domingo, 2 de octubre de 2011

Cine. Tardes con Margueritte.

Mis tardes con Margueritte
Carlos Bonfil

Fotograma de la cinta de Jean Becker Una cabeza baldía, como un terreno sin cultivar. El título original de la película Mis tardes con Margueritte (La tête en friche), del veterano francés Jean Becker, hijo del director del clásico Casque d’Or (1952), alude a la enorme inocencia, producto de traumas familiares y de un analfabetismo cerril, que exhibe Germain Chazes (Gérard Depardieu), robusto vendedor de verduras, cuando en un parque entabla conversación con una anciana, Margueritte (Gisèle Casadesus), apasionada de literatura.

Este encuentro singular da rápidamente paso a una amistad que es al mismo tiempo una revelación por partida doble. La literatura se vuelve un inesperado lazo de unión, puente entre dos generaciones y dos maneras de ver la vida; entre una mujer culta que ama los libros y no puede prescindir de ellos, cuyo drama es la ceguera inminente, y un hombre que luego de largos años de rutinas laborales y juergas entre colegas en el café del barrio, abre finalmente los ojos a una realidad totalmente nueva: el amor por la lectura. El tema de la cinta de Becker, poco común en una película de corte comercial, es la educación sentimental de un hombre sin ambiciones, a cargo de una mujer nonagenaria que busca transmitirle su entusiasmo por sus autores favoritos, Albert Camus y Romain Gary, y por la lengua francesa, comprimida en esa “gran novela de las palabras” que es el diccionario.

Mis tardes con Margueritte es precisamente una fábula sobre el poder de regeneración moral que tienen las palabras. Los dos personajes compensan largamente sus carencias y debilidades mutuas, alivian sus miedos y sus aprensiones, a través de la conversación. Ella explica al hombre rústico la belleza formal y las metáforas de la novela La peste, de Camus, mientras él la divierte y entretiene con sus disparates y ocurrencias, con la confusión casi infantil que le provoca la riqueza insospechada del lenguaje.

Con un guión del propio Becker y de Jean Loup Dabadie, basado en la novela homónima de Marie-Sabine Roger, esta prolongación del mito del buen salvaje redimido por las luces de la cultura occidental, no está exenta de obviedades dramáticas y lugares comunes en torno al voluntarismo y a la afirmación vital en medio de la desesperanza.

Una anciana a punto de perder la vista, y con ello el placer de la lectura y la apreciación de la belleza del mundo físico, transmite a su discípulo casi analfabeto el prodigio de la luz, último atisbo de sabiduría. Quien pierde la vista ofrece a otro ser humano una manera nueva de ver el mundo. Becker no pierde el tiempo en sutilezas expresivas, y tampoco al explicitar metáforas literarias, como cuando muestra una invasión de ratas en alusión a La peste, de Camus. Este cúmulo de clichés hundiría fácilmente cualquier otro navío fílmico.

Lo notable aquí es la manera en que Depardieu y la actriz de 97 años, con carrera de medio siglo en la prestigiosa Comedia Francesa, sostienen con brío esta trama convencional y harto esquemática. Con gestos breves, exactos, la veterana Gisèle Casadesus ilustra el desamparo de una condición vulnerable, a menudo abordada por el cine documental: la suerte de las personas que no tienen ya un lugar en sus familias, que son incomodidad y estorbo, y cuyo temor máximo es encontrarse en un asilo de ancianos, maltratados, ignorados, o simplemente invisibles.


Refiere el propio Jean Becker en una entrevista concedida a este diario: “Cuando leí el libro en que se basa la película, me conmovió el encuentro insólito de este hombre áspero, voluminoso y analfabeto, y la mujer anciana que súbitamente se interesa en él. Ella se pregunta por qué es él así, por qué ignora tantas cosas, y poco a poco decide rescatarlo. Luego sucede algo distinto. De una cita a otra, él comienza a sentir que se transforma en alguien nuevo. La anciana es la primera persona, fuera de su amante joven, que no se burla de él. Él tiene lagunas enormes, en el saber y en la cultura, y esta mujer le brinda muchas cosas. Con ella tiene, sobre todo, la impresión de ser al fin ‘inteligente’”

Mis tardes con Margueritte se exhibe en Cinemex, Cinépolis, Cinemark y Cinemas Lumiere.

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