Final y principio
Luis Linares Zapata
Hoy finalizan las
campañas electorales. Los días restantes deberán destinarse a la
reflexión por parte de los mexicanos para fundamentar debidamente el
sentido de su voto. La selección que se haga por alguno de los
aspirantes a la Presidencia tendrá ineludible correlato de
responsabilidad para cada uno de los sufragistas. Los que rehusaron
acudir a las urnas serán, por indiferencia, postura ideológica o franca
negligencia, corresponsables con los que apoyaron al ganador de la
contienda. Nadie en una decisión de esta catadura se puede sentir
excluido de la parte correspondiente por lo que haga o deshaga el futuro
gobernante.
La batalla mediática ha sido también digna de ser considerada una
épica colectiva, pero donde la opinocracia llevó franca ventaja. Las
oportunidades que le otorgan sus muchos accesos a micrófonos, columnas
periodísticas y pantallas televisivas en canales de amplia cobertura,
sitúan sus críticas y respaldos en posiciones de privilegio.
Afortunadamente, los días de difusión de mensajes, de comentarios,
narrativas de color, fieros rechazos (para uno más que para los otros
dos bandos) denuncias por doquier y una encuestología galopante y cada
vez más cuestionada, también terminan hoy. Lo que sigue en estos tres
días, previos al domingo terminal, quedará bajo la aguerrida férula de
los aparatos partidarios. Será éste un corto periodo donde, a fin de
cuentas, gran parte del triunfo de alguno de los postulantes será
definido.Atrás quedarán las inducciones de miedos por los sostenedores de la continuidad a cualquier costo. Los abiertos denuestos y embozadas simpatías implicadas en las voces de los muchos proponentes del modelo en boga habrán terminado con su labor de zapa. El espacio público se hundirá, al menos en gran parte, en silencios previstos por la ley. Sin embargo, en las retinas individuales quedarán impresas variadas imágenes de los últimos cierres de campaña de este y los anteriores días. Plazas llenas de cuerpos apiñados, banderas ondeantes, agitados participantes, acaloradas manos ansiosas de saludos y roces, gritos lanzados hacia sus personales adalides seguirán resonando en cada ciudadano. Los ecos de las promesas de alivio batirán los oídos de muchos junto con los anatemas expuestos sin concierto. Las presunciones de algunos que se sienten los mejores serán evaluadas, las de otros que alegan ser los más aptos también pasarán por el sano juicio colectivo para situarlos en su debido lugar. El más honesto será creíble por las garantías que se palparon de un cambio real. El ofrecimiento de un liderazgo democrático sólo se apreciará si va acompañado por una fundamentada oferta para detener la violencia desatada. Todo este universo heterogéneo de acciones, querencias, intereses, sueños y posturas quedará en la trastienda de los millones de compatriotas. Formará, qué duda, el sedimento sobre el cual asentarán su soberana voluntad.
La ruta de la decisión en juego no es una cualquiera. Después de casi tres decenios de conducir los asuntos públicos con apego a un modelo determinado, caracterizado por su marcada injusticia; por la exclusión de las mayorías de las oportunidades de progreso y bienestar; atascado por indignos privilegios para unos cuantos, y por facilitar, con anchísima manga, la entrega de los bienes de todos, ahora se materializa la urgencia de un giro, de un cambio sustantivo en su diseño, práctica y rumbo. Dos son, en el fondo, las alternativas desplegadas ante los electores. Ambas se han ido decantando con precisión, no sólo durante la campaña que finaliza, sino durante un largo, penoso, cruento tiempo antecedente. Una de ellas funde la propuesta panistas con la del PRI: sus afanes continuistas de tan inequitativo modelo de gobierno son idénticos. Sólo las izquierdas coaligadas, abanderadas por López Obrador, afirman las debidas seguridades de iniciar, de inmediato, la ruta hacia un cambio más justo, productivo, pacífico y libre que haga vivible el futuro nacional.
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