, intentó convivir con las fuerzas tradicionales que al final lo expulsaron porque nunca terminaron de perder el control. De hecho, su despedida del poder resultó para muchos de sus partidarios tan frustrante como una capitulación.
En estas circunstancias, la presión externa no aparece como un factor capaz de modificar la dinámica de los acontecimientos en el Paraguay. Pero este tipo de quiebres institucionales merecen enérgica condena, porque son antidemocráticos aunque vengan disfrazados de una pátina republicana.
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