Existen muchos manuales prácticos de cómo amar, inclusive el psicoanalista Erich Fromm publicó un texto exitoso editorialmente hablando, que se llama EL ARTE DE AMAR, pero la confusión viene de que suele confundirse el amor con la seducción.
Las personas que piensan que va a dominar el arte de amar, son simplemente unos ilusos. El arquetipo clásico de este tema es nada menos que Don Giovanni de Mozart. Pero por estar guiado por la compulsión a intentarlo otra vez, y obsesionado con la idea de impedir que cada intento sucesivo interfiriera con los intentos futuros, Don Giovanni era también el "impotente amoroso".
Ese resultado -la venganza del amor, por así decirlo, contra los que se atreven a desafiar su naturaleza- era de esperarse. Se puede aprender a desempeñar una actividad que posee un conjunto de reglas invariables que se corresponden con un entorno estable, monótonamente repetitivo que favorece el aprendizaje, la memorización y, ulteriormente, el paso a la práctica. Esto no ocurre con el amor.
El aprendizaje , entendido como adquisición de hábitos últiles, no existe en el amor. Los que insisten en condicionar sus acciones a los precedentes, corren riesgos suicidad y se exponen a infinitos problemas. UN AMOR NUNCA SERÁ IGUAL A OTRO.
La naturaleza del amor implica ser un rehén del destino.
En el "simposio" de Platón, se dice: que el amor no se dirige a lo bello como crees, sino a concebir y nacer en lo bello. Amar es desear concebir y procrear, y por eso el amante busca y se esfuerza por encontrar la cosa bella en la cual pueda concebir. En otras palabras, el amor no encuentra sentido en el ansia de cosas ya hechos, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas. Esta es la clave que nadie repara en ello, que el chiste es buscar lo incompleto para "trabajar" sobre la relación.
El amor está muy cerca de la trascendencia; es tan sólo otro nombre del impulso creativo y, por lo tanto, está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siempre cuál será su producto final.
En todo amor hay por lo menos dos seres implicados, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación del otro. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino, ese inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir o conjurar, de apresurar o detener. Amar significa abrirle esa puerta al destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden separarse.
Abrirse a ese destino significa dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor. Ya lo decía el citado Erich Fromm: " en el amor individual no se encuentra satisfacción... sin verdadera humildad, coraje, fe y disciplina; y luego agrega, con tristeza, que en una cultura en la que estas cualidades son raras, la conquista de la capacidad de amar será necesariamente un raro logro".
Y lo mismo ocurre en una cultura de hiperconsumo como la nuestra, partidaria de los productos listos para el consumo inmediato, las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea, los resultados que no requieren de esfuerzos prolongados, las recetas infalibles, los seguros contra toda clase de riesgos y las garantías de devolución de dinero.
La promesa de aprender el arte de amar es la promesa de lograr "experiencias en el amor" como si se tratara de cualquier otra mercancía. Seduce y atrae con su ostentación de estas características porque supone deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin esfuerzo.
Sin humildad y coraje no hay amor. Se requieren ambas cualidades, en cantidades enormes y constantemente renovadas, cada vez que uno entra en un territorio inexplorado y sin mapas, y cuando se produce el amor entre dos seres humanos, éstos se internan inevitablemente en un terreno ignoto.
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