Eros es una relación con la alteridad, con el misterio, es decir con el futuro, con lo que está ausente del mundo que contiene a todo lo que es. Eros es diferente de la posesión y del poder; no es una batalla ni una fusión y tampoco es conocimiento.
Eros es una gran energía que mueve a los seres humanos sanos, siempre en pugna con tanatos que es la muerte, esa lucha interna la llevamos todos a lo largo de la vida, hasta que Tánatos nos derrota en la lucha final.
El "pathos" del amor consiste en la insuperable dualidad de los seres. Los intentos de superar esa dualidad, de domesticar lo díscolo y domar lo que no tiene freno, de hacer previsible lo misterioso y de encadenar lo errante son la sentencia de muerte del amor.
Eros no sobrevive a la dualidad. En lo que al amor se refiere, la posesión, el poder, la fusión y el desencanto, son suficientes para hacer sucumbir la pasión amorosa.
En eso radica la maravillosa fragilidad del amor, junto con endemoniada negativa a soportar esa vulnerabilidad con ligereza.
Todo amor se debate por concretarse, pero en el momento del triunfo se topa con su derrota última. Todo amor lucha por descartar las fuentes de su precariedad e incertidumbre, pero si lo consigue, pronto empieza a marchitarse, y desaparece.
Eros está poseído por el espectro de Tánatos, que ningún hechizo mágico puede exorcizar. No es que Eros sea precoz, y ninguna dimensión ni intensidad de educación ni de métodos de autoaprendizaje conseguirá liberarlo de su patológica tendencia suicida.
El desafío, la atracción, la seducción que ejerce el Otro vuelve toda dstancia, por reducida y minúscula que sea, intolerablemente grande. La brecha que se abre se vive como un profundo precipicio. La fusión y el dominio parecen ser los únicos remedios para ese tormento.
Y sólo existe una delgada frontera , entre una caricia suave, delicada y tierna y una mano de hierro que aprieta y aplasta. Eros impulsa a las manos a la caricia, pero esas mismas manos que acaban de tocar con cariño también pueden golpear, apretar y aplastar.
Por más que uno haya aprendido mucho sobre el amor y sobre "el arte de amar", esa sabiduría sólo llegará, como el mesías de Kafka, un día después de su llegada.
Mientras está vivo el amor siempre está al borde de la derrota.
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