lunes, 24 de octubre de 2011

La primavera árabe.

El balance de la primavera árabe
Gonzalo Martínez Corbalá
Es necesario, a la luz de los acontecimientos, hacer un balance de la lucha desatada en los países del Islam que se conoce como la primavera árabe, pues el saldo que arroja en estos días, en los que se ha consumado la captura de Muammar Kadafi y su muerte, con dos balazos disparados con su propia pistola, se dice que de oro, y después de siete meses de lucha de los rebeldes en contra de su régimen, considerado una versión musulmana de otras dictaduras que en este mismo año han sido también igualmente derrocadas.

Esta vez fue en Sirte, la ciudad natal del dictador muerto brutalmente, después de haber sido encontrado escondido en una alcantarilla, donde alguien dejó un letrero mal pintado que decía: “Aquí murió la rata”.

Este pintoresco gobernante, en sus primeros años después de haberse apoderado del gobierno mediante un golpe de Estado (¿dónde habré oído esto?), instaló un régimen que cautivó a muchos. Por ejemplo, lanzó una revolución cultural que eliminaba toda influencia extranjera en la sociedad, que se renovaría de esta forma, como se establecía en el “libro verde”, el cual contenía una doctrina islámica pura y sin contaminaciones occidentales, el liderazgo, creando el de Libia en el mundo musulmán de la época.

Las audiencias que concedía, incluso a embajadores de países amigos, como México, se realizaban en una gran carpa de lona, ricamente adornada con motivos árabes, muy parecida a las películas en Technicolor de esta clase, y los enviados diplomáticos eran recibidos por guardias cubiertos con mantos azules y blancos que portaban sables, y con saludos y caravanas que formaban parte del protocolo de aquel tiempo, cuando este personaje pretendía ser el presidente del Grupo de los 77, o de los No Alineados. El coronel Kadafi lo único que logró al poco tiempo fue aislar a Libia, intentando consolidar diferencias con su entorno que lo aislaron a él mismo (El País, Ángeles Espinosa).

Durante la segunda cumbre afroárabe, celebrada también, precisamente en Sirte, Kadafi fue el anfitrión, y algunos invitados asistentes, como el egipcio Hosni Mubarak, así como el líder yemení Alí Abdalá Saleh, acabaron aquél procesado y éste aferrado al poder en medio de una atmósfera de violencia, a un año de la cumbre mencionada.

La primavera árabe lleva ya en su haber, por otra parte, el derrocamiento de tres dictadores del norte de África. Mientras, al sirio Asad su pueblo lo tiene completamente bloqueado mediante una fuerte oposición. Lo mismo puede decirse del yemenita Saleh; de la misma manera que las reformas democráticas en Marruecos se fortalecen, al tiempo que sus gobernantes se debilitan (Javier Valenzuela, El País).

En otras latitudes, la guerrilla kurda ataca al ejército turco en la frontera con Irak, con saldo de por lo menos 26 soldados muertos que provocan la ira de los oficiales del mismo, quienes expresan contundentes amenazas de venganza, pero por lo pronto, un centenar de guerrilleros lanzaron ya el ataque, mientras el PKK vuela algunos puentes importantes, y el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, electo recientemente con proyecciones importantes entre los nuevos gobernantes, con este conflicto en marcha, puede debilitarse en este sentido (El País, Blanca López Arangüena).
Mientras se asesinaba brutalmente a Kadafi en su propia ciudad natal, la brigada de Mártires Libres de Libia, liderada por Omar Mokhtar, abre las hostilidades, en coordinación en el oeste con combatientes en Misurata al canto de “la sangre de los mártires no correrá en vano”, avanzando sobre la “zona dos” como en días anteriores, en varios kilómetros cuadrados del territorio del país (Le Monde, Cecile Hennion).

Fue, según Le Monde, un rebelde de Misurata, el territorio donde está situada la población de Sirte, quien disparó a la cabeza de Kadafi con una pistola dorada, cuando fue encontrado dentro de una alcantarilla. Afirma Mohammed que en esos momentos el líder libio pidió clemencia, lo cual evidentemente no fue atendido por él y lo mató allí mismo, después de que otros lo golpearon. Hay mucha incertidumbre sobre estos trágicos momentos en los que se da por terminada la aventura peliculesca de Kadafi, pero no hay duda en cuanto a que fue muerto el jueves pasado.

Lo cierto es que la primavera árabe ha tenido que ser un juego de violencia contra la violencia, para que las perversiones del dominio de la violencia de otros tiempos, que en vez de consolidar la paz y el bienestar de los pueblos se pervierte y se transforma en diversas formas de dictadura, del ejercicio del poder para el beneficio propio, a costa del deterioro constante de las circunstancias que finalmente, hasta donde pueda afirmarse que todos estos ciclos pueden llegar a tener algún día un principio y un fin, se reproduce el secuestro del poder por parte de un grupo o de una persona, y hasta de una familia que se eterniza en un gobierno, para luego, después de un cierto tiempo más o menos corto, o más o menos largo, se vuelve contra el pueblo que creyó en él y que lo llevó al poder, y se repite aquel círculo vicioso, el que, para ser renovado, para volver a transformarlo y regenerarlo en beneficio general de ese mismo pueblo, tal parece que es inevitable que esto sea acudiendo al despliegue de la violencia, una y otra vez, interminablemente.

Es mucho lo que el mundo así llamado occidental debe al pueblo árabe; sin embargo, no podemos decir que la violencia es la única solución, el único recurso para obtener la verdadera libertad del hombre, que pudiera así convivir consigo mismo, en un régimen de vida en el que fuera realmente libre y en el cual pudiera ser demócrata y no sea engañado por falsas versiones que inventan algunos, para controlar y dominar a los otros. Desembocando en el tiempo histórico, en lo que supuestamente se quería evitar, que es el despliegue sin control alguno de la violencia. La repetición de la repetición.

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